martes, 8 de agosto de 2023

Misa sobre el mundo. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Hace cien años que el jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) ofreció en Ordos (Mongolia), la “Misa sobre el mundo”. Fue en la mañana del 6 de agosto de 1923. No disponía de pan ni de vino para el sacrificio eucarístico, por eso la celebró con la fórmula oral que conocemos gracias a sus notas.

Ya le había sucedido lo mismo en los bosques que bordean el río Aisne, durante la Primera Guerra Mundial: «Yo que hoy no tengo, Señor, yo que soy vuestro sacerdote, ni pan, ni vino, ni altar, voy a extender mis manos sobre la totalidad del Universo y a tomar su inmensidad como materia de mi sacrificio».

Para conmemorar aquella elevación, en Asia, hace un siglo, del padre Teilhard de Chardin, también yo celebraré esta mañana del 6 de agosto de 2023, fiesta de la Transfiguración de Jesucristo, “Mi Misa sobre el mundo” en una de las cimas de nuestras montañas astures, con este texto de ofrenda que he compuesto:

«Yo, sacerdote tuyo, en mi alma inmortal, abierta al infinito, alma que es ahora patena y cáliz, te presento en esta altura en la que me hallo, Santísima Trinidad, la inmensidad, en todas sus formas, de la materia, constituida por átomos disgregados a los que tú confieres entidad, grandeza, permanencia y unidad.

Y no sólo la materia que, en este instante sublime, se extiende visible, en su arrobadora belleza, ante mis ojos, sino también los elementos invisibles que componen el inabarcable e incomprensible, aunque finito, universo. Ignoro cuáles puedan ser, de esos elementos, en su totalidad inaprensible, la naturaleza y las propiedades.

Recojo y te presento como oblación, ejerciendo el sacerdotal ministerio de mediación e intercesión que me confiaste, la oración que el cosmos eleva sin interrupción hacia ti, Dios Padre, su Creador, que has hecho todo cuanto existe por tu Verbo e Hijo Unigénito, Jesucristo, igual a ti en la divinidad, que nació en nuestra carne mortal, cuando llegó el tiempo establecido, de María siempre Virgen.

Todo lo has hecho por medio de Él y para Él, que vive eternamente unido a ti y al Espíritu Santo, Dios igualmente y Santificador, al que ahora invoco en epíclesis sobre la realidad que avisto y la que no, para que sea subsumida en la Carne de Cristo cual especie de pan que la Iglesia te presenta, y yo en ella, Dios Padre, para la transustanciación eucarística: “ut Corpus fiat Domini nostri Iesu Christi”.

Te presento la vida que, en el día de hoy, germinará, crecerá, se multiplicará, florecerá y morirá sobre la faz de la tierra, así como las penas, estrecheces, miedos, oscuridades, incertidumbres, soledades, trabajos, dolencias, fatigas, adversidades, naufragios, decaimientos, desencantos, desilusiones, derrotas, frustraciones, retrocesos y sufrimientos de la humanidad entera.

Pongo ante ti a las personas de ayer, hoy y mañana, a todas y a cada una en su individualidad y singularidad, especialmente a las que lloran, a las que desesperan, a las que les cuesta amar y perdonar, a las que no tienen quien las sostenga. Une este vino, el de sus vidas, las nuestras, que mana del lagar de la existencia, al que ha de ser, transustanciado eucarísticamente, por mi palabra y tu poder, Sangre de Cristo: “ut Sanguis fiat Domini nostri Iesu Christi”.

Emulsiónalo todo en ti, divina Trinidad, para que sea en sí, al igual que tú, unidad y distinción. Todo viene de ti y todo tiende y se mueve hacia ti, siendo Cristo, Cabeza de todo, el que le da consistencia, cuerpo y gloria.

Recibe, Dios Uno y Trino, a través de mi servicio sacerdotal, la oblación espiritual de cuantos, deseándolo, les será imposible asistir hoy a Misa. También la de quienes, si te conocieran, desearían asistir y que, aun sin tener consciencia de ello, se hacen a sí mismos, a su manera, ofrenda viva para ti.

Descienda sobre unos y otros, por este mi humilde servicio, tu amor, tu gracia, tu paz, tu perdón y tu vida divina. Los llevaré en espíritu a la Misa que luego celebraré sobre el altar de la iglesia, sacramento en el cual, al pronunciar las palabras “Hoc est enim Corpus meum” e “Hic est Calix Sanguinis mei”, siempre acontece el sobrenatural misterio de la consagración de las especies de pan y de vino en verdadero Cuerpo y verdadera Sangre de Cristo.

Y también del mundo -sus realidades y procesos-, que, como toda la creación, gime, siente dolores de parto y suspira por verse liberado de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

Per Christum, et cum ipso, et in ipso. Amén».

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