lunes, 24 de julio de 2023

El trigo y la cizaña. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En este domingo XVI del Tiempo Ordinario el evangelio presenta tres parábolas entrelazadas que se apoyan en elementos del campo, y es que Jesucristo quiso revelarnos los misterios de la eternidad a través de ejemplos muy sencillos consciente de que los pequeños, los pobres e iletrados son a menudo los que mejor disposición tienen para recibir, comprender y hacer suyo el evangelio. Tan bueno es el Señor con nosotros que no nos deja a la intemperie para la comprensión de su verdad, sino que nos da su Palabra de vida a nuestra altura, con una pedagogía magistral inserta en nuestras realidades.

La parábola en la que nos detenemos hoy es la del trigo y la cizaña, donde Jesús trata de decirnos muchas cosas, más quedémonos al menos con tres con las que hacer nuestro este pasaje: En primer lugar hemos de tener claro que el trigo crece junto a la cizaña, y la cizaña junto al trigo; es decir, siempre hay bueno y malo, y está mezclado. En el análisis surge una tentación muy común en la que caemos constantemente, y es tratar de delimitar o separar con juicios donde termina uno y empieza otro. Los de este grupo son uno y los del otro lo contrario... Es un error, en todos los grupos y gentes hay trigo y cizaña; el mal y el bien conviven y crecen juntos, y no debemos jamás generalizar, pues pasaría que terminaríamos equivocándonos y obteniendo el resultados fallidos. No llamemos cizaña a lo que puede ser trigo. Todos nosotros en nuestro interior tenemos parte de uno y de otro, y nadie tiene derecho a hacer juicios de valor sobre otros que pueden ser temerarios; es más, el que realmente en sí mismo logra que haya más trigo que cizaña, jamás saldrá de su boca una sentencia sobre otro. 

Otra realidad que tenemos de tener presente es lo dificilísimo que es distinguir uno de otro. Si nos fijamos en una espiga de trigo y una espiga de cizaña son prácticamente idénticas, pero no lo son, ciertamente, y esto lo saben muy bien los agricultores. Así nos ocurre a nosotros cuando estamos convencidos de que debemos de adoptar una actitud concreta hacia una persona y, por ejemplo, le negamos el saludo o ponemos zancadillas haciéndole "la vida imposible". Y pensamos: ''lo estoy haciendo bien, pues como es cizaña debo contribuir a arrancale''... Nos obcecamos, y queriendo actuar en justicia resulta que nosotros mismos nos convertimos en cizaña, y los que nos están padeciendo son en verdad el trigo. Pero claro, lo más difícil para las personas es reconocer los propios errores, rectificar y ser capaz de ver que hasta la persona que me parece la más mala tiene su lado bueno que yo nunca he descubierto o querido ver. 

Ante ello, ¿cuál es la misión que tenemos en la vida como cristianos?... Hay personas que piensan que su misión es acabar con los malos a modo de terrible justiciero. Esto es común por desgracia también dentro de nuestra Iglesia y en todos los ámbitos sociales y culturales, lo que en nosotros supone un terrible antitestimonio. Laicos que piensan que sólo ellos son buenos y el resto de la parroquia son todos unos ateos y malos; sacerdotes o religiosas que piensan que sólo ellos hacen bien todo y los demás son una calamidad, o conservadores y progresistas que se agotan en señalar al contrario como la cizaña... Esto es uno de los mayores fracasos del cristianismo: jugar a ser segadores de cizaña. Hay que ser muy atrevidos para hacer batalla a los malos, cuando uno mismo en sí tiene mucho mal que combatir. La mejor forma de que aumente el trigo en nuestra Iglesia es hacer esta lucha en nuestro propio interior, quemando nuestra propia cizaña y cuidando también del buen trigo. Ojalá sepamos hacer nuestras estas parábolas, y así algún día brille para nosotros el sol en el reino de nuestro padre.

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