miércoles, 27 de diciembre de 2023

Navidad franciscana: el espíritu de Greccio. Por Rodrigo Huerta Migoya

Este año hay un elemento que no puede faltar en los días de navidad en los hogares católicos, como es el Belén; y es que esta nochebuena de 2023 se cumplen 800 años del primer nacimiento que San Francisco ideó en la localidad italiana de Greccio aquella lejana noche del 24 al 25 de diciembre de 1223. Allí, en tierras de Rieti, ideó el seráfico Padre -como así es llamado en la Orden franciscana- la bendita idea de organizar con sus frailes una celebración especial; no fue un nacimiento de figuras, sino un belén viviente. La hagiografía del Santo nos dice que venía de Roma seguramente feliz de que el Papa Honorio III viera con tan buenos ojos la Regla franciscana que le había presentado. 

El Poverello se dirigía a su Asís natal cuando se detuvo en Greccio, que era el pueblo de su gran amigo y seguidor Giovanni Velita, seguramente a pasar aquellos días santos descanso del largo viaje antes de continuar. En la primera biografía oficial del Santo escrita por el Hermano Celano se dice: ''Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de nueva consolación. El santo de Dios viste los ornamentos de diácono (lat. levita), pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente, voz dulce, voz clara, voz bien timbrada, invita a todos a los premios supremos'' (I Celano, Capítulo XXX).

Parece que el Santo quedó fascinado por la belleza de la localidad, y al ver las cuevas naturales que hay en el mismo tuvo la feliz idea de celebrar allí la Misa de Gallo en lugar de en el templo, para sentir con más hondura la pobreza, el frío y realismo de aquella primera navidad de la historia. Pero, ¿por qué una cueva y no un portal?. No podemos olvidar que San Francisco había visitado Tierra Santa, y parece que las cuevas de Belén le tocaron el corazón. Otros autores señalan que la inspiración pudo brotarle al contemplar los frescos sobre la Natividad del Señor, ante los que oró días atrás en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, e incluso los hay que señalan que ya en dicho día habría comentado a Messer Giovanni Velita que le ayudara a hacer realidad una representación del Nacimiento del Señor. 
San Francisco de Asís quiso "ver con los ojos del cuerpo la penuria en que se encontraba por falta de las cosas necesarias para un recién nacido, cómo era acostado en una cuna y cómo yacía sobre el heno entre el buey y el asno" (Fuente Franciscana Nº468). Tiene su sentido bíblico que San Francisco quisiera tener en la gruta un buey y una mula recordando el pasaje “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento” (Is 1,3). No fue aquella celebración navideña algo especialmente grande, sino que fue puramente franciscana; buscaba ir a lo esencial y original, no por ser nuevo sino porque intentaba volver a lo más cercano en semejanza con la noche en que vino al mundo el Hijo de Dios. El capuchino suizo Kuster valora el sentido contemplativo de aquel primer Belén en Greccio: ''Cuando el Pobrecillo contempla la vida de Jesús, se siente conmovido por la pobreza evidente que acompaña a su Señor desde el pesebre a la cruz'' (Niklaus Kuster. Francisco de Asís. El más humano de todos los santos. Editorial Herder 2003).

No fue tampoco una improvisación ni un capricho aquella novedad navideña, sino algo que brotaba de su corazón. Fray Tomás de Celano escribió a propósito de este suceso que San Francisco sintió un fuerte deseo de llevar adelante este proyecto afirmando que quería «celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (Vida Primera, 84: Fuentes Franciscanas (FF), nº 468). Al quedar este hecho tan atrás surgen algunas dudas sobre si realmente fue la misa de medianoche o la propia del día de Navidad; parece más bien que fue la de la noche, se convocó a los feligreses de Greccio a la celebración, a la cual acudieron con antorchas. Si la celebración empezó a partir de las doce de la noche, es correcto también afirmar que fue el 25 de diciembre de 1223. En otro momento este mismo fraile biógrafo del Santo nos dirá: “Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento de Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas…” (2C 199)

Hubo fieles que llevaron flores, mientras los franciscanos ya habían previsto toda la decoración previa con el heno, los animales y un altar sobre la roca donde celebrar la eucaristía. Las figuras de aquel primer nacimiento fueron los niños y mayores de Greccio, quienes acudieron en masa a aquel praesepium (pesebre) donde Cristo se hizo presente en la consagración de la santa misa. Parece que la celebración la presidió el párroco de la localidad, pues la iconografía más antigua de este hecho siempre ha representado al fundador de los franciscanos asistiendo de diácono al sacerdote. 

