viernes, 13 de diciembre de 2019

Venerable Padre Gregorio Suárez -O.S.A-. Por Rodrigo Huerta Migoya

¡Los caminos del Señor son insondables!. Hace una semana le preguntaba a un amigo agustino cómo estaba el proceso del P. Gregorio Suárez, y me dijo que no sabía nada, pero prometió enterarse. Yo comenté, claro, es que hace muchos años de su muerte; que cada vez quedan menos personas que lo hubieran conocido y que no había noticias del Proceso. 
A veces las causas se estancan bien por que no se puede decir mucho más que la persona que era buena y, lógicamente, con eso no basta. Se ha de probar que vivió las virtudes cristianas en grado heroico. Hay casos que por otras circunstancias los procesos empiezan tan tarde que cuesta trabajo después probar la vida de cristiano más que ejemplar, pero yo sabía que en el proceso del P. Gregorio no podía ser así. 

El corazón me dio un vuelco cuando leyendo hoy los decretos que ha firmado el Papa en la mañana del Jueves 11 de Diciembre, figura mi admirado Padre Gregorio. Aún el día anterior me había encontrado también sin buscarlo, con la reseña de su hermano D. Manuel Suárez Fernández quién fue rector del Seminario de Oviedo y canónigo de la catedral Ovetense. Unos lo llaman azar, yo lo llamo Providencia.

Fue durante la reunión en la sala clementina del Pontífice con los miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, cuando rubricó esta gozosa noticia para la Iglesia que peregrina en Asturias y para la Orden de San Agustín. La Congregación para la Causa de los Santos, antes integrada en la del Culto Divino, está celebrando medio siglo de meritoria labor de curia.

Inmediatamente le escribí a mi amigo para decirle que ya no hace falta que me informara, pues lo acababa de publicar la Santa Sede, reconociendo el Santo Padre las virtudes heroicas del Siervo de Dios Gregorio Tomás Suárez Fernández, sacerdote profeso de la Orden de San Agustín; nacido el 30 de Marzo de 1915 en La Cortina, España, y fallecido el 23 de Abril de 1949 en Salamanca.


El Venerable P. Gregorio Tomás Suárez Fernández, O.S.A. nació en el barrio de Cauvicha, aldea de La Cortina, parroquia de Santa María de Telledo (Lena) en 1915. Sus padres se llamaban Pedro y Petra, una familia ejemplarmente católica y muy ligados a la vida de la Parroquia.  

Con doce años dejó su querido pueblo para responder a su vocación, ingresando en la Orden agustiniana. Entró en el Colegio-Seminario de Valencia de Don Juan (León) donde hizo el aspirantado y el postulantado. Aquí estuvo de 1927 a 1930. Lo envían de novicio al Colegio de Valladolid, profesando en la capilla colegial el 11 de Octubre de 1931. En la capilta del Pisuerga comienza los estudios de filosofía, concluyendolos en Zaragoza. 

Por sus dotes para el estudio, sus superiores deciden enviarlo a Roma para estudiar allí la Teología. Llega a Roma a comienzos de Noviembre de 1935 y sin haber concluido aún los estudios, deciden ordenarlo por considerarlo un religioso modélico, un hombre de piedad, humilde y bueno que irradiaba evangelio. Era un enamorado de la eucaristía y de la Santísima Virgen, contagiando el amor a lo sagrado con todo el que conversaba. 

Fue ordenado sacerdote el 15 de Mayo de 1938. Sus superiores le encomienda consagrar su vida al campo académico e intelectual, pues las noticias que les llegaban de sus profesores eran que había dejado una gran huella como alumno muy destacado. Obtiene la licenciatura en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma con calificación de suma cumme laude y medalla de oro en 1939, pero él jamás se creyó nada ni presumió de sus logros académicos, considerando que los tenía por la mera obligación de hacer lo que Dios y sus superiores le pedía en ese momento.

Un año después, obtiene la Licenciatura en Filosofía, y el Padre General de la Orden le nombra Sottomaestro de Profesos; es decir, le encargaba la formación de los jóvenes religiosos agustinos que se preparaban en el Colegio Internacional de Santa Mónica de Roma. Aquí se dedicara al estudio pedagógico y al acompañamiento de los jóvenes religiosos, ejerciendo de "mano derecha" del Maestro de Formación, entonces era el P. Canisio van Lierde, quién llegó a ser toda "una institución" en la ciudad eterna, llegando a ser Vicario General de la diócesis romana y "Sacristán del Papa" durante cuarenta años. Fue una figura clave en los trámites de la causa de beatificación del P. Gregorio. 

