lunes, 2 de diciembre de 2019

Caminemos a la luz del Señor. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Los profetas recobran su importancia en el tiempo litúrgico del Adviento, pues a través de sus anuncios visualizamos no sólo cómo el Señor cumple sus promesas, sino que hacemos nuestro el sentido de espera que el pueblo de Israel comprobó en sí mismo a lo largo de los siglos.

Nuestra espera va ser muy breve este año; apenas veinticinco días, tiempo que debemos aprovechar para vivir a fondo nuestra preparación interior esperando al Señor. Un encuentro que hemos de cuidar no únicamente en este tiempo, sino cada día que nos acercamos a la santa misa orando antes de la celebración, confesando si lo requerimos para poder comulgar, y quedando si podemos unos instantes después de la misa para dar gracias al Señor por haber venido a visitarme en persona.

El profeta que nos habla este primer domingo es Isaías, el cual se nos presenta y da a conocer al comienzo del texto para, a continuación, darnos su visión de cómo será el mañana: estará firme el monte de la casa del señor, hacia él confluirán todas las naciones, dirán: subamos a la casa del Señor... Y aquí viene lo importante: Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén. El Verbo de "Dios con nosotros", su Palabra hecha carne en María, la experimentamos en estas palabras proféticas. Sin embargo, nuestros hermanos judíos siguen esperando que se cumpla ese momento... Y concluye este fragmento del profeta con otras palabras que quieren solemnizar que nuestros Dios es Amor, que viene a nosotros como "Príncipe de la Paz" para invertir la deriva de guerras y conflictos de nuestro mundo: ''De las espadas forjarán arados,de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor''.

La Epístola que se proclama, tomada de la carta de San Pablo a los romanos, es también un pasaje cargado de esperanza: ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca de nosotros. Y el apóstol nos pide dejar las actividades de las tinieblas para dedicarnos a las actividades de la luz. Utiliza como paralelismo el día y la noche para hablar del bien y del mal, entrando luego a detallar lo que no nos hace bien como seguidores de Jesús: vivir entre comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, riñas, envidias... Nos llama a revestirnos de Cristo. ¿Y qué quiere decir eso? Pues llevar una vida coherente entre lo que creemos, pensamos, decimos y luego hacemos. 

En el primer evangelio que proclamamos en este nuevo año litúrgico, San Mateo no se anda por las ramas sino que aborda el final de nuestra existencia futura sin ambages, en paralelo igualmente al pasaje del diluvio en el Génesis. Nos presenta la advertencia de lo que les pasó a los que no quisieron creer y que el agua se los llevó a todos. No sólo no fueron previsores ni estuvieron en vela; peor aún, fueron incrédulos. Por eso Jesús dice que pasará lo mismo en su segunda venida, y pone los ejemplos de los hombres en el campo y las mujeres moliendo: a uno se lo llevarán a otra la dejarán... ¿Qué nos está diciendo el Señor? Pues nos está preguntando: ¿tú serás de los que aguarde en vela o de los que será sorprendido y se lo lleven?

Estemos pues en vela e este adviento y el permanente adviento de la vida, no con miedo, sino esperando dignamente preparados el encuentro definitivo que ha de llegar,  pues a la hora que menos pensemos viene el Hijo del hombre

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