Hablo desde el corazón, como habla uno cuando está en casa y en familia, pero para evitar la extensión y la emoción he preferido resumir las ideas que os quiero compartir y por ello hoy sí leeré la homilía.
Hemos cantado en el Salmo "El Señor es mi luz y mi salvación", algo que Juan tenía muy presente y claro: en Él esperaba, de Él se fiaba, Él era su luz, y por eso para Él era también su música desde el armonium. Lo que igualmente evoca el salmo 100: ''Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor'' (Sal 100). Juan fue un hombre que hizo de su vida una melodía de amor desde su fe, desde su espera y esperanza en el Señor. Despedimos a un esposo, a un hermano, a un ser querido, a un amigo; sí, sin la menor duda. Nunca he conocido a una persona con tantos amigos como él; me atrevería a decir que es de las pocas personas que podía presumir de ser amigo de todo Lugones, pues a todos regalaba su sonrisa, su chascarrillo y su alegría mientras gritaba el nombre de su pueblo: ¡Mieres, Veguín, Santander, Valduno, Nembra, Llanes, Tapia...! Quizás esta es una primera lección que podemos entresacar de la vida de Juan: cómo cada oportunidad es perfecta para hacer crecer la lista de aliados en esta vida, en lugar la de enemigos. Y esto lo vivió él así con un don natural sin esperar nada ni reprochar nada, en un calderoniano ni pedir ni rehusar que se transcribe igualmente en un sentido evangélico radical: ''si sólo amáis a los que os aman ¿Qué mérito tenéis?" (Lc 6, 32). Así fue la vida de Juan.
Pero tampoco era perfecto, como no lo somos ninguno de lo que estamos aquí; los funerales no tiene como fin canonizar al difunto, pero sí lo son para quedarnos con lo bueno que nos dejan leído a la luz del evangelio. Yo tuve la suerte de al llegar a esta Parroquia y conocer a Rosi, a Juan y a su padre Herminio, al que visité al final de su enfermedad con la Hermanas del Sto. Ángel Amparo y Bibiana (a las que igualmente Dios tenga en su Gloria). Y fue su padre el primer difunto al poco de llegar a Lugones que ya sabía a quién estaba enterrando y quienes eran su familia. Me di cuenta muy pronto que en el hogar de Juan y Rosi querían a los sacerdotes, ¡y mucho! con nuestros mil errores y algún acierto, si cabe. Ahí estaban en el salón de su hogar enmarcados todos los párrocos que conocieron y trataron en Lugones, sin preocuparles si eran de esta manera o de otra, si tenían este carácter o el otro, si pensaban de una forma o la contraria... Eran sacerdotes; habían sido sus sacerdotes y no se los tocara nadie. Igual que el amor a su Parroquia y su disponibilidad para con ella, aunque sonara alguna vez una voz más alta que otra y se llamara el como se llamara el cura, era el suyo... No llevaba yo un año en Lugones y mi foto ya estaba incorporada en el salón de Juan y Rosi, allí junto a mis predecesores, y estoy seguro que si hubiera conocido Juan otro nuevo párroco también su foto iría a parar a su casa y estaría presente en sus oraciones. Pues Juanín era rezador, y sin haber estudiado teología sabía y tenía más experiencia de Dios y de la Iglesia que muchos que nos creemos tan listos a veces...
En estos días que peregrinó el Papa León a Nicea y en tantos lugares se promueve la "plegaria por la unidad", a mi me sirve de reflexión la vida de Juan. Nadie podrá decir que era de Don Joaquín, de Don Fernando, de Don Pablo, de Don Cecilio, de Don Julio... Esto mismo lo advirtió San Pablo en su primera carta a los corintios: algunos dirán que son de Cefas, que son de Apolo... Juan fue de Cristo, pues supo ver al Señor en todos los sacerdotes que pasaron por aquí; a todos regaló su cariño y, lo que es más importante, su plegaria y oración que es la que Dios ve. Nunca le escuché criticar ni nada ni a nadie; sabía ver lo bueno de cada persona en cada situación, quizás por esto mismo se hacía tan fácil quererle, pues era exigente consigo, paciente y sufrido, pero muy comprensivo para los demás.
