En su artículo de fiestas de este año, Don Joaquín aborda el hecho de la Visitación de María a Isabel tal como lo tratan de vivir en su regla y constituciones las religiosas salesas o visitandinas. Y es que aunque fueron los hijos de San Francisco de Asís quienes en pleno medievo se convirtieron en los primeros adalides en la devoción de este hito de la vida de María, lo cierto es que seguramente no habría calado tantísimo en Europa sin las figuras de Santa Juana Francisca de Chantal y, especialísimamente, de San Francisco de Sales.
Sería hermoso poder condensar todas las enseñanzas que San Francisco de Sales a través de su amplísima obra escrita y ordenada en veintiséis tomos dedica a profundizar en el gran misterio de la Visitación de María, del que fue un gran promotor de su culto en el siglo XVII. Veamos algunas pinceladas de sus enseñanzas, realmente profundas, que dan muestra de las muchas horas que en su vida dedicó a meditar y contemplar este pasaje del evangelio de San Lucas:
Actúa el Espíritu Santo
Ante las cosas que vienen de Dios, el mal tiene poco que hacer; esta es la clave que señala el santo obispo de Ginebra en sus escritos al precisar que ''Refiere, pues, el evangelista que la Virgen se levantó con presteza y se dirigió a la montaña de Judea, para enseñarnos la prontitud con la que se ha de corresponder a las inspiraciones divinas''. Y es que no cayó María en pereza, miedo, preocupación o tibieza, sino que actuó movida por el Espíritu Santo al hacerlo así. Fue elegida por su humildad para la misión más grande, para permitir a Dios plantar su tienda en medio de su pueblo, tomando carne de nuestra carne en sus entrañas purísimas. El Señor enaltece a los humildes como cantará Ella a continuación del anuncio del Ángel; de la Encarnación misma, cuando el Creador sin principio ni fin decidió que era la hora de entrar en el tiempo haciéndose uno de nosotros. Y María no se detuvo a contemplar lo que acababa de ocurrir en su vida, sino que inmediatamente de conocer el estado de su prisa, marchó presurosa a su ayuda.
Se humilla ante Dios y ante los hombres
María en la Anunciación se humilla ante Dios y reconoce que ''ha mirado la humildad de su esclava'', y se humilla al ponerse en camino para servir a su prima. La bendita Nazarena se abaja ante Dios y ante los hombres, por ello Isabel la ensalza: "¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?". San Francisco de Sales al comentar este aspecto, cita a San Pablo primero: ''que cuanto mayor sea tu amor a Dios, tanto mayor será tu amor a tus hermanos'', y después a San Juan: "¿Cómo puedes amar a Dios, a quien no ves, si no amas a tu prójimo a quien ves?''. Y remata su explicación el santo fundador de las visitandinas reflexionando lo siguiente: ''Si queremos pues, manifestar que amamos a Dios, y si queremos que se crea que le amamos, hemos de amar también al prójimo, servirle, ayudarle y aliviarle en todas sus necesidades. Por lo cual, sabiendo bien la Virgen Santísima esta verdad, se levantó prontamente -dice el evangelista- y se fue ''con presteza'', hacia los montes de Judea''.
Manifestación de amor
Todo radica en el amor, y es que María llevaba ya en su seno al Amor de los Amores. Ella actúa movida por la caridad, porque su alma estaba inflamada del Amor de Dios que la empujaba a ayudar a los demás ciertamente, pero especialmente llevándoles a Cristo mismo que es el mejor bien que podemos hacer al hermano. María no le llevó en palabras ni hechos únicamente, sino que lo portaba físicamente cual custodia preciosa, cuál copón o sagrario que guarda al mismísimo Hijo de Dios. No pasó esta verdad desapercibida, como así reconoció Isabel ante el salto que Juan dio en su interior. Así escribirá San Francisco de Sales: ''No es maravilla que este Sagrado Corazón de Nuestra Reina y Señora estuviese tan lleno de amor y de celo para la salvación de los hombres''. Estaba llena de amor; sí, pero también de celo. La hija de Joaquín y Ana sintió la prisa y la necesidad de no quedarse la grandeza de Cristo para sí misma, sino que corrió a compartirla.
