A Hélène Carrère d’Encausse, galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2023, le correspondió, el 14 de marzo de 1996, pronunciar el discurso de recepción del cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, en la Academia francesa.
El parisino Aron Lustiger nació en 1926. Sus padres eran emigrantes polacos, de religión judía, que, con esfuerzo y mucho sacrificio, consiguieron abrir su propio negocio en la ciudad del Sena. La madre fue arrestada en tiempos de la dominación alemana y gaseada en Auschwitz. El padre, al igual que Aron y su hermana, lograron sobrevivir a las insidias antijudías.
La irrevocable decisión de solicitar el don de ser bautizado en la fe de la Iglesia católica, en 1940, cuando tenía 14 años, fue motivada por el gran impacto que le produjo, al entrar un Viernes Santo en la catedral de Orléans, la desnudez del templo, las imágenes cubiertas con un velo y el gran silencio de ese día del calendario cristiano. Sin renunciar a su nombre hebreo Aron, en el bautismo recibió también los de Jean y Marie.
Aron Jean-Marie Lustiger fue luego sacerdote al servicio de la diócesis de París, obispo de la de Orléans y finalmente arzobispo de París. Juan Pablo II lo creó cardenal y depositó en él toda su confianza para la gestión de los asuntos más importantes de la Iglesia en Francia.
El cardenal Lustiger puede figurar, sin duda alguna, en la nómina de las grandes personalidades de la historia del país vecino. Así lo reconoció la Academia francesa cuando lo designó para que ocupase el sillón que había quedado vacante por la muerte del cardenal Albert Decourtray.
En el discurso de acogida de Jean-Marie Lustiger, la académica Hélène Carrère d’Encausse hizo la “laudatio” del nuevo miembro de la Academia francesa del modo más realista e inteligente que cupiera hacer, cosa que, entre los franceses, es lo habitual, que saben, además, decirlo bella y educadamente, en discursos sazonados con las oportunas menciones de otras personalidades relevantes por sus dichos o acciones.
Para la Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2023, en un mundo en el que el progreso científico ha hecho que se volatilizasen las certezas del pasado, entre las que figuraban las que proporcionaba una incuestionable visión religiosa de la historia, de la sociedad, de la persona y de las relaciones humanas, la Iglesia debe dar a conocer, con un lenguaje que ha de estar a la altura de lo que requieren los tiempos, cuáles son las verdades que han de congregar en torno a sí nuevamente a una humanidad que, ebria de avances tecnológicos, no deja de sentirse atribulada, por otro lado, de tantas maneras y anda en una búsqueda desesperada de no se sabe qué.
Y es, prosigue Madame Carrère d’Encausse, precisamente en esa inflexión cultural, que parece que no tiene vuelta atrás, en la que surge un titán como Jean-Marie Lustiger, bajo cuyo pastoreo episcopal, y en la laica Francia, aumentaron las conversiones a la fe católica, las vocaciones jóvenes al sacerdocio y los pensadores hábiles en saber decantar en medio de la ventolera de doctrinas y opiniones del momento en dónde se halla el núcleo esencial de la verdad sobre la persona, su destino, su dignidad y su felicidad.
Esto, además, navegando con el viento en contra, no sólo del flujo ideológico socialmente imperante, sino también de amplios sectores de la Iglesia, no menos ideologizados y dominantes. Pero como si nada. Aron Jean-Marie Lustiger, a lo suyo. Se dedicó, con plena libertad, a decir y a hacer lo que creía que debía decir y hacer. Y Hélène Carrère d’Encausse, toda una señora, desde su alta misión cultural en la Academia francesa, también.
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