El evangelio de este domingo XXII del Tiempo Ordinario nos viene muy bien para preparar el corazón con vistas a este mes de septiembre en que la Cruz tiene un protagonismo especial en nuestras agendas. Peregrinaremos a la Catedral, a Noreña, Candás, Colloto, Turón, Nueva de Llanes... Pero la convocatoria es la misma: contemplar la Cruz, sea en plena ciudad ante el Cristo de las Cadenas o en el rincón más remoto de la montaña asturiana; da igual el nombre que le pongamos, lo importante es que esa devoción nos ayude a descubrir la sabiduría de la Cruz. Cuántas veces nuestra vida se presenta así como camino de cruz, y ante esto hemos de mirar cómo fue éste no sólo el camino del Señor, sino el de sus discípulos -prácticamente todos murieron mártires, menos San Juan- y es que la cruz nos sigue pareciendo desagradable, no nos apetece tomar la nuestra, ante lo cual esto escuchemos las palabras que Jesús nos dirige hoy a cada uno personalmente: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
¿Cuántas veces Jesús tendría pensamientos de buscar un final a su vida que no pasara por la cruz? En las llamadas "tentaciones mesiánicas sí", pero el Señor siempre tuvo claro había venido a dar su vida hasta la última gota de sangre en el madero que nos traería la salvación. Recordemos la escena de abandono en el Huerto de los Olivos mostrándonos en las horas antes de su muerte su petición: ''Padre si puedes aparta de mí este cáliz''. Pero a renglón seguido corrige o enmienda sus palabras añadiendo: ''pero que no se haga mi voluntad sino la tuya''. Jesucristo no podía fallar a su Padre ni a nosotros fracasando el plan de redención. Aunque sabemos que cuesta mucho aceptar la cruz o las cruces que nos tocan.
Rechazar la cruz o huir de ella es el pensamiento humano-mundano, por eso cuando Jesucristo les anuncia a los suyos que va a Jerusalén para padecer y ser ejecutado, el apóstol Pedro se cierra en banda afirmando que eso no puede permitir Dios que pase, ni ellos puede dejar que ocurra. Y ante esa negativa de Pedro de aceptar la cruz Jesús le reprende de una forma durísima: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios». Esto es lo que nos ocurre a nosotros todos los días de nuestra vida; nos llegan las cruces y actuamos como Pedro rechazándola. Y Jesús nos dice: que no, que aquí el secreto es que se te da una cruz, sí, pero que no la rechaces y no seas ciego, pues en ella estoy yo clavado, que yo voy a estar contigo (si me dejas) en la cola del paro, en las sesiones de quimio, en los problemas de casa, familiares o laborales, en el quirófano...
Queremos seguir a Jesucristo sin cruz, y eso no es posible. Por eso nos explica Él lo que debemos hacer: lo primero negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz y con ésta al hombro seguir al Maestro. Este mensaje choca con la mentalidad de nuestro mundo y de nuestra sociedad, donde todas las promesas que se nos hacen son ofertas de vivir sin problemas, sin dolores sin cruces. Y ocurre exáctamente la advertencia que hemos escuchado en este pasaje del evangelio de San Mateo: ''Si uno quiere salvar su vida, la perderá''. Hay muchas personas que quieren salvar su vida de espaldas del Señor y de su Cruz, y se anestesian con mentiras; se gastan cantidades ingentes de dinero en psicólogos, psiquiatras, tarots, horóscopos, yogas y meditaciones orientales... Y puede ser que uno necesite ir al médico ante problemas de salud mental, pero actualmente ante la falta de fe en Cristo ponemos ésta en las cosas del mundo esperando que el mundo nos las solucione. Cuando nos hagan una oferta de una vida sin dolor, de un final feliz y de un camino de rosas nuestras alarmas deben dispararse alertándonos de que ese no es el camino que lleva a Dios y su paz por Jesús. Rechazar la cruz implica despreciar a Cristo; aceptar, abrazar y cargar las cruces de cada día es estar más cerca de Jesús, compartiendo sus dolores para compartir después también su misma resurrección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario