martes, 30 de abril de 2024

Experimento concluido: el modernismo está acabando. Por Bruno Moreno

Siento no haber podido participar en el blog estos últimos días, pero, como no hay mal que por bien no venga, eso ha permitido realizar un experimento muy interesante. Como recordarán, el último artículo trataba sobre la postura de un lector orgullosamente modernista, que comenta con varios seudónimos, pero últimamente suele utilizar el de Hugo Z. Hazkenbush. Por supuesto, su postura no es interesante porque sea su postura personal, sino porque, como decía, tiene una especial habilidad para asumir todos los presupuestos del modernismo “católico” y, en ese sentido, resulta un estupendo atajo para entender a este.

Durante los pasados días, D. Hugo, que se confiesa “modernista hasta las trancas”, ha podido exponer su postura con toda la libertad del mundo y el resultado ha sido muy revelador, mostrando que el modernismo “católico” lleva inevitablemente a su propio fracaso y disolución, porque en realidad no es otra cosa que una etapa intermedia antes de llegar al escepticismo y el agnosticismo más profundos. No es que nosotros lo digamos, es lo que se deduce de las propias palabras de los modernistas. Veámoslo.

D. Hugo empezó como católico, pero, cuando se hizo modernista, siguió dando catequesis en la Iglesia como si nada, durante años. Así nos lo ha contado y no encuentro dificultad alguna en creerlo, porque he conocido a otros muchos modernistas que continuaban siendo párrocos, catequistas, religiosos, profesores de teología e incluso obispos. Curiosamente, cuanto menos creían, más se empeñaban en difundir sus creencias entre los fieles. Morir matando, dice la expresión española, y eso es lo que hacía su (falta de) fe, morir matando. Tantísimos religiosos y sacerdotes han perdido la fe, pero no se han ido hasta hacer un daño tremendo en la Iglesia, con la connivencia de autoridades que, es de suponer, andaban tan poco sobradas de fe como ellos.

Lo cierto, sin embargo, es que resulta evidente que el modernismo es incompatible con el catolicismo y con cualquier religión revelada. Así lo dice con total claridad D. Hugo al mostrar su aversión a “la religión que se basa en dogmas indemostrables que tanto mal le han hecho a la Humanidad a través de los tiempos”. Los modernistas “católicos” solo son modernistas que aún no saben que han abandonado del todo el catolicismo, o no quieren saberlo, ya sea porque están muy cómodos en su cátedra en una universidad católica, su puesto en el arzobispado o su comunidad religiosa o por meras razones sentimentales, pero lo cierto es que no creen nada que sea ni remotamente católico.

Abrazar el modernismo implica, por su propia naturaleza, abandonar el catolicismo. Así lo dice expresamente D. Hugo: “Por supuesto que sigo una religión: La mía”. El modernismo siempre, siempre, siempre, inevitablemente abandona el catolicismo y el simple cristianismo. No es cristianismo, sino hugonismo, pepeperecismo o fulanismo, según corresponda. Sus propios presupuestos lo exigen. A fin de cuentas, nada hay menos moderno que el propio Cristo. El Concilio de Trento, que parece ser el colmo del atraso, tiene menos de cinco siglos de antigüedad y Jesucristo va ya para los veinte.

En efecto, el modernismo niega la esencia misma de la Revelación divina, que es inmutable. Dice D. Hugo: “Yo tengo fe en que se revela por medio de Cristo, pero también en que se revela a cada hombre y mujer y por eso nadie tiene la Verdad y todos tienen algo de verdad”. Que, hablando en plata, es lo mismo que creer que Dios no se ha revelado, porque en el mismo sentido podríamos decir que nuestro vecino o las marmotas malayas se ha revelado, ya que podemos encontrar alguna verdad sobre ambos en Internet.

Eso les impide creer en Cristo, aunque sigan utilizando su nombre por costumbre (y porque, gracias a Dios, es muy difícil sustraerse a la fascinación que suscita el Hijo de Dios, incluso en los que lo rechazan). A fin de cuentas, quien no cree en la Revelación, ni en la Escritura, ni en la Tradición, ni en el Magisterio, tiene que reconocer que no sabe nada de Jesucristo, más allá de que existió y tres datos más, que no pueden sustentar ningún tipo de fe. Por supuesto, los modernistas “católicos” se engañan durante un tiempo, porque les parece que van abandonando la fe poco a poco, empezando por los dogmas más incómodos en el mundo de hoy (D. Hugo menciona la existencia del alma, los milagros, la muerte redentora de Cristo, etc.). No se dan cuenta de que la fe es un todo y, cuando uno abandona parte de ella, en realidad ya la ha abandonado por completo, convirtiéndola en una opinión más.

Al final, el modernista no cree en nada. También aquí D. Hugo nos hace el favor de resumir su fe: “Dios. si es que es, será como sea y ni tú ni yo tenemos evidencias de lo que sea que es y como sea que es”. Eso es lo mismo que nada: si es que es, será como sea. Por mucho que intente vestirse de otra cosa, creer eso es la ausencia de fe, porque lo puede decir cualquiera de cualquier cosa que desconoce por completo. Parece que a D. Hugo no le gusta la etiqueta de “agnóstico”, pero desgraciadamente para él, es lo que es.

El modernismo solo puede desembocar en el relativismo: “yo no creo estar en posesión de la Verdad, solo de mi verdad, pero vosotros tampoco”. Una frase que no significa nada, claro, porque el relativismo es intrínsecamente contradictorio consigo mismo. Por supuesto, los modernistas pueden tener opiniones (como el propio D. Hugo, que no deja de exponerlas a tiempo y a destiempo con gran seguridad en sí mismo), pero no son más que eso, opiniones perpetuamente cambiantes y, por alguna casualidad, alineadas casi siempre con lo que piensa el mundo a su alrededor.

Nada de eso es fe, porque el modernista está condenado a no poder salir de sí mismo y de su subjetividad, por lo que su “dios” es siempre un espejo más o menos agrandado de sí mismo. Es decir, justo de lo que acusaba Feuerbach equivocadamente a los cristianos, aunque se cumpliera a la letra en los modernistas.

No digo todo esto por denigrar al pobre Hugo, que bastante tiene con la tragedia de haber cambiado su primogenitura por un plato de lentejas, sino para que entendamos lo grave que es el veneno modernista. D. Hugo no ha llegado a todas estas conclusiones por ser incoherente, sino por ser coherente… con los principios del modernismo, que son evidentemente incompatibles con los del catolicismo.

Deberíamos aprender algo de esto, porque estamos muy necesitados de ello. Las autoridades eclesiales han hecho la vista gorda ante ese veneno durante décadas y décadas y el resultado ha sido el inevitable: la apostasía y el agnosticismo en todos los antiguos países católicos. Lo más grave, sin embargo, es que esas mismas autoridades siguen empeñadas en contemporizar con el modernismo y el resultado continúa siendo el mismo. No hace falta ser médico: si no dejamos de vomitar, nos fallan las fuerzas y estamos prácticamente agonizantes, quizá sea hora de dejar de beber veneno.

En cuanto al propio D. Hugo… Le gusta la poesía y tiene un cierto buen humor, así que no pierdo la esperanza de que llegue un día a salir de sí mismo y a encontrarse con Cristo. Recemos por él, sabiendo que, aunque él no lo crea, Dios sigue haciendo milagros en el mundo.

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