En este día de Jueves Santo dejamos atrás la Santa Cuaresma para iniciar el Triduo Pascual con la solemne eucaristía de la cena del Señor. Es una jornada bellísima en la que pedimos al Señor en la liturgia, como subraya la oración colecta: ''concédenos que, de tan sublime misterio, brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida''...
En este día santo nos disponemos a adentrarnos con todos los sentidos en los misterios de nuestra redención. Y así empezamos en última cena con el lavatorio de los pies y el mandato del amor, la institución del ministerio sacerdotal y la eucaristía. Somos llamados a servir, somos llamados a amar, somos llamados a vivir de la eucaristía y hacerla permanente en nuestra vida. En esta jornada del amor fraterno, del Amor de los amores, Jesús parte el pan y reparte el vino; sella en el cenáculo la Nueva Alianza que no es otra cosa que el sacramento de su cuerpo triturado y su sangre derramada para el perdón de todas nuestras faltas.
Aquí empieza el final de la historia de amor más grande jamás contada, y esta caridad y este amor lo vemos en Jesús que se arrodilla a lavar y besar los pies de los suyos; lo vemos en su ley nueva del amor que no es una recomendación sino una norma para los que quieran ser discípulos suyos. Lo vemos en la santa cena donde nos regala el sacerdocio y la eucaristía y, más aún, lo veremos mañana viernes cuando el amor que hoy constatamos en sus palabras y gestos, se hará más palpable en los silencios y en la oblación de su propia vida. Jesucristo nos da ejemplo para seguir sus huellas: sirviendo, amando, dándonos...
Como recuerda la encíclica Sacrosantum Concilium en el nº 47 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura".
Animados por la grandeza de revivir esta santa tarde, iniciemos el Triduo acompañando al Señor, especialmente con la adoración eucarística a lo largo de toda la noche y velando en oración al lado del Maestro, que dejará la cena para pasar toda la madrugada en diálogo con el Padre en el huerto de los olivos. Velemos, pues, para no dejarle sólo ni caer nosotros en tentación; vayamos a Getsemaní a compartir las horas de angustia e incertidumbre de Jesucristo que es bien consciente que se acerca la hora en que ha de ser entregado el Hijo del Hombre.
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