lunes, 8 de mayo de 2023

Homilía del Sr. Arzobispo en el Domingo 5º de Pascua

Queridos amigos y hermanos: Paz y Bien.

Fue un canto de victoria, teniendo el aleluya como única estrofa. Una cantata de pascua, como una tocata que no tiene fuga, verdadero himno de la alegría cristiana. Un solo día nos resulta insuficiente para entonarlo, y por eso necesitamos cincuenta que son los que dura la bendita pascua. Dios ha venido a nuestro encuentro sorprendiéndonos con algo inmerecido pero anunciado, y como quien sale de una pesadilla que parecía inacabable, como quien escapa de su callejón más oscuro, como quien termina su exilio más distanciador de los que ama, así Jesús ha resucitado, como Él había dicho. Por eso, a pesar de las dificultades cotidianas, decimos sin engaño que su resurrección es el triunfo de la luz sobre todas las sombras, la esperanza viva en la tierra de todas las muertes. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier vacío, luto o tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas humildes, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida.

El relato evangélico de este domingo, narra el entrañable momento en el que ya se vislumbra la despedida. Y como todo adiós, cuando éste se da entre personas que se han querido de veras, produce una resistencia, la amable rebelión de quien no acepta una separación insufrible. Ese «no se turbe vuestro corazón» (Jn 14, 1) en labios de Jesús sale al paso de la comprensible zozobra, miedo quizás, de la gente que más ha compartido con el Señor su Persona y su Palabra. Ciertamente, si todo terminase en un adiós, en un desenlace de despedida fatal, tantas expectativas que se abrieron en aquellos corazones... ¿en qué quedarían, a dónde irían? ¿para qué habrían servido tantas cosas que ellos vieron y oyeron en su convivencia con el Maestro? Jesús les hablará explicándoles tiernamente que la vida de Dios es como una casa grande, como un inmenso hogar. Hay tantas estancias como hombres y mujeres, porque en el hogar del Padre todos tienen cabida. Y en esa casa, Jesús será la piedra angular y ellos las piedras vivas.

Bien distinta esta revelación de Jesús a la de aquel Dios lejano y ajeno al que sólo se podía acceder por vía de cumplimientos legales (como afirmaban los fariseos sacralizando la Ley hasta el ridículo), o por vía de praxis revolucionarias (como defendían los zelotes, que confundían la salvación de Dios con sus estrategias subversivas). Jesús mostrará otro modo de acceder al Padre. Toda la vida del Señor, fue una manifestación de cómo llegar hasta Dios, cómo entrar en su Casa y habitar en su Hogar. La Persona de Jesús es el icono visible del Padre invisible. Y esto es lo que tan provocativo resultaba a unos y a otros: que pudiera uno allegarse hasta Dios sin estrategias complicadas, sin exhibición de poderíos, sin arrogancias sabihondas; que Dios fuera tan accesible, que se pudiera llegar a El por caminos que frecuentaban los pequeños, los enfermos, los pobres, los pecadores. Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala en una virtud hija de la amenaza y la mordaza.

Quien ha visto y oído a Jesús, ha contemplado y escu¬chado al Padre. Jesús no sólo es el Camino, sino también el Caminante, que se allega a nuestra andadura, viviéndolo todo con nosotros. Jesús no se limitó a señalar “otro camino” sino que nos esperó en el suyo, y en ese abrazo nos posibilitó las bienaventuranzas, el perdón y la paz, la luz y la verdad, en la verdadera gracia. Él es más mayor que nuestras torpezas y pecados, aunque en nosotros puedan darse la división y la mezquindad, como recordaba la 1ª lectura con las rencillas entre los discípulos de lengua griega y los de lengua hebrea (Hch 6, 1-2). Pero siempre es tiempo de desandar los caminos torcidos y recomenzar el sendero de la salvación, porque con Él hemos podido «salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa» (1Pe 2, 9). Los cristianos no somos gente diferente, sino que, en medio de nuestras caídas y dificultades, en medio de nuestros errores e incoherencias, queremos caminar por este Camino, adherirnos a esta Verdad, y con-vivir con esta Vida: la de Quien nos abrió el hogar del Padre donde somos hijos ante Dios y hermanos entre nosotros ya aquí en la tierra.

Dios ha hecho de nuestras lágrimas su propio llanto, y con nuestros gozos Él brinda su alegría. Así de cercano. Es lo que nos ha dicho Pedro en la segunda lectura: que somos «un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa» (2 Pe 2,9). Esta es la nueva casa, el hogar bendito del que todos somos peregrinos en ese cielo hacia el que caminamos.

En este mes de mayo, mes dedicado a María, la Santina nos acompañe en el camino cristiano como ayer lo hizo en Covadonga con los más de 600 jóvenes con los que peregriné por el bosque y las montañas hasta su Santuario. Fue un encuentro de esperanza. Y que María bendiga a todas nuestras madres en este su día dedicado a ellas.

El Señor os guarde y os conceda su paz. Feliz camino de pascua, hermanos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


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