sábado, 25 de noviembre de 2023

D. Diego Riesco, el somedano devoto de San Melchor de Quirós que acabó siendo Cura de los escabecheros. Por Rodrigo Huerta Migoya

Se nos ha ido sencillamente un hombre bueno. Este día 24 de noviembre cerró sus ojos para este mundo D. Diego Riesco Riesco, sacerdote jubilado al que muchos seguíamos denominando "el cura de Ceceda", y es que fueron cuarenta años de ministerio en dicha localidad naveta; parroquia escabechera, como así se llaman los nacidos en el lugar como mi madre y mi abuela. Había llegado al mundo este sabio somedano en el lejano 1931 en la piadosa parroquia de San Cristóbal de Clavillas, de la que salieron señeras vocaciones como el Beato Jacinto García Riesco O.P. martirizado en la calle Granada  de Madrid, cerca del convento dominico de Atocha donde era el portero y cocinero de la Comunidad. 

No tuvo nuestro Riesco una infancia fácil, su madre queda viuda muy joven con cinco hijos a su cargo. Fue un niño piadoso, despierto y listo, lo que propició que cuando el cura de su pueblo le preguntó a su madre si Diego querría ir al Seminario, ésta le respondió que le gustaría pero que no se lo podían permitir... En el Seminario pasó muchas estrecheces pues jamás se atrevió a escribir a casa para pedir dinero, e incluso intercambió raciones de comida por zapatos viejos u otras prendas de segunda mano de compañeros. 

Un verano su familia le necesitaba para la "ir a la hierba", y el joven Diego escribió una carta pidiéndole al rector permiso para partir un día antes, pero como tenía miedo de fallar a su familia salió para el pueblo antes de recibir respuesta del rector, lo que le costó que en septiembre cuando volvió para empezar el curso en Covadonga le mandaran de vuelta a casa como castigo por no pedir permiso, pasando todo un año en su pueblo hasta el siguiente septiembre en que le dejaron retomar los estudios. Tras años de dura formación es ordenado sacerdote en la cuaresma de 1958; recibió su primer destino con una alegría enorme, pues le quedaba cerca de su pueblo natal y la zona de montaña le atraía. Fue feliz en Quirós, se hizo prácticamente un quirosano más en aquellos tiempos en que carreteras, luz, agua corriente o calefacción eran términos aún desconocidos en aquellos lares. Desde su llegada se convirtió en un auténtico promotor de la devoción al Beato Melchor García Sampedro, algunos piensan que esa devoción empezó en su destino en Quirós, pero lo cierto es que le venía desde muy niño. Su abuelo se había leído la vida del Mártir y le había impactado tanto que no sólo la relataba a sus nietos, sino que cuando se quejaban les decían que pensaran en lo que había sufrido Fray Melchor. Don Diego tomó posesión de la parroquia de San Esteban de Cienfuegos con los encargos de Lindes y Llanueces en junio de 1958; fue un regalo de la Providencia para él llegar a la parroquia natal del Beato Melchor justo cuando se cumplían cien años de su martirio.

Cuando logró ahorrar algo de dinero en sus primeros años de sacerdote, pudo viajar a la Argentina para ver a su hermano mayor y a la familia que hacía muchos años que no veía desde antes de entrar en el Seminario. Cuando D. Diego llegó ante su hermano que estaba trabajando de camarero tras la barra de un bar y ambos se quedaron mirando, a lo que su hermano exclamó: ¿Pero vos que ases acá?. Aquello le sorprendió mucho: su hermano ya no tenía acento asturiano, parecía un gaucho de pura cepa.

En Quirós se encontró con que la maestra de Llanuces era muy mayor y estaba casi siempre enferma, por lo que se hizo cargo él de las clases de los niños del pueblo convirtiendo la casa rectoral en una escuela más familiar. Organizó obras de teatro, excursiones de montaña, actividades navideñas... Con la llegada de Monseñor Vicente Enrique y Tarancón Don Diego convence a sus compañeros sacerdotes de que hay que llevar al Arzobispo a Cortes a conocer el pueblo del protomártir asturiano. A muchos les pareció una locura y un imposible, pero Don Diego se movilizó y lo logró, aunque hubo un contratiempo: se había contratado un "catering" en Oviedo para servir la comida en Cortes una vez terminada la celebración y la visita a la casa natal, pero por desgracia la furgoneta que venía de Oviedo tuvo un accidente por aquellas malas carreteras y la comida no llegó a Cortes. Don Diego convocó a los vecinos y les explicó la situación. Se pudo salvar la fiesta, pues los vecinos sacaron sus mejores embutidos, platos y dulces para agasajar al Señor Arzobispo.

