sábado, 15 de marzo de 2025

Algo no supimos entender del Concilio. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Recuerdo que siendo un monaguillo con apenas siete u ocho añitos, era el encargado de dirigir el rosario en la parroquia de mi pueblo desde el púlpito, y que al acabar el rezo todos los días rezaba una oración por el concilio que, como pueden imaginarse, ni sabía que era eso del concilio. Era igual. Sacaba mi papelito y oración por el concilio. Me vienen a la memoria los cambios litúrgicos, sorpresa semana tras semana, los nuevos cantos, pequeñas cosas. Quizá fue conociendo lo que era al iniciar los estudios telógicos.

La expectación ante el Vaticano II fue grande. Las esperanzas, todas. Pero, vamos a reconocerlo, algo no salió bien. Trabajamos en la viña del Señor con toda la ilusión del mundo, bebimos de la teología mas rabiosamente postconciliar y nos dejamos el pellejo en la causa del evangelio. La primavera primaveral. Convencidos no. Convencidísimos.

Este año se cumplirán sesenta años de su clausura.

Hasta ahora nos hemos ido bandeando. Los números cantan. Las masivas secularizaciones de religiosos y sacerdotes sobre todo en los años 70 nos espantaron. La debacle de la disminución de vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa se ha ido disimulando camuflada en una edad media que aumentaba, que aumenta, año tras año y cada vez a mayor velocidad. Las defunciones de los últimos años nos han llevado a cerrar monasterios de forma continua y a esconder la falta de sacerdotes dividiendo el número de parroquias, casi las mismas, entre un divisor escasísimo de clero. Zonas de España en las que un sacerdote es párroco, encargado o responsable de ocho, diez, veinte, treinta parroquias… O más. Tal vez mañana sean cuarenta si fallece el compañero más cercano. Por supuesto imposible la vida sacramental, que se ha convertido en un pobre sucedáneo en manos de unos laicos que hacen cada domingo lo que pueden con los pocos que quedan.

Los colegios católicos, en los que la presencia de religiosos y religiosas era visible y constante, hoy, en muchos casos, son apenas una entidad en manos de una sociedad creada ad hoc y que se presume mantiene el carisma, en caso de que aún exista.

Preocupante el nivel de formación de nuestros laicos. Apenas un insípido “hay que compartir” y una misa convertida en “una fiesta muy alegre". Un laico, de esos de reunión y relación de años con su parroquia, me decía que no le gustaban las misas, que prefería las eucaristías. Nos han entrado el relativismo doctrinal, el subjetivismo moral y un catolicismo de mínimos. La disciplina no existe. Nunca pasa nada.

Más de un 50 % de los jóvenes de España se declaran agnósticos o ateos. Muchos de esos, por cierto, estudiantes en colegios religiososo, bautizados y con su primera comunión. Se bautizan bastante menos de la mitad de los niños nacidos y los matrimonios por la Iglesia apenas llegan al 20 %. Otro darto constatable en casi cualquier parroquia: las confesiones son prácticamente inexistentes.

Me dirán que el número no importa, que importa la calidad. Pues el número tiene su importancia y lo de la calidad no se lo creen ni los más firmemente conciliares. Eso sí, contentos porque la Iglesia está muy comprometida con la causa de los pobres. El problema es que si solo se trata de solidaridad, para eso no necesito ni la fe ni la Iglesia. Ni hacerme cura o monja.

Esto es lo que hay. Eso sí, seguimos con los mismos esquemas curiales, las mismas ideas, programaciones muy similares.

Los documentos conciliares no estan tan mal, empezando por las grandes constituciones. Diría que están muy bien. Quizá es que muchos aprovecharon el concilio para hacer de su capa un sayo en forma de un espíritu conciliar que nadie ha sabido explicar mínimamente, a lo que se unió un evidente abandono de la disciplina eclesiástica que ha permitido, en aras de modernidad y buen rollo, que cada cual diga lo que quiera, celebre como le dé las gana y viva de acuerdo con su propia y personal infalibilidad. Ya saben: el magisterio es infalible iuxta modum, pero lo del teólogo Fulanítez y lo del cura Manolo, va a misa y es indiscutible.

Algo nos ha fallado.

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