lunes, 25 de septiembre de 2023

Eremitorios urbanos. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Tras una visita reciente al Centro de Investigación en Nanomateriales y Nanotecnología (CINN), en El Entrego (Asturias), durante la cual se nos explicó a los asistentes que la sola presencia de una persona en un edificio hace que éste se mueva en sus elementos compositivos más diminutos, me pregunto qué efecto provocará el ruido, por pequeño que sea, en los monumentos y en las personas. ¡Y cuánto más aquel que es ensordecedor!

Es preciso decir, con todo, que el repique de las campanas de las iglesias, el canto de los pájaros, el rumor de los ríos y de otros elementos de la naturaleza, así como los sonidos que acompasan la vida en los pueblos y aldeas, no entran en la categoría de ruidos molestos.

Pero es de justicia el reconocer que hoy se ha hecho muy necesario el silencio. Se trata de pura autodefensa ante las agresiones de la contaminación acústica. Ya hay vagones de tren en los que no está permitido hablar por el móvil, ni en voz alta, ni mantener conversaciones largas, ni emitir sonidos que perturben a los otros viajeros del compartimento.

De igual modo, en Italia ha sido creada una red de lugares en los que se ofrece a las personas que lo necesiten la posibilidad de orar en absoluto silencio. Curiosamente, no son ni monasterios ni iglesias. Y lo comprendo. En mis últimas visitas a monasterios españoles salí con el pensamiento de no regresar nunca más, para hacer un retiro, a ninguno de ellos. De silencio, más bien poco. En las iglesias parroquiales, lo mismo.

De aquí el que Juri Nervo, un seglar, casado con Luciana, dedicado a ayudar a quienes necesitan ser escuchados, a ser ungidos con el bálsamo del perdón y a encontrarse a sí mismos, haya habilitado, en uno de los brazos del antiguo complejo carcelario “Le Nuove” de Turín, un espacio al que ha denominado “Eremo del Silenzio”.

Ha confeccionado incluso una Regla, que es Evangelio puro, muy al estilo de las pautas de vida que le gustaban a san Francisco de Asís y a Carlos de Foucauld, y en un librito que acaba de publicar con el título “Il silenzio nella città. Esperienze di eremitaggio urbano”, Juri explica cuáles son los vectores por los que se rige su proyecto de servicio eclesial

Con algunos amigos, adecentó el lugar y lo preparó para que quienes deseen tener, en cualquier hora del día, un instante para estar en silencio, recogerse y orar, puedan realizarlo en ese “eremitorio urbano”. La idea está siendo desarrollada igualmente en diversas ciudades de Italia, en las que ya han sido abiertos locales para vivir en cristiano según estas nuevas formas de eremitismo en medio del mundo.

Los eremitorios no son como la “Sala de meditación”, llamada también “Sala de la tranquilidad”, sin símbolos religiosos, que hay, desde 1952 en la ONU. Según dijo Dag Hammarskjöld, que fue quien dispuso una renovación de la Sala durante su mandato como Secretario general de la ONU, «personas de muchos credos se reunirán aquí y, por esa razón, no se podría utilizar ninguno de los símbolos a los que estamos acostumbrados en nuestra meditación». O sea, una cosa descafeinada.

En los eremitorios urbanos, en cambio, el silencio no es el del vaciamiento de la mente que se concentra para alcanzar no sé qué estado de la conciencia, sino que se trata de un silencio «habitado» por la presencia de Alguien que, en nuestras prisas, preocupaciones, fatigas y estrecheces, nos inspira confianza, seguridad y paz, y nos infunde valor y fortaleza para hacer frente a las adversidades: «Tú no tengas miedo y no pierdas la calma, pues yo estoy siempre contigo y, en esos asuntos que te desbordan, y de los que ahora me estás hablando, estate tranquilo, que ya me ocupo yo».

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