El cambio de Quirós por la Comarca de la Sidra le costó, aunque pronto se hizo a los nuevos feligreses; siempre recordaba también con cariño su primer destino, e incluso hasta casi su jubilación se acercaba a su pueblo con muchísima frecuencia; a menudo solía ir al terminar la misa del día para estar de vuelta en Ceceda al día siguiente. Tenía esa reciedumbre y fortaleza somedana que caracteriza a los de allí, la cual le mantuvo siempre firme "al pie del cañón". Era un sacerdote sencillo, de voz baja, pero de una agilidad impresionante: nunca vi tal velocidad para rezar el rosario sin equivocarse. A veces uno lo veía tan concentrado rezando en la iglesia que faltando menos de veinte minutos para la hora de misa y no haber empezado el rosario, daba la impresión de que ya no habría, pero nada de eso, le daba tiempo a todo: el rosario, las letanías, y hasta le sobraba tiempo para ir a la sacristía y atender a las personas que le esperaban.

Se licenció en Lengua y Literatura por la Universidad de Oviedo. Tenía una gran sed de conocimiento y le gustaba saber la historia de lugares, nombres, personajes, e incluso lamentaba no haber recibido una mayor formación en el campo de la historia del arte. A lo largo de su vida ministerial se vio al frente de templos con elementos románicos, renacentistas, barrocos -solía comentar él- y ante ellos "nunca supe de qué color se debían pintar, cómo restaurarlos sin estropear su valor, ni adornarlos en función a su época..". Era su queja de la formación recibida: "Yo hubiera preferido un poco menos de teología y un poco más de cultura artística, patrimonial, gamas cromáticas, estilos y épocas". Esta sensibilidad la puso públicamente de manifiesto en la "Asamblea Sacerdotal Diocesana de 1978". 

Parece que no tuvo un buen recuerdo del Seminario, pues algún compañero se metía con él por ser un chico de pueblo de montaña, en especial por su acento somedano, por eso D. Diego fue feliz en las alturas de Quirós primero, y en lo alto de la colina de Ceceda después, la cual desde el puente romano y el carreterín arriba parece un pueblo de esos belenes típicamente asturianos, con musgo y raíces. También hubo compañeros que se mofaban de sus andares, y es que en un hogar tan pobre como el suyo los niños tenían que empezar a caminar y a trabajar antes de tiempo, por lo que sus pies acabaron deformados, teniendo que recurrir una vez que se hizo mayor únicamente a "playeros" y calzado con plantilla.Fue un hombre que se mantuvo físicamente muy bien, recuerdo ir de niño a misa a Ceceda con mis bisabuelos y ya entonces me parecía un cura detenido en el tiempo, y, varias décadas después, se conservaba prácticamente igual. 

Fue muy querido por los feligreses allá por donde pasó, primero en Quirós, sin duda, pero también en Santa María la Real de Fresnedo (Cabranes), la cual atendió veintitrés años junto a la feligresía de Nuestra Señora del Rosario de Celada y su filial de San Bartolomé de Pandenes. En el año 2001 dejó la atención de estas feligresías para empezar a colaborar con Don Eduardo Solís como miembro del equipo sacerdotal en la atención de las parroquias de Nava, Tresali y Cuenya, dado que el año anterior había fallecido Don José Manuel López, párroco de estas dos últimas. Fue muy generoso a la hora de ayudar a los sacerdotes del entorno. En sus viajes a tierras argentinas aprendió a cocinar con habilidad la carne y a preparar buenas parrilladas. Por su compromiso de radical pobreza no era algo que hiciera con frecuencia, aunque algunos pudieron certificar aquella destreza, como cuando invitó a su tocayo Don Diego Macias Alonso, entonces vicerrector del Seminario y a todos los seminaristas a cenar una parrillada en su casa. Era un habitual de la fiesta del cordero de Llagüezos que organizan los Ayuntamientos de Quirós y Lena.

Le gustaba hacer sonreír a la gente, por lo que siempre tenía un chiste o comentario para alegrar al que se encontraba en el camino. Le gustaba la historia y bucear en los antiquísimos archivos parroquiales. Le motivaba la literatura y tenía especial facilidad para la poesía y los versos. En el curso pastoral 2008/2009 afrontó una obra de gran envergadura como fue la renovación de la cubierta, canalones, pintura y otros desperfectos en la iglesia cuyo coste superaron los 70.000 euros. Aquí un detalle que destacaba su humildad fue que el día que se celebró la clausura de la rehabilitación del templo acudió Monseñor Raúl Berzosa, que era el Administrador Diocesano en sede vacante en aquel noviembre de 2009; allí se presentó el sacerdote naveto jubilado D. Alberto Torga y el que hacía de chófer del prelado, D. Fermín Alonso; pues bien, a la hora de llegar al altar para la concelebración, D. Fermín y D. Alberto se colocaron ambos a los lados del Obispo, y el pobre Párroco local se vio desplazado a un rincón del presbiterio. Fue algo comentado por la gente... 