Gracias a las cámaras de seguridad en la Iglesia, cuántas veces descubrí a Juan rezando según llegaba a la Iglesia en la soledad del templo, ante el Sagrario, ante la Santina, ante San Félix... Unas veces con las manos extendidas, otras con sus manos tocando los pies de la Santina, otras con las manos juntas.... Unas veces con miradas, otras con susurros, besos o bisbiseos oracionales... Si iba a algún sitio y pasaba delante de una iglesia o una capilla hacía discretamente la señal de la cruz, pues todo lo sagrado le hablaba de Dios. Personal y públicamente quiero darle las gracias, pues me recibió y permaneció siempre en esta parroquia con una sonrisa de oreja a oreja para conmigo, y nunca le faltó un gesto de cercanía y, sobre todo siempre un ''¿Don Joaquín, cómo está su madre?''... Creo que me lo preguntó todos los días durante dieciséis años, y mi madre me decía que me había tocado la lotería con estos feligreses: ¡y que razón tenía! Nunca fui capaz de que me tratara de tú, y a veces también le cayó alguna bronca o algún "rugido" por mi parte, pero él nunca guardaba rencor ni me lo reprochaba por nada; al día siguiente me saludaba como si tal cosa y nada hubiera pasado. Sus ganas de servir a la parroquia le llevaron desde ayudar en la limpieza del templo o tocar el armonium en las misas de niños, colaborar en las labores del campamento, las procesiones y la vida de la Cofradía, o hacer miles de recados camino de Oviedo en autobús a por formas, el carbón, el vino, la cera líquida o los libros de catequesis. Y así un largo "curriculum" de entrega y servicio a su comunidad en múltiples quehaceres silenciosos y callados. Juan nunca aspiró a ser rico, poderoso ni estas cosas que tanto se pegan al cuerpo en nuestra hedonista sociedad. Personalmente, estoy convencido de que Juan en sus años de trabajo como viajante perdía dinero, pues siempre tenía un detalle, un regalo, unas pastas o algo que regalar. Aspiraba a ser ciudadano del cielo, por eso el mejor homenaje que le podemos hacer en la parroquia es rezar por él, para que el Señor de la vida y la esperanza perdone sus faltas y debilidades, y premie sus incontables buenas obras.
Para mí ha sido una gracia poder tener a Juan tan cerca de mí, con sus silencios elocuentes y sus palabras claras en un estilo único e irrepetible. Seguro que también cada uno de los aquí presentes tenéis alguna anécdota peculiar vivida y compartida con él. Sólo Dios sabe las horas dedicadas a esta parroquia, apuntando las intenciones de misa, haciéndome las notas de los difuntos por los que aplicar cada día, pendiente junto a Rosi, de abrir o cerrar el templo, de vender la lotería en el cementerio, o tantas y tantas pequeñas e importantes cosas. Y en su vida como en la de tantos, lo más valioso es precisamente siempre lo que no se ve. A los ojos del mundo Juan seguramente no ha hecho cosas extraordinarias, pero a los ojos de Dios sí, por eso, Juan: ''nuestro Padre que ve en lo escondido te recompensará'' (Mt 6,6).
Hoy es un día para dar gracias al Señor, por la vida de Juan. La salud no siempre le acompañó, tuvo que jubilarse antes de tiempo ya en su día por un ictus que le dejó con pocos reflejos, y aún así gastó su tiempo vida como la mejor naranja bien exprimida. Quedará en mi retina de por vida esa imagen de Juanín viniendo a la iglesia con el carro de Rosi en las mañanas frías de invierno, bien tapado para huir de los sabañones, con su paso marcial inconfundible. Los que sabéis donde está la casa de Rosi en la avenida de Viella y la distancia que hay hasta este templo conocéis bien lo mucho que los dos han caminado... Hasta en un anuncio de una nueva construcción de pisos aparecieron de fondo Rosi y Juan tirando del carro -qué paralelismo con su vida- camino de casa: ¿Qué hace a una persona recorrer medio Lugones dos y tres veces en un día?... Pienso que la sabiduría del que como María ha elegido la mejor parte y ya nadie se la puede quitar... La fe es este don preciado que nos permite entender cuando despedimos un cristiano "descanse", pues para nosotros no está muerto, sino dormido en la espera de la resurrección. Las palabras de San Pablo a los cristianos de Roma son al respecto un aldabonazo: ''ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe'' (Rm 13,11). Y es la fe en Jesucristo que ya en este Adviento viene a nuestro encuentro la que nos recuerda en evangelio que hemos escuchado la necesidad de estar preparados y vigilantes sin saber ni el día ni la hora, y la que nos proyecta con nuestro querido Juanele, Juan José, Pirri, Juanito, a la Pascua eterna aún con el dolor por la separación física, pero con la certeza del reencuentro definitivo en la resurrección del último día.

