domingo, 10 de julio de 2022

«¿Y quién es mi prójimo?». Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Avanzando en este periodo estival y del Tiempo Ordinario -Domingo XV-, el Señor sigue saliendo a nuestro encuentro. Este domingo la Palabra nos presenta dos ideas fundamentales de nuestra fe: por un lado, la visión de Dios en Jesucristo, y por otro, el eterno debate entre la ley y el corazón. 

El fragmento que hemos escuchado en la segunda lectura tomada de la epístola de San Pablo a los colosenses, corresponde a ese precioso himno cristológico que con tanta frecuencia emplea la liturgia en sus textos donde el apóstol resume de forma elocuente una perfecta catequesis sobre la figura de Jesucristo. Cristo se nos presenta como la imagen visible de Dios invisible; ya no podemos decir que a Dios nadie lo ha visto, cuando ha venido a nosotros en carne de nuestra misma carne. Jesucristo nos despeja la incógnita del Creador, nos hace accesible el misterio, pues nos regala la imagen de Dios en un cuerpo de criatura frágil como el nuestro. Jesucristo nos facilita el acceso la fe que salva, sabe que necesitamos ver y tocar, por ello se da a sí mismo, como se dará de nuevo hoy sobre el altar partiéndose y repartiéndose para nuestra salvación. Entre los títulos que se le atribuyen en el texto está el de ''Primogénito de entre los muertos''... A menudo en los duelos de los tanatorios se dice: ''nadie ha vuelto para contarnos qué hay después''. Esto no es del todo cierto, claro que hay uno que ha vuelto: Jesucristo Resucitado, el cual que venció al sepulcro sobre el que la muerte ya no tiene poder. Pero decir "primogénito" lleva implícito afirmar otra verdad; si decimos que Él ha sido el primero, estamos asintiendo ya que habrá más, y esos seremos nosotros. Esa es la esperanza a la que hemos sido llamados, no sólo experimentar la bajada al sepulcro, sino resucitar a la vida que no acaba jamás donde Él nos precede como primogénito y nos indica como el mejor "GPS" el camino a seguir.

La segunda idea de este domingo sería preguntarnos qué predomina más en mi corazón: ¿la ley o el sentimiento? Por otra parte, no antagónicas, sino complementarias; eso sí, en su justa medida. Esto es lo que nos presenta el paralelismo entre la primera lectura del libro del Deuteronomio y el evangelio. El pueblo judío, tratando de custodiar de forma rigurosa su esencia de pueblo de la alianza y estirpe elegida, había llevado hasta extremos inimaginables el cumplimiento de la ley. Y ya no es que fueran muchísimas normas a recordar y acatar inapelablemente, sino qué, además, vivían axfisiados vigilando no sólo cumplirlas uno mismo, sino vigilando casi policialmente que los demás igualmente lo hicieran. Se llegó así a un fanatismo integrista, donde no había excusas ni peros en el cumplimiento de la ley. Y sin embargo, el texto del Deuteronomio remite constantemente al interior de uno mismo: ''vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma...''. Es cierto que Moisés pide al pueblo observar los preceptos y mandatos, pero no sí o sí y a cualquier precio, sino teniendo estos ''en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas''.

En el evangelio de San Lucas, Jesús recuerda el mandamiento que los resume todos cuando es preguntado por un "maestro de la ley" sobre qué debe hacer para heredar la vida eterna: ''Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma,  con toda tu fuerza y con toda tu mente". Y “a tu prójimo como a ti mismo''... No perdamos de vista que el que hace la pregunta no es cualquiera, sino un escriva, una de las personas más escrupulosas en el cumplimiento de las normas. El Señor le responde con esa preciosa parábola del buen samaritano que es la contestación más clara para su duda y las nuestras: «¿Y quién es mi prójimo?», pregunta aquél buscando que Jesús le diera una respuesta por la vía legal con un argumento jurídico y un sujeto de derecho objetivo y concreto y, sin embargo, le descoloca con esa magnífica lección de lo importante que es anteponer el corazón -la caridad y la misericordia- a la ley en las balanzas de nuestros actos en la vida. 

Jesús no da nunca puntada sin hilo, los personajes que le presentan son un sacerdote, un levita y un samaritano; el Señor da la vuelta a la tortilla y presenta como objetivo hacer el bien y la misericordia, donde ni los afamados buenos lo son tanto, ni los igualmente malos tampoco, sino que la persona es lo que cuenta. La realidad habla por sí sóla: un hombre estaba medio muerto después de haber sido saqueado al borde del camino; el sacerdote y el levita no se pararon a socorrerlo, no por capricho o menosprecio directo, sino por que la exigente e irracional ley lo consideraba impuro. No podían contaminarse deteniéndose con ese herido en día sagrado, viniendo del templo de alabar al Señor. Y sin embargo, va a detenerse la persona peor vista en territorio judío: un samaritano, que eran tenidos por malditos, herejes y enemigos. La lección de esta enseñanza es sublime: ¿ley o corazón? Seguramente la sorpresa del maltrecho herido fue mayúscula, nunca esperó que le socorriera y le salvara la vida un samaritano.... Así nosotros: si nuestra fe antepone la norma a la misericordia, somos igual que los que pasaron de largo ante el hombre mal herido y tirado borde del camino. El Papa Francisco insiste en que sueña con una Iglesia samaritana; es decir, más preocupada en curar heridas que en provocar éstas por "fidelidad" a las normas; ¿Quién es mi prójimo?: aquel que me encuentro en mi vida que necesita ser levantado, abrazado y sanado en el alma y el cuerpo. Y podríamos hacernos una última pregunta: ¿quién era aquel buen samaritano que ayudó a aquel hombre, y que quizá en mi vida también haya habido alguno?... los Santos Padres lo tenían muy claro: ¡Dios mismo! Así lo canta la liturgia en uno de los prefacios: ''También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza''...

Feliz y samaritano domingo.

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