Con la llegada del estío nos ocurre casi como cada día al concluir la jornada, donde como dice bellamente un bello himno de la liturgia de las horas: "el sueño hermano de la muerte a su descanso nos convida". Somos convidados y convocados a descansar, y para ello se aligeran agendas, horarios y preocupaciones. Cada cual enfoca sus vacaciones como puede y quiere, pero incluso no pudiendo escapar a algún sitio, sabemos descansar haciendo las jornadas más livianas y el tiempo de ocio más amplio. El descanso es también para el creyente un termómetro de fe, pues no existen vacaciones de ir a misa, de rezar el rosario, de visitar al Santísimo, de cuidar mi vida de oración. Lo hacemos en otros lugares, pero no dejamos de lado aquello que nuestra alma requiere y necesita más que el agua para una planta.
Antiguamente y aún hoy en algunas parroquias y lugares, los niños de la catequesis llevaban consigo una cartilleja para que les firmara el sacerdote de la parroquia a la que acudían con su familia en el tiempo de vacaciones fuera el lugar en Benidorm o Candanchú. Respeto a los compañeros que tiene esa costumbre, pero yo personalmente, no necesito fiscalizar a nadie, pues la cámara de seguridad que nunca falla y que todo lo registra es la mirada del mismo Señor.
El descanso veraniego nos ayuda a reflexionar también sobre el descanso eterno, y es que por muchas horas que estemos al sol en una tumbona, más tiempo aún echaran nuestros huesos o cenizas esperando la resurrección. Es algo vital en nuestra espiritualidad tener presente siempre no sólo que somos de Dios, sino que vamos hacia Dios. He aquí que las vacaciones no pueden ser un pretexto para hacer una doble vida y ser allá donde vayamos lo contrario de lo que somos durante el curso; no, hemos de ser iguales, incluso mejores, dado que al disponer de más tiempo y tener menos prisas podemos pensar bien cada paso que damos: vivir con sencillez y alegría ese lenguaje de la fraternidad y la belleza que pedía el Papa Francisco en su encíclica "Laudato Sí". Nunca la Iglesia se ha opuesto al turismo; todo lo contrario: cuántas familias comen gracias a ello, cuántos pueblos se mantienen vivos, cuántas oportunidades de encuentro, diálogo y evangelización nos posibilita ese tiempo como dicha pastoral. Todo viaje, excursión o nueva ruta es una posibilidad de vivir aquel camino de Jerusalén a Emaús dejándonos sorprender por el Señor que siempre quiere hacerse el encontradizo.
Dejémonos maravillar por la obra del Creador en tantos paisajes, tierras y localidades que son, sin duda, una antesala al paraíso donde hacemos nuestras las palabras del salmista: ''que maravillosas son tus obras Señor, todas las hiciste con sabiduría''. Acercarse a otras costumbres, culturas, tradiciones, lenguas, arte e historia, nos hace reflexionar sobre lo pequeños que somos, teniendo como hilo conductor de todo ello la fe, siempre presente en los rincones más insospechados del orbe. Las fiestas de cada pueblo, villa, aldea, barrio o ciudad; devociones de cada comarca, figuras reseñables de nuestra historia sagrada: evangelizadores, mártires, pastores, religiosas etc... Innumerables santuarios dedicados a la Madre de Dios, al Señor, a la Cruz, a la Eucaristía. Siempre es un ayuda a la hora de dibujar la ruta o decidir el destino informarse de los lugares que están de jubileo como Santo Toribio de Liébana, la Gran Promesa de Valladolid o la Cruz de Caravaca. Rutas de catedrales, monasterios, templos románicos, de arte mudéjar... Y así una infinita lista que España y Europa nos ofrecen para descansar el cuerpo, enriquecer la mente y, especialmente, el alma.
Os animo a disfrutar del verano y aprovecharlo para descubrir alguna de las innumerables maravillas de todo tipo diseminadas el mundo entero, a saborear el tiempo en familia y encontrarlo para estar con el Señor también en estos meses donde Él seguirá esperando nuestra visita, nuestra asistencia a la misa y nuestra reconciliación con Él y los hermanos estemos donde estemos, pues en cualquier templo católico del mundo estará Jesús aguardando que vayamos a verle, que le hagamos compañía y estemos un rato a su lado como la lamparilla roja que nos advierte su presencia.
De corazón a todos: ¡feliz verano y felices vacaciones!
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