Lo que sí está claro que hizo el Santo fue predicar aquella celebración, como así lo refleja un fragmento del capítulo 7 de la Leyenda mayor de San Francisco escrita por San Buenaventura de Bagnoregio: ''Llegado el beato Francisco, en memoria de la natividad de Cristo, ordenó que se preparase el pesebre, que se trajese el heno, que se condujera al buey y al asno; y predicó sobre la natividad del Rey pobre; y, mientras el santo hombre mantenía su oración, un caballero vio al verdadero Niño Jesús en lugar de aquel que el santo había portado''. En aquella predicación el Poverello se emocionaba sólo con hablar del Niño o pronunciar su nombre; he aquí la raíz de esa devoción de la Orden Franciscana, que siempre cuidó de celebrar en la Navidad un día al "Dulce Nombre de Jesús" cuya fecha actual es el 3 de enero, y que parte de este dato que nos aporta minuciosamente Fray Celino: ''Cuando le llamaba "niño de Bethleem" o "Jesús", se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara su paladar la dulzura de estas palabras'' (1Cel 86).

Pero hay un dado esencial que no puede ser pasado por alto: ¿Cómo conoce Francisco esta zona, y a qué se debe su amor al valle de Rieti?. No hay duda, como escribe el Padre capuchino Cuthbert: ''Acercábase Navidad. Faltaban dos semanas para tan dulce fiesta y Francisco se hallaba otra vez en el valle de Rieti, probablemente en su celda de rocas de Monte Rainerio (Fontecolombo); y había invitado a un amigo a acompañarle (...) Queriendo inducir a Francisco a residir algunas temporadas en aquel vecindario y conociendo su afición a los retiros solitarios, había dispuesto para su uso algunas cuevas en el peñascal que mira a la villa de Greccio, construyendo allí, en torno de las cuevas, un tosco eremitorio a gusto de Francisco, donde pudiesen vivir algunos frailes. La villa de Greccio se asienta sobre una elevada arista de roca, al borde de una anchurosa oquedad. Puede contemplar en el fondo acomodadas masadas y viñedos resguardados del viento norteño por la desnuda montaña escalonada. A la extremidad de la hondonada, opuesta a la población, la roca viva se alza cortada a pico a algunos centenares de pies. En la cúspide de esa roca está el eremitorio que Giovanni dio a los frailes; pero, en sus alrededores hay terreno llano suficiente para que el bosque brinde sus sombras hospitalarias. Francisco conocía bien aquel paraje y sentía vivos deseos de celebrar allí la fiesta de Navidad. En la paz recobrada por su alma, el mundo se transfiguraba con signos sacramentales; al meditar durante el adviento el misterio de Belén, sentía un deseo vehementísimo, cual no lo sintiera anteriormente, de tener la visión de Cristo sobre la tierra'' (P. Cuthbert , Vida de San Francisco de Asís, Barcelona 1956). 

Y muchos se preguntaran ahora ¿Y qué es Fontecolombo?: es un lugar a unos 15 km de Rieti donde San Francisco se retiró en oración en una cueva escarpada a unos 547 metros de altura, el tiempo que le llevó la redacción de la regla de vida para sus frailes. Cerca de esta hendidura en la piedra donde el Santo se recogía, había un manantial a menudo frecuentado por aves; todos tenemos en la mente alguna imagen de San Francisco con palomas; pues bien, así empezó él a llamar aquel afluente y a su entorno ''Fontecolombo''; es decir, la fuente de las palomas. Encima de la roca había una ermita dedicada a Santa María Magdalena que era propiedad de los monjes de la Abadía benedictina de Nuestra Señora de Farfa, quienes años después la cedieron a la Orden Franciscana para fundar allí un pequeño convento. Este lugar de Fontecolombo es conocido como el Sinaí franciscano, pues de aquí bajó el Seráfico Padre para entregar a sus hijos la nueva ley para su estado de vida, en la que todos eran hermanos viviendo la radicalidad del Evangelio de Jesucristo en pobreza, sencillez, obediencia, castidad y humildad. 

