En este Domingo XXVI del Tiempo Ordinario la palabra de Dios pide de nosotros mesura a la hora de interpretar los textos, pues como ocurre siempre corremos el peligro de que tratando de llevar el agua a nuestro molino manipulemos el mensaje que el Señor tiene hoy para cada uno de nosotros. En primer lugar quisiera detenerme en la carta del apóstol Santiago, que muchos se quedarán en que es un texto que únicamente va dirigido a los ricos, o habrá quienes aprovechen este pasaje para desarrollar toda una visión anticapitalista e ideológica: ¿Son malos los ricos, o es la riqueza la que estropea a las personas? Es una llamada de atención a la codicia, pues hay gente que por dinero son capaces de engañar, matar y sentenciar hasta al ser más querido, más también los que no entramos en la categoría de "ricos" tenemos a menudo riquezas que nos negamos a compartir. Por ejemplo, hay personas con hermosa voz que no cantan, hay personas con grandes destrezas y habilidades que no las ponen al servicio de los demás; hay personas bendecidas por Dios con dones extraordinarios que por egoísmo terminan por perderse.
En este domingo en que celebramos la "Jornada del migrante y el refugiado", esta epístola me lleva a pensar en tantas personas -españolas también, sí- pero especialmente emigrantes de sus tierras que hoy ocupan la nuestra los trabajos más duros y que aquí no queremos -como la hostelería, por ejemplo- y donde a menudo la codicia lleva a los jefes a explotarles y pagar de menos exigiendo de más por su condición, a veces irregular: un doble abuso económico y moral... Las palabras del Apóstol son claras: ''Mirad el jornal de los obreros que segaron vuestros campos, el que vosotros habéis retenido, está gritando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor del universo''. Como cristianos no podemos comulgar con las injusticias, ni ser cómplices ni promotores de éstas.
La primera lectura y el evangelio del día tienen un paralelismo hermoso, por un lado en el Libro de los Números vemos a Josué que acude molesto a Moisés para reclamarle que detenga a Eldad y Medad por ponerse a profetizar en el campamento de los israelitas, respondiendo Moisés que ojalá todos hicieran lo mismo. Y en el evangelio, tomado del capítulo 9 de San Marcos, encontramos por su parte al apóstol Juan quien advierte al Señor: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». Para el discípulo ver que alguien que no era Jesús actuara en su nombre le descolocó y no le gustó, pues en su mente nadie, sino el mismo Jesús de Nazaret podía obrar así. La respuesta del Señor no se la esperaba, no sólo advierte: ''No se lo impidáis'', sino que dejará matizado: ''El que no está contra nosotros está a favor nuestro''. A menudo somos muy reduccionistas y pensamos que sólo hacen el bien los de mí credo, los de mí asociación, los de mi partido, los de "mi tribu"... considerando a los demás enemigos a abatir. Si no están contra nosotros, bendito sea el Señor pues no restan, sino suman: ¿Qué es más importante, hacer el bien, o sólo que los promotores del bien sean los míos?. Abramos los ojos hacia el reconocimiento de tanto bien que existe, con el que convivimos y del que nos enriquecemos con formas de pensar y creer tan plurales.
No existía en aquel tiempo el concepto de inclusión ni de tolerancia y, sin embargo, vemos cómo Jesús no se cierra, sino que muestra una apertura de mente fuera de lo común en aquel contexto histórico y religioso del momento. No traza un cerco abrogándose el bien como un beneficio exclusivo de sus seguidores, sino que reconoce ya de facto que podrá venir mucho bueno de otros. Quizás el termómetro que debiéramos emplear para calibrar nuestras varas de medir para juzgar el bien y el mal sería hacernos la siguiente pregunta: ¿soy duro conmigo mismo y misericordioso con los demás, o duro con los demás y misericordiosos sólo conmigo?... Y Jesús pasa a abordar otro tema delicado como es la permisividad con el mal y el pecado: ''Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo''. ¿Qué significa todo esto, que tenemos que amputarnos el cuerpo tras sus fallos o defectos? No; lo que el Señor nos pide cortar es la vida de pecado: mantenernos en la mediocridad, acostumbrarnos a vivir lejos de su presencia... Con nuestras manos podemos dar caricias o golpear, con nuestros ojos podemos mirar con ternura o con odio, con nuestros pies podemos caminar hacia lugares de salvación o perdición. El Señor nos invita a descubrir cómo se alegra el corazón cuando somos fieles a sus mandatos por rectos o difíciles que nos parezcan.
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