El evangelio de este domingo XIII del Tiempo Ordinario hemos de saber interpretarlo desde la inteligencia, para no hacer malas interpretaciones de lo que en verdad significa la radicalidad evangélica. Hemos de vivir sin miedos como nos recordaba el Señor la pasada semana, pero estando atentos a lo que Jesús nos dice literalmente y entre líneas: ''El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí''. El significado de estas palabras podemos interpretarlo a conveniencia: como no me gusta tener trato con la familia, como no quiero saber nada de mis padres o no me hablo con mis hijos, soy un buen cristiano porque supuestamente lo priorizo a Él. El tema no es honrar adecuadamente a nuestros padres o no, o que los padres no quieran igualmente a sus hijos, sino que a veces a unos y otros los ponemos en el lugar del Señor, o éstos juegan un papel en contra de nuestra vida de fe. Por eso San Rafael Arnaiz que quería mucho a su familia, y a pesar de ser una familia rica -vivió junto a la plaza de la Escandalera de Oviedo- llegó un momento de su vida que exclamó: ''¡Sólo Dios!''; este sería el mejor resumen para este domingo.
O por el lado contrario, podemos descafeinar esta advertencia del Señor justificando que es algo simbólico, que realmente quería decir lo contrario o que es meramente un comentario simbólico. Ni lo uno ni lo otro, aquí no caben los fariseísmos de tratar de pasarse en cumplidores, ni aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para buscan justificar problemas familiares escudándose en la fe. Tampoco las visiones relajadas del extremo contrario al puntilloso cumplidor. El Señor nos pide que le tengamos por el amor primero, y hacemos mal cálculo si pensamos que poner a Dios el primero va en detrimento de mis seres queridos; al contrario, pues el que sabe darle a Dios la mayor parte de su corazón ve su corazón ensanchado para poder después amar el doble a los suyos. Así es la matemática del Señor, nunca resta; siempre suma. A veces queremos amarlo todo dejando las sobras para Dios, sin caer en la cuenta que dándose todo entero a Dios se nos permite por Él llegar a todos.
Y para ello vivimos desde el amor que se experimenta especialmente en el dolor, la entrega y donación de uno mismo: ''el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará''. Uno podría pensar: ¡que egoísta es Dios!¡Cuanto nos exige! Nada de eso, tengamos bien presentes que Él nos dio a su Hijo y entre nuestra salvación y evitarle sufrir, el Padre eterno prefirió nuestro bien al de su hijo amado. Jesucristo tomó y cargó con su cruz, nos dio ejemplo para que siguiéramos sus huellas: ¿por qué nos cuesta tanto cargar la cruz cuando sabemos que es el camino de la salvación?...
Y luego, en la bellísima parte final del evangelio de hoy que se da el consuelo para los sacerdotes y para los fieles que viven su fe con coherencia, y por ésta, sufren desprecios, críticas y ataques... Los sacerdotes hace mucho tiempo que no somos tan perseguidos como ahora. En los años treinta nos perseguían con armas en las manos, y ahora nos persiguen de otras formas modernas y tecnológicas, y pretenden matarnos de otro modo: socialmente, con calumnias, insultos, ridículos, manipulaciones y mentiras. Basta ver cada vez que salen noticias de nuestro Seminario (incluso de sacerdotes que fallecen) los comentarios tan hirientes, repugnantes y demoníacos que desde las redes sociales lazan y vierten contra los futuros sacerdotes. En el referido tiempo pasado en nuestra Diócesis tenemos muchos seminarista mártires tiroteados como conejos, y otros asesinados cobarde y vilmente. Hoy el odio circula por las redes y en los chigres, en gargantas que con la misma cobardía de otrora destilan pestilente etanol... El sacerdocio siempre ha sido perseguido porque es una de los cosas que el demonio más detesta, y los hijos de Satanás tienen fácil caldo de cultivo en nuestra sociedad.
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