domingo, 21 de mayo de 2023

''Yo estoy con vosotros todos los días''. Por Joaquín M. Serrano Vila


Nos encontramos en el penúltimo domingo del tiempo de Pascua que, aunque deberíamos llamarlo séptimo domingo del tiempo pascual, lo cierto es que el traslado de la solemnidad de la Ascensión del Señor del jueves -que era su día propio- a este su domingo más próximo, ha hecho que empecemos a llamarlo tan sólo como "el domingo de la Ascensión". Es un día muy hermoso y especial para los católicos, pues esta celebración busca al mismo tiempo elevar nuestros pies del polvo al recordarnos que nuestra meta y aspiración ha de ser el cielo y, por otra parte, que somos llamados a poner en este deseo los pies en la tierra tomando conciencia de que no llegaremos quedándonos plantados mirando arriba y de brazos cruzados, sino escalando cada jornada los pequeños peldaños que nos acercan a nuestra personal pista de despegue sin olvidar que no estamos solos, y que esta espera la vivimos con la paz que da la certeza de que Cristo volverá. Esa indicación que recibieron los apóstoles el día de la Ascensión se nos hace hoy a nosotros: ''El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo''.

I. La esperanza a la que os llama 

En la segunda lectura tomada de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios, se hace visible nuevamente el ''anhelo del cielo'' que está presente como hilo conductor de la Ascensión. El deseo del Apóstol para los cristianos de aquella comunidad de Éfeso, es aquí y ahora nuestra súplica más ferviente, la elevamos a Jesús para que Él ''ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos''. Necesitamos sabiduría, pero no la que nos ofrece el mundo sino la que sólo Dios regala a los que son dignos, y ha de ser ésta el conocimiento que nos permita saber decir sí a aquello que nos encamina a la gloria futura, y saber decir no a lo que nos aleja de ésta. Para ese discernimiento hemos de invocar al Espíritu Santo, algo que hacemos insistentemente en estos días en que en tantos lugares del orbe católico celebra la "Novena al Espíritu Santo" como preparación a la solemnidad de Pentecostés, pero lo cierto es que necesitamos invocarle siempre, cada día al comienzo de la jornada, de la faena, del estudio, del deporte... Concédenos Señor los dones de tu Espíritu. Sólo así descubriremos ''cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo''.

II. Fue elevado al cielo

La primera lectura del libro de los hechos de los apóstoles es el texto que nos describe al detalle cómo fue aquel día de la Ascensión del Señor, este misterio cristológico que nos sobrepasa y no llegamos a comprender, pero que forma parte del plan de salvación pensado por Dios para redimirnos... Únicamente comentar por encima que el sentido de que la Ascensión tuviera su día propio en jueves, era buscando la exactitud de fijar la celebración cuarenta días después del domingo de Pascua, aunque finalmente es algo realmente irrelevante, pues los textos dan varias versiones de la posible fecha de la Ascensión. Pero lo que sí nos importa realmente es que este es un hecho que tiene lugar en plena vivencia de la Pascua, poniendo fin a la presencia de Cristo Resucitado entre los suyos. La Ascensión no es otra pascua, es la misma Pascua y su verdad que cada semana proclamamos en el credo: ''y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre''. San Lucas en este caso, insiste en los cuarenta días que viene a ser una cuarentena de preparación para la Pascua del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, cuarenta días para disfrutar de la compañía del Resucitado; sí, pero sin olvidar que su misión pasa por volver al Padre y la nuestra la de continuar sin su presencia física. Es tan fuerte la vivencia de la Pascua que se llegan a acostumbrar los apóstoles y los primeros cristianos a convivir con Cristo Resucitado, pero Jesús no nos ayudaría quedándose aquí para solucionarlos la pesca, salvarnos de las tormentas y sacarnos las castañas del fuego ante nuestras dudas, miedos y desgracias. Ya comentamos el domingo pasado que ante esos miedos a la ausencia física de Jesús viene como respuesta la promesa de la inminente venida del Paráclito. Por ello, tiempo extraordinario de la Pascua llega a su fin el domingo próximo, y una vez recibido el Espíritu Santo volveremos al Tiempo Ordinario sin pena, siendo sus valientes testigos “hasta el confín de la tierra”.

III. Yo estoy con vosotros 

El evangelio de este domingo tiene ya tiene una primera particularidad en su comienzo, pues el sacerdote no dice ''Lectura del Santo Evangelio'', sino ''Conclusión del Santo Evangelio''. No está puesto por poner, sino que además de ser así, es símbolo de que estamos ante un final y un comienzo; el final de la misión de Jesús entre nosotros, y el comienzo de nuestra misión de dar a conocer a Jesús. De algún modo empieza aquí la propia misión de la Iglesia, al tiempo que contemplamos al Señor ascender al cielo, lo que constituye también que la humanidad de Jesús entra definitivamente en la gloria del Padre. Cuando yo fui diácono en Avilés, había un sacerdote recientemente fallecido, Don Ángel Llano, que en casi todas las reuniones utilizaba una frase que se había convertido casi en su lema o convicción más profunda: ''Es la hora de los laicos'', asentía él; y esto es lo que de algún modo nos quiere decir hoy Jesús: este es ese momento, ahora os toca evangelizar a los laicos... La Iglesia celebra también en este día la "Jornada de las Comunicaciones Sociales", y es que todo medio de comunicación para los creyentes constituye un canal privilegiado para responder al mandato que nos da hoy Jesucristo: ''Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado''. Sólo tenemos un problema, se nos pide hablar de Dios a nuestro mundo, pero a veces nos compenetramos tanto con el mundo con el anhelo de llegar a más discípulos que corremos el riesgo de ser engullidos por éste contaminándonos con sus miserias. Quiero concluir con unas palabras de San Pablo a los Filipenses que aportan mucha luz a lo que he pretendido reflexionar; dice el Apóstol: ''nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador''. Esto es, hermanos: el Señor se ha ido pero volverá; trabajemos pues por ser y hacer discípulos para seguir así al Maestro. 

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