viernes, 8 de julio de 2022

Mons. Ocáriz, en la Catedral: «Este será el siglo del apostolado de los laicos»

(Iglesia de Asturias) La Catedral de Oviedo se quedó pequeña para acoger a las cerca de 1.500 personas, muchas familias, jóvenes y niños, que acudieron este miércoles, 6 de julio, a la eucaristía concelebrada por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz y el Prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, en la que estuvieron acompañados además, por más de cuarenta sacerdotes, miembros de la Prelatura o cercanos a la misma.

La presencia de Mons. Ocáriz se enmarcaba dentro de la visita pastoral que estos días ha estado realizando por Castilla y León y Galicia, acudiendo a la diócesis asturiana a invitación del Arzobispo de Oviedo. «En Asturias tenemos el regalo eclesial del legado carismático de San Josemaría –afirmó Mons. Jesús Sanz en sus palabras de acogida al Prelado–. La presencia del Opus Dei en nuestra Archidiócesis es capilar y contamos con la ayuda de sacerdotes de la Prelatura como también los diocesanos vinculados a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, hombres y mujeres numerarios que llevan adelante los centros en los que se ofrece una formación cristiana a niños, jóvenes y adultos, y luego los distintos miembros de la Obra que como supernumerarios ejercen sus profesiones diversas con gran competencia en una preciosa aportación a la sociedad y a la comunidad diocesana en el campo de la docencia, de la sanidad, de los medios de comunicación, de la judicatura y abogacía, de la economía y la empresa, con un largo etc. lleno de beneficio».

Su visita en Asturias es «motivo de mi alegría y gratitud» por parte de «nuestra comunidad diocesana», dijo el Arzobispo de Oviedo, «por contar con este regalo que nos viene del cielo al haber hecho Vd. parada en Asturias. Sus hijos espirituales y la Iglesia diocesana se lo agradecemos. Viniendo como viene de Santiago de Compostela, donde estuvo venerando las reliquias del Apóstol, llegado a Oviedo donde tuvo su origen el Camino, es allegarse, no a donde está el siervo, sino a donde está el Señor en esta Catedral dedicada al Salvador. Ha hecho el camino inverso. Pero esto se lo perdonamos», le dijo, provocando las sonrisas de los asistentes.

Mons. Fernando Ocáriz, en su homilía, agradeció «las amables palabras» del Arzobispo de Oviedo «hacia el Opus Dei y el trabajo apostólico que, con la ayuda del Señor, viene realizando en esta tierra de Asturias». Quiso recordarles a los presentes que «en estos momentos cruciales de la historia humana, la Iglesia, Pueblo de Dios, siente la llamada del Maestro. Y a través del sucesor de Pedro, a quien Jesús dirigó en primer término la orden de remar mar adentro, la escuchamos todos los cristianos: Duc in altum. Un grito fuerte, de una voz serena, pero exigente. ¡Remad mar adentro! Trabajad denodadamente con Cristo en estas faenas de pesca, y el Señor hará el prodigioso milagro». Además, añadió que hoy «Los nuevos lugares desde donde hay que predicar el Evangelio no están en las iglesias, ni en las sacristías: son la calle, el mundo del trabajo, de la política, de la cultura, de las leyes, de la familia, todo el riquísimo y variado entramado de la existencia del hombre corriente. Y allí quien tiene que anunciar el Evangelio, fundamentalmente con el testimonio, son los fieles cristianos, como el fermento en medio de la masa. Todos vosotros, y de una manera especial los jóvenes, tenéis que recoger y actualizar esa misión de transformar la sociedad, potenciando todos los aspectos positivos que tiene nuestro mundo moderno». «Ciertamente –dijo– este será el siglo del apostolado de los laicos. Un océano inmenso en el que hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El mayor enemigo del apóstol es la desesperanza, el desaliento, pensar que no se puede hacer nada, y caer en un pesimismo indolente. Esta actitud no es cristiana –afirmó–». «Si cada uno de los que estamos aquí, sostenidos por la fe en Cristo y por un incansable trabajo, nos decidiéramos a testimoniar con coraje y sin complejos, la fe que profesamos, ciertamente algo importante cambiaría en el mundo nuestro. Y el asombro, el estupor del milagro obrado por Cristo, que tanto sobrecogió a Pedro, también nos transformaría a nosotros».

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