Mientras atendía a los estudiantes de Santa Mónica, iba redactando su tesis doctoral en filosofía. Le llevó mucho tiempo completarla por la complejidad de las disertaciones. En Roma, los padres jesuitas McCormick y Delannoye aprobaron el esquema de la tesis en 1940 y en Junio de 1941 tuvo la lectio coram en la universidad. No pudo defenderla en Roma pues sus superiores le reclamaban ya en España, y tuvo que abandonar el corazón de la cristiandad a comienzos de Julio de 1941 con el borrador de sus tesis sin terminar. 

Mientras concluía su tesis la Provincia Agustiniana Filipina, le destinaron primero a Zaragoza como ayudante del maestro de profesos, en el convento Cesaraugustano, donde permaneció un año. En 1942 le destinan a Castilla como Maestro de Profesos y Regente de Estudios de los alumnos de filosofía en el Colegio de Valladolid, donde permanecerá tres años. Y en 1945 le envían a Valencia de Don Juan -su primera comunidad de estudiante- a donde irá como Regente de Estudios y Maestro de los filósofos postulantes.

Termina su tesis, la defiende y la prueba con nota en la Universidad de Comillas (Cantabria); el título de su trabajo fué: El pensamiento de Egidio Romano en torno a la distinción de esencia y existencia en las criaturas. En Septiembre de 1946 su tesis fue publicada por Comillas. Su paisano y vecino, el Obispo de Salamanca, el asturiano Fray Francisco Barbado Viejo O.P., al leer su obra le reclama para el Claustro de la Universidad de Salamanca. En 1947 deja su destino en Valencia de Don Juan y se va a Salamanca donde se incorpora al claustro de profesores como doctor pleno iure en la cátedra de Metafísica, por deseo expreso de Monseñor Barbado.

Aunque el obispo de Salamanca le ofreció múltiples posibilidades, el P. Gregorio jamás quiso deferencias ni favores de ningún tipo sino que vivió su estancia en la ciudad en el convento de la Orden de Predicadores como un fraile más, aunque él vestía de negro y los demás de blanco. El que se lo cruzaba por la calle no se imaginaba que era un catedrático de la Universidad, sino más bien un pobre fraile. Además de la docencia, se le encomendó la capellanía de las monjas Agustinas Recoletas de la ciudad, para las que hizo las veces de capellán y confesor. Por aquel entonces no había presencia de Agustinos en Salamanca, por ello se fue a vivir con los dominicos. 

Tras apenas dos años en Salamanca como profesor y capellán de monjas, enferma de tuberculosis, falleciendo en el convento de San Esteban el 23 de Abril de 1949. Su muerte impactó a toda la ciudad; no sólo en el mundo eclesiástico sino especialmente en el mundo académico y universitario en el que dejó en muy poco tiempo una huella que aún perdura. Murió en olor de santidad, aunque aún tardaron décadas en recopilar los testimonios de su vida ejemplar.

Gracias a que el P. Francisco Aymerich Codina se molestó en acudir inmediatamente a Salamanca al tener noticia de la muerte del P. Gregorio y salvar todos sus escritos, diarios y anotaciones, los cuáles este religioso trasladó al convento Agustino de Valladolid, ha permitido profundizar en el alma de este fraile sabio y santo, al que Dios consideró ya maduro para la vida eterna con tan sólo 34 años. 

En 1982 se abrió su Proceso de Canonización en la diócesis de Valladolid, impulsada por la Orden de San Agustín. La vida de este Siervo de Dios ha sido recogida incluso por la Real Academia de la Historia. Ahora podemos celebrar que tenemos otro intercesor en puertas; otro asturiano amigo del Señor cuya vida podremos mirar como senda segura para buscar y encontrar al Creador.

Como dijo recientemente el Papa Francisco refiriéndose a la santidad: El testimonio de los beatos y de los santos nos ilumina, nos atrae y nos interpela, porque es Palabra de Dios encarnada en la historia y cercana a nosotros. La santidad impregna y acompaña siempre la vida de la Iglesia peregrina en el tiempo, a menudo de manera oculta y casi imperceptible.

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