El tiempo que pasa en Fontecolombo marca a San Francisco; queda cautivado por el valle de Rieti donde saborea el silencio de estar con Dios gracias a que el hermano León, y quizás también su amigo Giovanni, le acercan a diario lo imprescindible para que el santo no tuviera que interrumpir su retiro. Sale de éste para acudir a Roma en noviembre de 1223 y acercándose la navidad de ese año; unos dicen que quiso hacer parada en Greccio y otros que en realidad quiso parar en Fontecolombo, lo cierto es que el paisaje de ese entorno le marcó a fuego, y las oquedades en la roca de estos dos lugares del valle, a San Francisco le hablaban de Navidad. Una obra sobre el Santo que data del siglo XIX habla de que lo que el Santo se encontró allí en su primera visita y por qué empezaron a querer al hombre que más se asemejó a Cristo. 

También nos desvela este autor llamado Mestres, el origen de la amistad del Santo con ese vecino de Greccio llamado Giovanni -Juan- quien años después le solicitaría la fundación de un convento franciscano en el lugar. Nos relata lo que sigue: ''En Greccio, población de desarregladas costumbres, se hizo construir fuera de la villa una pobre cabaña, entrelazando las ramas de dos carbes. Una noche, viniendo de Cotanello, rogó a un labrador que llevaba un niño en los brazos que le acompañase. Respondiendo este que no se atrevía a causa de los lobos que infestaban aquella comarca, le tranquilizó San Francisco. Al volver con su hijo, siendo ya de noche, le salieron dos lobos quienes, lejos de hacerle daño, le alagaron con la cola y le acompañaron a su casa. Contó el rústico lo que le había sucedido. Esto fue causa de que acudiese de tropel el pueblo al santo para que les librase de la plaga de lobos y pedrisco que era muy común en aquel país. Hizoles este un fervoroso sermón en que reprendió fuertemente sus vicios y les alcanzó la gracia que pedían. Convirtiose principalmente en este sermón un tal Juan Velita, ciudadano noble. No pudiendo este por su obesitud subir el monte donde San Francisco tenía su cabaña, le rogó que fundase convento cerca de la villa. (...) 
y allí se construyó el convento. Este es célebre por varios milagros que en el hizo el santo, entre los cuales, San Buenaventura refiere tres que obró con animales irracionales. Consisten estos en una liebre, una ave y un pez quienes, después de que San Francisco hubo negociado con los que los habían cogido su libertad, no querían moverse de su lado. Otro milagro más importante tuvo lugar en este convento, y fue que en la noche de navidad el santo, en presencia del indicado caballero, Juan Velita, mereció tomar en sus brazos y sacar del pesebre al niño Jesús vivo'' (Francisco de Asís Mestres, Galería seráfica, o sea, Vida del gran padre y patriarca San Francisco de Asís 1857).

Aquí ha salido ha relucir otro suceso que a menudo es omitido o tenido por mera leyenda, como es el denominado milagro del pesebre de Greccio cuando los fieles del lugar contemplaron con sus ojos cómo San Francisco adoraba, tomaba en sus brazos y besaba al Niño Jesús al término de aquella celebración. Es este un fenómeno que han experimentado no pocos santos y místicos a lo largo de la historia: Santa Teresa de Jesús, San Cayetano de Thiene, Santa Rosa de Lima, Santa Gema Galgani, Santa Faustina Kowalska, la Beata Ana Catalina Emmerick... Pero especialmente este ha sido un fenómeno muy unido a la Orden Franciscana, quizá por el valor espiritual que siempre han dado a la Navidad. Ahí tenemos a San Antonio de Padua, a San Félix de Cantalicio, e incluso la misma Santa Clara en la noche de Navidad del año 1552 -veintinueve años después del suceso de Greccio- estando de abadesa de su convento de Siervas Pobres de San Damiano de Asís, ya tan enferma que no pudo participar de la santa misa, y tuvo que quedarse postrada en su celda. 

