domingo, 27 de julio de 2025

Homilía de nuestro Párroco en la Fiesta de San Félix



    Querida Cofradía del Carbayu, del Cristo de la Piedad y Ntra. Señora de la Soledad, autoridades, religiosas y fieles todos:

    En este día queremos como Parroquia honrar a nuestro sanctus patrōnus (al Santo Patrón) que da nombre a esta comunidad cristiana de Lugones, al que debemos de tener como referente en nuestra oración, pues es él quien mejor puede hacer de nuestro abogado, intercesor y protector ante el trono del Dios altísimo. Cada cual tiene sus preferencias; también los creyentes en el incontable listado del Santoral tenemos santos que conocemos y otros desconocidos que nos llaman la atención, o nos parecen inalcanzables, y a los que tenemos un cariño especial o una afinidad mayor. Y luego están los patronazgos, que no elegimos nosotros, sino que nos vienen dados. El primero nuestro patrono personal que nos da nombre, luego el patrono de nuestro oficio, profesión o vocación y, por el lugar de nuestro domicilio, el patrono de la parroquia. Es hermoso pensar que en todos los lugares del mundo católico están ellos repartidos por cada metro cuadrado de suelo y en más de 221.700 parroquias, cada cual amparada en un patronazgo. A esto habría que añadir las incontables capillas, ermitas y oratorios diseminados por el orbe entero qué, sin ser parroquias, son lugares de especial devoción y culto, y cuyos titulares se han convertido por aclamación popular en los patronos que dan nombre y distinguen aldeas, pueblos y barrios.

    En nuestro caso, fijar nuestra mirada en San Félix en este año jubilar que coincide, además, con el Centenario de la Romería del Carbayu en honor a Nuestra Señora del Buen Suceso, nos anima a vivir desde la alegría que nos aporta la esperanza cristiana, y es que por complejo que sea el presente para nuestra vida de fe y nuestro testimonio de seguidores de Jesucristo, mirando a nuestro querido San Félix somos conscientes que los momentos de crisis, zozobra o persecución siempre han sido y existido a lo largo de la historia de la Iglesia como una oportunidad de un particular Kairós -tiempo de gracia especial- para volver al amor primero que es Jesucristo resucitado. Hoy la Iglesia, como cuando en mismas tierras catalanas en las que predicó nuestro Patrono a finales del siglo III y comienzos del siglo IV, experimenta en estos mismos momentos en que os hablo la persecución, la desnudez y la espada -que diría San Pablo- y siguen muriendo cada día en múltiples países del mundo nuestros hermanos cristianos por el bautismo, por los que no sólo debemos orar, sino también admirar, pues pese a ello, nada les ha apartado al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, sino que han sabido descubrir que el mayor regalo de la vida del cristiano dándola, haciendo de la propia existencia una ofrenda y oblación como hizo Jesucristo en la cruz, y que hará nuevamente dentro de unos instantes aquí sobre el altar dándose y entregándose por todos nosotros. 

    Festejar a San Félix, como a todo mártir, nos exige hacer examen personal de cómo está nuestra unión concreta con Jesucristo: ¿sería yo capaz en este 2025 de ser mártir en el aquí y ahora; tendría fuerzas para beber el cáliz de la pasión; sigo sólo al Señor por el camino en que todo me sale a pedir de boca, o lo abandono cuando llega la senda cruz?...

    Dios no quiere nuestra condenación; no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por ello perdona siempre, como nos recuerda la primera lectura en diálogo entre Yavhé y Abrahám ante el pecado de Sodoma, cuando el Patriarca pregunta al Creador si tendrá misericordia si encuentra cuarenta y cinco justos, treinta justos, veinte justos, diez justos... Y la respuesta siempre es positiva: «En atención a esos no la destruiré»... Abrahán lo que hace es interceder y mediar ante Dios por las personas que le preocupaban de aquel lugar. Esta es también la misión que tiene San Félix en el cielo con nosotros: estar pendiente de Lugones, de nuestros niños, de nuestros mayores, de nuestros matrimonios, enfermos, necesitados o difuntos, y recordándole al Señor: "mira que esta mujer es de Lugones, mañana se va a operar". O ''este difunto es de una parroquia con mi patronazgo, sácalo ya del purgatorio''. O, ''esta chica es de Lugones, échale una mano en la PAU''... Por eso necesitamos tener muy presente a San Félix, pues él puede obtenernos muchos favores del cielo. Pero no nos quedemos sólo en ese aspecto de petición y súplica, el Santo Patrono es, ante todo, un modelo, un ejemplo y referente para nuestra vida, y es tantísimo lo que nuestro Patrono nos enseña y tan profundas las huellas de su paso ha dejado entre nosotros, que ni siquiera después de más de mil setecientos años de su martirio ha caído en el olvido su vida de caridad, su predicación ardiente ni su cruel martirio, aceptado por no renegar al Maestro que un día le dijo: ''¡sígueme!''. No vivamos como muertos, sino que aspiremos al igual que San Félix a morir al pecado y vivir la vida nueva para que amemos al Señor sobre todas las cosas con la paz que da saber que como le ocurrió a nuestro Patrono en medio del suplicio de sus torturas, experimentó en su corazón las palabras del salmista: ''Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor''.

    En el evangelio de este domingo XVII ya del Tiempo Ordinario, también nosotros como los discípulos queremos pedirle a Jesús que nos enseñe a orar, que como hemos visto en el pasaje del capítulo 11 del evangelista San Lucas, no consiste únicamente en repetir su oración, sino en llevarla después a la práctica en la propia vida. De nada nos sirve llamar a Dios Padre si no vivimos con familiaridad la fe; o en pedir que su nombre sea santificado, cuando con mis propios labios muchas veces lo pronuncio en vano; tampoco me sirve para mi salvación tener el pan de cada día, si luego no lo comparto con quien lo necesita o me pide un trozo. Igualmente, se queda hueco ''perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe'', si después ni olvido, ni perdono, y soy incapaz de sacar a una persona de mi lista de enemigos para tratar de llevarla a la de amigos. La oración ha de llevarnos a la acción, por eso Jesús no les habla de las nubes, sino que tras enseñarles el Padrenuestro les relata lo del amigo que llama a la puerta a medianoche: ¿soy yo de los que pido que no me molesten, o de los que se levantan para ayudar?... Somos llamados a experimentar este misterio de tener a Dios por padre, de saborear la oración como lo que es: un diálogo de intimidad, y desde ahí dar, hallar y abrir la puerta a tantos hermanos nuestros que piden, buscan y llaman.

    Seguro que San Félix a lo largo de su vida rezó también muchas veces esta oración que nos regaló el mismo Jesús, pero lo que es más importante: la puso en práctica en su día a día. Hoy le pedimos que nos ayude a vivir la radicalidad del evangelio, a encarnar en nuestras acciones cada plegaria del padrenuestro para así anunciar a nuestro mundo que realmente su reino viene a nosotros: 

    San Félix mártir, ruega por esta Parroquia que a tu protección se encomienda. Amén

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