El camino del misterio como portadora de Dios
Nada sabemos de aquella ruta desde el silencioso Nazaret al montañoso Ai Karem; aquel viaje de 130 kilómetros que María realiza desde su casa a la de Zacarías e Isabel. A lo largo de los siglos artistas, místicos y poetas, han profundizado en esta escena que cariñosamente denominamos la primera procesión del Corpus: ¿Iba San José? Lo que es seguro es que María no iba sola, llevaba al Verbo encarnado en su interior, y a buen seguro, a los ángeles custodiando aquel auto sacramental que en tantos lugares vemos representado en la Madre del Redentor en cinta a lomos de una borrica. Cómo no recordar el capítulo 9 de la profecía de Malaquías; esto dice el Señor: ''¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos''. El camino hacia Ai Karem parece ya una prefiguración del domingo de ramos. Pero aquí está María a la que contemplamos cual portadora de Dios, la que da a luz al Altísimo: la Madre del Señor.
Se presenta la nueva Eva, salir de sí
Llega María a la puerta de casa de Isabel y Zacarías y saluda a su prima, y aquel saludo no es cualquier cosa, sino que toca el corazón y el alma de aquella anciana hasta el punto de no sólo conmoverla a ella, sino a la criatura que estaba en su vientre, el pequeño Juan. María no sólo trae su saludo, trae a Cristo mismo, y esto es lo que hace que una distinguida esposa de un sumo sacerdote del templo se incline ante una humilde y jovencísima nazarena desposada con un carpintero. María salió de sí mismo al dejar su casa e ir Ai Karem, al dejar lo confortable de su hogar para ir a una vivienda ajena a prestar ayuda. María llega a casa de Isabel para servir, para ser la última, como así lo hará su Hijo venido al mundo en sus entrañas, "no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos". San Francisco de Sales dirá sobre esto: "¿Qué tendrá el saludo de la Virgen que provocó ese torrente de alabanzas en Isabel?" Compara el Santo obispo ese detalle de los lugares, uno los alrededores de Jerusalén y otro en Nazaret, el pueblo desconocido del que se decía que nada bueno podía salir de él... Y en otro pasaje de sus obras afirmará San Francisco de Sales: ''La Santísima Virgen vino para restaurar con su humildad lo que la primera Eva había perdido por su orgullo... Cuando el ángel la llama Madre de Dios, ella, humillándose hasta el abismo de su nada, se dice su esclava, y cuando Santa Isabel la proclama bienaventurada y bendita entre las mujeres, ella responde que esta bendición procede de que el Señor ha mirado su bajeza, su pequeñez e indignidad''.
Santa Isabel nos completa el Ave María
María entona su canto de alabanza, su éxtasis de corazón, de amor y alegría que dirá San Francisco de Sales. Pone de manifiesto que se encuentra desbordada por el amor de Dios al reconocer que su espíritu se alegra en su Salvador. En este dulce canto de contemplación María vuelve a demostrar cómo sale nuevamente de sí. María no habla por sí misma, lo hace movida bajo su fe y bajo la inspiración del Espíritu Santo. Y esto mismo experimenta Santa Isabel, que nos completa o da continuidad a ese Ave María que pronunciara el Arcángel Gabriel, al que se añaden sus santas palabras: ''Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre''. Isabel con estas palabras reconoce que sabe que lleva al Redentor en su interior, que esta verdad innegable le ha sido revelada, la ha llenado y, más aún, la ha santificado. El Santo obispo de Ginebra nos da la clave de este hecho: ''La primera cosa que hizo Santa Isabel fue humillarse profundamente, pues exclamó: ¿de dónde me viene esa felicidad de que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Así el primer fruto de la gracia es la humildad que lleva al alma a anonadarse en el conocimiento de la grandeza de Dios y de la propia nada y falta de méritos''.