Dos hermanas testificaron en el proceso de canonización; dos gracias que recibiò la Santa Madre Clara de Asís aquella noche: una ver al Niño Jesús, 
-según dijo Sor Felipa- como lo contemplaron los pastores en Belén; la otra tenía que ver con la "misa de gallo" que no la tenían en el convento, sino que tenían que desplazarse a la iglesia de San Francisco: aquella noche Santa Clara pudo ver y escuchar desde su cama toda la celebración con su cantos y sermón, como testifico otra hermana de comunidad llamada Sor Amada. Por este motivo Santa Clara es la patrona de la Televisión y los reporteros. Santa Clara pudo ver la misa sin asistir a ésta; San Francisco también quiso ver la noche de Belén sin haber estado en ella, con los ojos del cuerpo y los del alma. Y así, si Belén es la cuna del Señor, Greccio es como acertadamente así lo definió el actual Arzobispo de Oviedo Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M. "el punto de partida de las representaciones belenísticas de la piedad cristiana'' (Jesús Sanz Montes. San Francisco de Asís, compañía para nuestro destino: Un acercamiento a la teología de los santos. Ediciones Encuentro 2021).

El capuchino alemán Leonhard Lehmann no comparte la idea extendida de que San Francisco fuera el primer belenista ni que los franciscanos extendieran esta piadosa tradición; señala más bien a los jesuitas, aunque sin aportar muchos datos al respecto. Lo que sí nos regala este autor que sabe más de teología espiritual que de historia, es una profunda reflexión de por qué el pueblo cristiano hizo suyo este sentir, la cual me parece digna de ser tenida en cuenta: ''Así pues, con la escenificación de la Nochebuena, Francisco se halla, por una parte, dentro de la corriente de su tiempo; pero, por otra, la vinculación de esta representación con la eucaristía es un elemento nuevo y presenta rasgos singulares e inimitables que hay que agradecer a las dotes de simplicidad e improvisación de Francisco. Toda su celebración litúrgica cuasidramática está impregnada de la experiencia y transmisión de la fe de Francisco, tan personal, global y sensible. Aquí y en la universal popularidad del Santo radica el que la voz popular quiera presentarlo como el introductor y difusor del belén'' (L. Lehmann, El "Salmo Navideño" de san Francisco (OfP 15), en Selecciones de Franciscanismo, vol. XX, núm. 59, 1991). 

Acercarse a la navidad en clave franciscana no se limita únicamente a poner el nacimiento, sino a vivir lo festivo con sobriedad, para no dejarnos contaminar con la navidad social y consumista, que poco ya tiene que ver ni con Greccio, ni mucho menos con Belén. Para el Poverello la Navidad era la ''fiesta de las fiestas'', pues como igualmente resumió magistralmente Benedicto XVI sobre Greccio: “El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor” (Audiencia General del 23 de Diciembre de 2009).

Se cumplen así ocho siglos de aquel primer Belén; sí, pero también de la Regla Franciscana que tanto ha ayudado y ayuda no sólo a consagrados, sino a los laicos que siguen a Cristo a través de los pasos de San Francisco, en la Tercera Orden Seglar. Aprovechemos la Indulgencia Plenaria que esta Navidad ha concedido la Santa Sede, y que se podrá ganar visitando las iglesias regentadas por familias franciscanas en todo el mundo, deteniéndonos en oración ante los belenes allí instalados. El texto de la Penitenciaría Apostólica no nos precisa si están incluidos los templos que regentó la Orden y mantienen su espiritualidad aunque no haya comunidades; por tanto, en Asturias sólo serían en principio dos iglesias donde se podría obtener esa Indulgencia: la iglesia parroquial de San Antonio de Padua de los Franciscanos Capuchinos de Gijón, y el Monasterio de la Purísima Concepción de las Clarisas de Villaviciosa.

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