lunes, 27 de noviembre de 2023

Transitus Domini. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Hace cien años que fue instituida la “Comisión Permanente para la Tutela de los Monumentos Históricos y Artísticos de la Santa Sede” (1923). A ella le corresponde emitir el parecer acerca de los proyectos de restauración y conservación de los edificios de interés artístico, histórico, arqueológico y paisajístico del Vaticano o de otros lugares que sean propiedad de la Santa Sede.

Se encarga también de supervisar, siempre y sólo respecto al conjunto de los bienes de la Santa Sede, la construcción, renovación o demolición de inmuebles, así como de mejorar las instalaciones de los museos o lugares que requieran particular atención en el tratamiento por su importancia, y de dar el visto bueno a los préstamos de obras de arte y de bienes móviles que gocen de universal aprecio por su especial valor cultural.

En estos cien años se construyeron, bajo la tutela de la Comisión, el palacio del Governorato, la estación del tren de San Pedro, el palacio del Tribunal, el acceso a los Museos, con la imponente rampa helicoidal; el cuartel de la Guardia Suiza, el portón de Santa Ana, las Postas Vaticanas, la Sala Nervi, la Domus Sanctae Marthae, por señalar solamente algunas de las obras más relevantes.

Con motivo de la celebración de este centésimo aniversario, el Papa ha dirigido un mensaje al Presidente de la Comisión, profesor Francesco Buranelli, en el que recapitula lo mucho que ha hecho la Santa Sede en la protección de los bienes culturales de la Iglesia desde la Edad Media, siendo ella la primera que se dotó de un estatuto jurídico para la salvaguarda de tan preciados tesoros de la cultura. Ese estatuto fue el que adoptaron posteriormente todos los estados modernos a la hora de legislar sobre la protección, el estudio, la catalogación, el disfrute o la prohibición de enajenar o exportar bienes culturales.

Francisco evocó en su misiva una expresión de Pablo VI, en un discurso que dirigió a los archiveros de la Iglesia en 1963, que es realmente significativa: “Transitus Domini”, refiriéndose con ella a la importancia que se ha de otorgar a los documentos de los archivos eclesiásticos, en los que va quedando reflejado el paso, el tránsito, de Dios por nuestra historia. De ahí el que, decía el Papa Montini, guardar, cuidar y legar a las generaciones venideras los papeles que se custodian en los archivos sea una forma de dar culto a Cristo.

En un mensaje que Francisco nos dirigió a los participantes en el congreso “Dio non abita più qui? Dismissione di luoghi di culto e gestione integrata del beni culturali ecclesiastici”, organizado por el Pontificio Consejo de la Cultura en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en noviembre de 2018, retomó la expresión “Transitus Domini” y agrupó en ella a todos los bienes culturales de la Iglesia: también éstos, al igual que los documentos de los archivos, «narran» el paso de Dios por nuestro mundo.

Y, si se trata de una iglesia desacralizada, ya pueden poner en ella un supermercado, una hamburguesería, una discoteca o un salón de actos para eventos de tipo político o cultural, que siempre permanecerá impresa en ella la marca del “transitus Domini”. Y quienes desarrollen en ella actividades ajenas y extrañas a la naturaleza propia, específica e irreemplazable del edificio serán siempre “okupas”, aunque posean el título de propiedad.

De aquí el que los edificios y objetos sagrados, los documentos que emanan de la actividad teologal, jurídica, administrativa y pastoral de la Iglesia, los instrumentos que son de uso en el día a día de una parroquia o de una comunidad cristiana para servicio de la fe y de la caridad, hayan de ser tratadas con respeto y veneración, y si en verdad son, como dicen los papas, presencia de Cristo entre nosotros, también con temor reverencial: «Timeo enim Iesum transeuntem», dijo san Agustín en uno de sus sermones. Temo a Jesús cuando pasa.

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