Visítanos Señora
Que María nos visite es una alegría desbordante, algo que en casa de Zacarías experimentaron bien. Por ello en esa preciosa costumbre de la religiosidad popular de las imágenes peregrinas de Nuestra Señora que visitan los hogares, a los enfermos y solitarios constituye también revivir de nuevo la Visitación donde Nuestra Señora nos honra, llena de alegría el hogar y nos colma de bendiciones, al tiempo que sintiéndola tan próxima nos hallamos más confiados para acudir a Ella como medianera de todas las gracias al interceder por nosotros ante su Hijo. Sobre esto comenta San Francisco de Sales: ''En lo cual se ve que el segundo efecto del Espíritu Santo es hacernos permanecer firmes en la fe, confirmar en ella a los demás, y después volvernos a Dios, reconociendo que El es el origen de todas las gracias y bendiciones que recibimos. Cierto es, dice Santa Isabel a la Santísima Virgen, que vos sois bendita entre todas las mujeres; pero también es cierto que esta bendición os viene del fruto de vuestro vientre, en el cual lleváis al Señor de las bendiciones''. María siempre nos lleva a Jesús, y nunca se queda en ella misma. Cuando descubrimos el regalo de ser visitados, descubrimos la importancia de visitar a los que nos requieren. Por ello dice el Santo fundador de las visitandinas: ''Es cosa muy amable y provechosa el que nuestras almas sean visitadas de esta soberana Señora, porque su visita nos trae siempre muchas bendiciones''. Y más adelante explicita: ''Santa Isabel era su pariente y por eso fue a visitarla. Pero ¿Qué hacer para ser de la familia de nuestra amada Soberana? Oh, Dios mío, hay mil medios para ello. ¿Queréis estar emparentados con la Virgen? Comulgad y, al recibir el Santísimo Sacramento, recibiréis la carne de su carne y la sangre de su sangre...''
Ella todo nos lo da
En la Visitación descubrimos que Jesús es todo de María, y que María es toda de Jesús, y este misterio lo vemos de forma especial al contemplar a la Madre del Señor en estado de buenaesperanza: los dos corazones en el mismo cuerpo, ambos latiendo tan cerca uno del otro, prácticamente a la par. He aquí el corazón del Verbo Encarnado y el corazón inmaculado de Nuestra Señora. Laten al mismo tiempo, al igual que regalan su amor a Dios y a los hermanos al unísono. El vientre de María es Santuario de la vida donde Dios invisible tomó cuerpo humano para hacerse visible. Acercarse al pasaje de la Visitación es interiorizar lo que la Santísima Virgen y su Hijo aún no nacido nos regalan: la rapidez a la hora de servir, la docilidad, la generosidad, la discreción, la fe ardiente, la sencillez, la modestia, la discreción, cordialidad, entrega, servicio, deferencia, caridad, humildad... Mirando a María de la Visitación aprendemos lo que es cumplir con el propio deber aquí y ahora, incluso las faenas más sencillas con la mayor dedicación y amor: qué mejor forma de amar a Dios, de amar a su Hijo, que haciéndose ella misma patena para la ofrenda, custodia del Dios Vivo y madre de Jesucristo Sacerdote. María saldrá en nuestra ayuda presentando a su Hijo nuestros males para darles remedio, pero antes hemos de saber vivir abrazados a la cruz y cristificados en ella. Sobre esto dirá San Francisco de Sales: ''Si queremos, pues, participar de las visitas de la Santísima Virgen, preciso es no pedirle consuelos, sino resolverse a sufrir sequedades, arideces y disgustos tales y tan grandes, que algunas veces parezca estar abandonados de Dios. Preciso es no engañarse: si queremos que nos visite, debemos abrazar los sufrimientos. Ella no visitó a Santa Isabel, sino después que ésta sufrió muchos desprecios y abyección, a causa de su esterilidad. No pensemos que se pueda practicar la devoción sin dificultad; donde hay más penas, hay frecuentemente más virtudes. En suma, para recibir esta santa visita, preciso es obrar una transformación interior y morir para sí mismo, a fin de no vivir más que por Dios y para Dios; en una palabra, humillarse mucho, a ejemplo de Santa Isabel''.
Magníficat viviente
Que estas enseñanzas nos ayuden meditando el misterio de la Visitación, a ser cada uno de nosotros un Magnificat viviente. San Francisco de Sales denomina el cántico de María como «éxtasis del corazón», «éxtasis de la humildad» o «éxtasis del amor y de la alegría». En su visita a Santa Isabel María sale de sí física y espiritualmente con una actitud modélica en su forma de actuar; ante su prima derrocha exteriormente la grandeza de su alma, su intimidad mística y su alabanza más sincera, que sabe reconocer su pequeñez que se ve enaltecida por el amor insondable de Dios. Recuerdo la homilía que pronunció el entonces Administrador Diocesano de la Archidiócesis de Oviedo Monseñor Raúl Berzosa en la reapertura del culto en el Santuario de la Cueva en Piloña, citando a San Pablo VI: ''Tenemos que ser Marías con tres Ms en nuestra vida: cada día reconocer nuestra "Miseria", para pedir a Dios "Misericordia" y cantar el "Magníficat''...
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