martes, 25 de julio de 2023

P. José Blanco, misionero de la cercanía. Por Joaquín Manuel Serrano Vila, Arcipreste de Oviedo


La Comunidad claretiana de Oviedo ha perdido a uno de sus puntales, el P. José Blanco Sanabria (C. M. F.) que sin olvidar nunca sus raíces zamoranas ni a su queridísimo pueblo de Valer de Aliste, supo hacerse un asturiano y un ovetense más ganándose el corazón de tantas familias de la parroquia del Corazón de María: comunidades del camino Neocatecumenal, miembros de Pastoral Familiar y todo aquel que se acercara al templo cordimariano de la plaza de América donde el Padre Pepe era la cercanía y amabilidad encarnada, el cual sabía poner a cada realidad parroquial calor y amor cristiano.

Siempre se podía contar con él; siempre estaba disponible para cualquier tarea y de forma muy concreta, como el resto de hermanos de Comunidad. Siempre colaboró como un miembro más del presbiterio diocesano implicado en la realidad del Arciprestazgo y de la Diócesis. Desde mi incorporación al Arciprestazgo me llamó la atención el entusiasmo de los religiosos en todos los campos de apostolado e iniciativas del Arzobispado, pero especialmente, el P. José Blanco y el P. Fernando Sotillo han sido dos incansables trabajadores de la Viña del Señor. Un viñedo que para ellos no terminaba en los límites de su Parroquia, sino que iba siempre más allá. Un guiño del buen Dios fue encontrarse aquí en Oviedo con Santa Eulalia de Mérida, Patrona de su parroquia y pueblo natal, al igual que de la Archidiócesis de Oviedo.

Sé que su partida es un duro golpe para la comunidad parroquial y para su Provincia Claretiana. Y es que el Padre Pepe tenía dos características: la primera ser fiel cumplidor de todas las citas; igual le daba el Vía Crucis arciprestal que el funeral del Papa Benedicto; la Novena de Covadonga o el retiro de Adviento... Allá llegaba él puntual a la convocatoria. Y por otro lado, tenía la gran capacidad de facilitar el trato, de entablar conversación sencilla y cordial y arrancar sonrisas y complicidades. Pequeño de estatura, pero muy grande de mente y corazón. Se desvivía por los quehaceres pastorales disfrutando de lleno particularmente en el acompañamiento a las personas.

Su vida fue de misión en suelo patrio, principalmente entre su Zamora natal y su "Patria querida". Profesor que dejó huella entre sus alumnos y abuelo-amigo de los niños: pastor cuidadoso de su rebaño. Prueba de todo ello pueden darla quienes le tuvieron de maestro, quienes de pequeños rieron con él en los campamentos veraniegos en Valdepuélagos, así como los fieles de Gijón y Oviedo que lo tuvieron como párroco, atento y sensible siempre a las realidades de sus feligreses. En su vida hizo suya la petición de San Antonio María Claret: “Debes mirar e imitar continuamente la humildad y la mansedumbre de Jesús; la humildad es el fundamento de todas las virtudes; y como se cae un edificio alto sin cimientos, así también vosotros si no sois humildes”. Esto fue sin la menor duda el P. Blanco: humilde y sencillo en todas las facetas de su ministerio.

Entregó su vida con generosidad prácticamente hasta el final. Seguramente si por él hubiera sido habría estado hasta el último suspiro al pie del cañón en la Parroquia. En estos tres últimos años convivió con una dura enfermedad que fue minando poco a poco sus fuerzas hasta que sus superiores optaron por trasladarle hace apenas unos días a la enfermería que los Claretianos tienen en León, donde falleció en la madrugada de este sábado 22 de julio. 

Lo encomendamos al Beato Juan Díaz Nosti y sus compañeros mártires de Barbastro, así como muy especialmente al Corazón Inmaculado de María.                           
                                                                                           Descanse en Paz

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