Con la liturgia del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nos disponemos para la recta final de esta Cuaresma ya con los ojos puesto en el Santo Triduo Pascual que iniciaremos el Jueves Santo. Acudimos al templo en esta mañana con nuestras mejores galas y con nuestras palmas y ramos buscando expresar exteriormente lo que deberíamos sentir y vivir interiormente, diciéndole al Señor: ''yo quiero entrar contigo a Jerusalén; yo quiero seguir tus pasos y estar cerca de ti en el cenáculo, en el huerto de los olivos, en el pretorio, en el calvario...'' Y está muy bien que también hoy en todas las parroquias de España vivamos más o menos la misma realidad, pues nos ayuda igualmente a caer en la cuenta que el ser humano aunque parezca que ha cambiado mucho en dos mil años con tantos avances, seguimos siendo frágiles, limitados, torpes...
También el día que Jesús entró en la Ciudad Santa salieron todos a recibirle, pero cinco días después cuando le procesan, condenan y torturan, nadie le conocía; hasta los suyos le negaron, permaneciendo sólo al pie de la cruz Juan y un pequeño grupo de mujeres. Y en la mañana de Pascua de Resurrección, el día más grande de la historia, solamente las mujeres que madrugaron para ir al sepulcro. Esta semana veremos que nos pasa algo parecido: hoy viene todo el mundo, pero según avancen los días sólo llegarán a la meta de la Pascua aquellos a los que el Señor les revela el entendimiento de las cosas grandes, desconocidas para los "sabios y entendidos" de este mundo, pero que bien comprenden las gentes humildes de nuestras parroquias. Hoy es un domingo especial y querido; sí, pero será el próximo cuando todo cobre sentido, cuando la tristeza por todos los seres queridos que se nos han ido se vista de esperanza, cuando nuestra propia vida cobre sentido al ver que nuestra meta no es un sepulcro frío ni una original y decorada urna cineraria.
No es un día para reproches y riñas; es un día para la ilusión, para comprometernos a hacer el camino de esta Semana al lado de Cristo en los días principales del calendario para un católico. Abramos nuestro corazón al misterio de la fe, dejémonos interpelar por lo trascendente: ¡cuántos ateos han dejado caer las vendas de sus ojos en estos días santos de gracia! Ojalá muchos puedan experimentar lo mismo que el centurión romano al pie de la Cruz, que siendo no sólo incrédulo, sino enemigo del crucificado, supo hacer pública su confesión de fe: ''Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios'', o como dice la actual traducción el leccionario: «Realmente, este hombre era justo».
¿Y, cómo se nos presenta Jesucristo en estos días? Pues como es Él: ''humilde y sencillo de corazón''. No es un Mesías que avasalla, ni un rey de boato y lujos, ni un profeta que intimide, dogmatice y marque distancias. Cuando le apresan y condenan llevaba una vestimenta tan humilde que fueron a buscar unos mantos para reírse de su realeza divina; en la cruz lo vemos prácticamente desnudo, y resucitado lo imaginamos con una sencilla túnica o sábana. ¿Y, cómo le vemos hoy? pues en la borriquita; nadie entra en una ciudad para asaltarla, para presentarse como monarca ni para profetizar montado en un animal tan sencillo; es ya una muestra de paz, de pobreza, de cercanía a su pueblo. He aquí el hombre que camina con sumisión hacia su destino. Jesús rompe la idea que tantos tenían de Dios y de su Mesías: ni majestuosidad, ni esplendor ni sublimidad... Muchas veces perdemos de vista que ''la fuerza se realiza en la debilidad''. En estos días vislumbraremos cómo en algo tan sencillo como dos maderos que forman una cruz se obró nuestra redención, cómo el amor es más fuerte que la misma muerte, y cómo Dios cumple su promesa.
Vayamos pues con alegría y gozo igual que los niños hebreos gritando: ''Hosana al Hijo de David, Bendito el que viene en el nombre del Señor''. Los niños son los primeros en descubrir al Mesías, en aclamarlo y honrarlo moviendo sus palmas, pues ellos no tenían una idea prefigurada, su inocencia estaba intacta, por eso se llenaron de alegría y no pudieron reprimir la emoción. También para los niños de Lugones es este un día muy querido, pues ellos escenifican como nadie aquella entrada en Jerusalén que fue sobria, pues los que la hicieron triunfal fueron las palmas y los cantos de los más pequeños e inocentes. Vemos aquí también cómo se cumple la profecía de Isaías: "Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!"
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