domingo, 22 de septiembre de 2024

''El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila y


La palabra de Dios en este domingo XXV del Tiempo Ordinario viene a ser como un examen de conciencia que nos viene muy bien como revisión de vida ante el comienzo del nuevo curso. Ante este evangelio tomado del capítulo 9 de San Marcos vemos no una realidad ajena digna de ser criticada, sino actitudes concretas que están también en nosotros y que con frecuencia sólo vemos en los demás. Observamos cómo Jesús en busca de calma atraviesa Galilea discretamente tratando de no llamar la atención, y en ese peregrinar hacia el norte de Israel, en dirección a las orillas de mar de Tiberíades Jesús aprovecha para instruir a los suyos con este precioso Kerigma: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». En pocas palabras Cristo les anuncia todo el misterio de la salvación que se avecina y, sin embargo, ellos tenían la cabeza ocupada con otros proyectos por los cuales estaban debatiendo. Al llegar a Cafarnaún el evangelista nos dice que Jesús les pregunta: «¿De qué discutíais por el camino?». Pero aquí no respondía ninguno con prisa, seguramente hasta sintieron vergüenza pues como aclara el autor ''callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante''.

¿Qué pregunta necesitaríamos hoy que nos hiciera el Señor para abrir los ojos de que tantas veces que tenemos la cabeza llena de pájaros pasando por alto nuestra propia salvación?... O podríamos formular la pregunta hacia nosotros mismos: ¿qué es lo que callamos avergonzados?. Nos pasa exactamente igual que a los apóstoles; pensemos en San Mateo al que celebramos ayer, no atendemos ni entendemos pues nos preocupan más nuestras discusiones y conquistas humanas que la vida eterna que nos da la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En estos días que miramos la Cruz con cariño, pidamos al Señor la gracia de saber tener no sólo devoción al madero, sino saber aceptar las cruces de cada día que nos llegan en forma de enfermedad, problemas, fallecimientos de seres queridos... Los discípulos tenían una idea equivocada de Jesús de Nazaret en aquel momento, pensaban que sería el nuevo rey de Israel que restauraría la grandeza perdida del pueblo elegido, por eso, ya se veían repartiéndose los puestos de poder. Soñaban que junto al Mesías no habría ya problemas, ni enfermedades ni muerte: Él todo lo podía, por tanto a ellos les bastaba con saberse afortunados de ser sus preferidos. También nosotros somos sus preferidos, por eso cuando nos vienen mal dadas nos enfadamos, nuestra fe se tambalea y hasta desafiamos al mismo Señor. Experimentamos lo que advierte el apóstol Santiago en su epístola: ''Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones''. El egoísmo a menudo nos lleva a trazar un plan, y todo el que se interponga en nuestro camino, piense diferente o no nos de la razón lo declaramos enemigo, incluyendo a veces al mismo Dios. Qué rápido olvidamos la gran verdad que cantamos este domingo con el salmo 53: ''El Señor sostiene mi vida''.

El pensamiento del cristiano es opuesto a nuestro mundo, el que sigue a Jesucristo no busca trepar, tener más, mandar sobre el resto... Caminar tras las huellas del Maestro supone aceptar y asumir el abajamiento y discriminación. Esta es la aclaración que Cristo hace a sus discípulos y a todos nosotros en este domingo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Así lo hizo Él, que tomando agua en la jofaina se puso a lavarles los pies a los apóstoles. En este día que muchos peregrináis al Santo Cristo de las Cadenas, no perdáis esa bendita costumbra de ''mirar al que atravesaron''. Con su pasión y muerte en la cruz, el Señor rompió las cadenas de la muerte y del pecado de las que éramos esclavos; con su sangre nos liberó y así exclamamos: ''¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!'' tal como canta el Pregón Pascual. Hoy hay muchos preocupados en borrar la cruz de nuestro país, los hay que quieren acabar con la cruz del Valle de los Caídos, los hay que les molesta la Cruz de la Victoria en la bandera de Asturias, otros quieren demoler la cruz del llamado cuartel de Simancas en el colegio de la Inmaculada de los Jesuitas. La cruz molesta, y los que quieren acabar con ella no entienden que allá donde se coloca el símbolo de Jesucristo se está haciendo un nuevo borrón al ayer, reclamando para el hoy y el mañana la paz, la vida, el perdón y el amor que es lo que realmente simboliza el madero del crucificado. Si el mucho tiempo que muchos dedican a borrar las cruces de nuestra vida las dedicaran a socorrer a los crucificados de nuestra sociedad, seguro que nuestro mundo sería bastante mejor del que tenemos. 

Termina el evangelio con una escena tierna y hermosa: vemos a Jesús tomando un niño, y el evangelista dice que ''lo puso en medio de ellos''. Si las mujeres y los enfermos eran prácticamente un cero a la izquierda en aquella sociedad, mucho más los niños. He aquí la última enseñanza de Cristo a los suyos: el que aparentemente no vale nada es precisamente el que más vale a ojos de Dios. Y remata con esa sentencia que no debe de dejar de interpelarnos: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado». Os invito a adaptar la frase a todo aquel que no nos caiga bien; vecino, pariente, compañera de trabajo... Jesús nos advierte que si no somos capaces de acoger a esa persona, no hemos comprendido que nuestra religión se entiende sólamente en clave de amor, sino que le cerramos las puertas en las narices al Señor cada vez que lo hacemos con un hermano. 

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