En el año 2013 los feligreses le rindieron un sentido homenaje al cumplirse los 35 años de su llegada a la Parroquia. Coincidiendo con tal efeméride se publicó un libro titulado "Un viejo cura de pueblo", el cual recopilaba sus escritos y que fue presentado en el Santuario de San Melchor en Cortes. Yo jamás le escuché cantar, y a veces al ayudarle en las misas me decía: "Dios no me ha dado el don de la música, y eso que soy familia de los Pimpinela"... Yo pensaba que lo de "Pimpinela" era broma, hasta que un día la prensa regional publicó que el padre de Pimpinela era natural de La Bustariega, un pueblecito somedano de la parroquia de Clavillas. No cantaba como sus parientes; no, pero lo que sí se le daba bien era trabajar la piedra y la madera haciendo pequeñas obras de ebanistería. 

Era una persona que cuando le pedían ayuda para alguna colaboración o implicación en algo no sabía decir que no. A todo el mundo le extrañó que su firma apareciera en aquella famosa carta publicada en la que una treintena de sacerdotes hacían pública su crítica del ministerio episcopal de Monseñor Carlos Osoro. Aquello no era propio de D. Diego, sino que todo el mundo tuvo claro que al pobre hombre le habían utilizado para tener una firma más para engordar la lista y donde él aceptaría por la petición de un presunto "amigo"...

En los últimos años, como toda persona mayor, se fue haciendo cada vez más maniático y austero; siempre me dio pena de las condiciones en las que vivía, no dejándose ayudar por nadie él que siempre estaba presto a ayudar. Recuerdo la última vez que entre en la casa rectoral con mi madre para solicitar una partida de bautismo para ella, era invierno y él estaba atizando la cocina sentado en una tayuelina delante de la lumbre. Aquello no era austeridad, era casi miseria; por las ventanas entraba el aire, la instalación eléctrica debía de ser de postguerra, y no quería cobrarnos ni a bien ni a mal el arancel de la partida... 

Vivió buena parte de su vida en una autodisciplina espartana; ya podía estar el templo bajo cero que para Don Diego estaba bien. A veces pasaba la tarde en el bar sin beber más que una botella de agua, pero el murmullo de las conversaciones, del televisor y el ir y venir de vecinos pienso que eran su antídoto contra la soledad. En el año 2016 el entonces Director de la Casa Sacerdotal de Oviedo D. Jesús Domingo García Valle, con motivo de la fiesta de San José lo invitó para que leyera sus poemas y escritos a los sacerdotes residentes; fue una delicia que entusiasmó a todos, creo que en el fondo se buscaba mostrarle a D. Diego que allí tenía su hogar, pero igualmente pienso que su proyecto era morir en su casa de Ceceda con las botas puestas. 

Cuando fueron las "bodas de oro" de mis abuelos, como yo ya imaginaba que no iba a querer aceptar ningún donativo, se me ocurrió llevarle un regalo más personalizado que sabía que no me iba a rechazar. Le regalé una medalla grande de San Melchor de Quirós y otro detalle del Santo asturiano que le gustaron tanto como a un niño cuando los reyes magos le traen lo que más deseaba de lo puesto en la carta.

El paso del tiempo fue haciendo mella en su mente, y las últimas celebraciones familiares que vivimos en la parroquia de Ceceda era evidente que Don Diego ya no estaba en plenitud de facultades. Pocos meses antes de su jubilación fue el funeral de mi bisabuela el día 21 de febrero de 2018 a las cuatro de la tarde; aquel día el pobre estaba muy nervioso, pues tras nuestro funeral tenía otro más a las cinco: el de Marujita Fernández Pérez, y a continuación las confesiones de cuaresma y, finalmente, la misa del día; se le veía desbordado y angustiado en cierto modo, pero tampoco se dejaba ayudar. Lo definió muy bien Leocadio Redondo: ''Seguidor convencido de San Melchor de Quirós, cura de pueblo de espíritu franciscano y raíz de recio roble somedano, hombre austero, consecuente, cercano, excelente conversador y muy estimado amigo''.

Un día salió a pasear y se desorientó no sabiendo regresar a casa, en aquel momento se optó por trasladarle a la Casa Sacerdotal donde ha vivido con dignidad y cariño estos últimos cinco años de peregrinación terrenal. Tras unos días ingresado en el Centro Médico de Asturias regresó a la Casa Sacerdotal donde en la tranquilidad de su habitación expiró su último aliento. A buen seguro San Melchor de Quirós y Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Ceceda, saldrán a su encuentro. Descanse en paz D. Diego.

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