Los cristianos de Burkina Faso han propuesto como tema de reflexión para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos la parábola del buen samaritano, en la que Jesús explica en qué consiste amar al prójimo. Algunos Padres de la Iglesia interpretaron esta parábola en sentido cristológico, indicando que la persona herida al borde del camino es la humanidad (Adán) y que el buen samaritano, que movido por amor sale a auxiliarlo, es el mismo Jesucristo. En un prefacio de la misa se dice que Jesús también hoy «como Buen Samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y sana sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza» (Prefacio común VIII).
En esta interpretación de la parábola, se señala que la posada a la que Jesús, el buen samaritano, lleva a la persona herida es la Iglesia. Es a ella a quien el samaritano confía la humanidad hasta que él vuelva. Ella tiene ahora la misión de sanar al ser humano con el vino y el aceite (símbolo de los sacramentos). Orígenes escribió: «El samaritano lleva al moribundo y lo conduce a una posada, es decir, dentro de la Iglesia. Ella está abierta a todos, no niega sus auxilios a nadie y todos son invitados por Jesús» (Homilías sobre el evangelio de Lucas 34,3). También afirmaba san Juan Crisóstomo: «La Iglesia es una posada, colocada en el camino de la vida, que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de su culpa».
La Iglesia tiene que ser posada donde todos puedan refugiarse, lugar de acogida para los hombres y mujeres que buscan, comunidad que sana. En unas reflexiones sobre la misión, escribió Madeleine Delbrêl (1904-1964): «El mundo se retuerce con dolores infinitos. La Iglesia es quien ha de cuidarlo» (Misioneros sin barcas, 1943). Para que esto sea posible, nuestras comunidades han de ser abiertas, alegres, vivas. Han de tener, sobre todo, una inmensa capacidad de acogida, para que todos se encuentren en ella como en su casa. Pensemos en el posadero, que no pregunta quién es la víctima, ni cuál es su estado o condición. Simplemente lo acoge y, desde el amor, lo ayuda a sanar.
La acogida y la hospitalidad son un signo distintivo de la Iglesia de Cristo. Evidentemente, esta acogida hemos de vivirla entre los que nos llamamos cristianos, que por el baño del bautismo somos miembros de la Iglesia, aunque entre nosotros aún no vivamos la plenitud de la comunión en la fe (cf. LG 15). Todos formamos parte del cuerpo de Cristo y, por eso, con dolor, se preguntaba Juan Pablo II: «¿Cómo es posible permanecer divididos si con el bautismo hemos sido “inmersos” en la muerte del Señor, es decir, en el hecho mismo en que, por medio del Hijo, Dios ha derribado los muros de la división?» (Ut unum sint, 6). Ciertamente la división entre nosotros contradice clara y abiertamente la voluntad del Señor y es un grave escándalo para todo el mundo (cf. UR 1).
En estos días oramos especialmente para que el Señor nos haga sentir el dolor de la división y nos ilumine para encontrar caminos de encuentro. Juntos sentimos la llamada a acoger a las personas heridas, que quizás siguen estando al borde del camino. Vale la pena trabajar unidos para que esas personas encuentren acogida entre nosotros y reciban los cuidados y atención que necesitan.
Al mismo tiempo, hemos de pedir perdón por las veces en que parte de esta humanidad herida se haya podido sentir excluida de la misma Iglesia. Y también porque con nuestras actitudes hemos sembrado división y discordia, acentuando las divergencias y mirando al otro como a un contrincante y no como a un hermano. En su reflexión sobre esta parábola, escribía el papa Francisco: «Este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos» (Fratelli tutti, 83).
Al papa le gusta también otra imagen parecida: la del «hospital de campaña», que atiende a «tanta gente herida que nos pide cercanía, que nos pide a nosotros lo que pedían a Jesús: cercanía, proximidad» (Discurso 19-10-2014).
Oremos con intensidad durante esta semana, para que nuestra Iglesia sea de verdad casa de acogida, hospital que sana, posada que recibe a todos, como aquella del buen samaritano.
✠ Francisco Conesa Ferrer
Obispo de Solsona
Presidente
✠ Francisco Javier Martínez Fernández
Arzobispo emérito de Granada
✠ Adolfo González Montes
Obispo emérito de Almería
✠ Javier Salinas Viñals
Obispo auxiliar emérito de Valencia
✠ Esteban Escudero Torres
Obispo auxiliar emérito de Valencia
Rvdo. D. Rafael Vázquez Jiménez
Secretario
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