lunes, 30 de enero de 2023

Agatha Christie, arqueóloga. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Agatha Christie (1890-1976), la popular novelista británica, escribió un entretenido relato («un parto de amor», según ella) de sus andanzas por el Líbano, Turquía, Iraq y Siria en compañía de su segundo marido, Max Mallowan (1904-1978), que era arqueólogo. La traducción al español acaba de ser publicada en un nuevo formato, a partir de la que ya había, de 1987, por Tusquets.

Se titula “Ven y dime cómo vives”. Se ve que la gente se dirigía a ella en estos términos: «O sea que tú haces excavaciones en Siria, ¿no? Háblame de eso. ¿Cómo vives? ¿En una tienda?».

Y para satisfacer la curiosidad de quienes deseaban saber lo que sucedía en el día a día de una campaña arqueológica, Agatha se decidió a escribir este libro, que concluyó en la primavera de 1944 y en el que refiere lo acaecido durante las cinco temporadas que estuvo con su esposo, en la década de 1930, haciendo prospecciones en las márgenes del río Jabur y excavando en Chagar Bazar y Tell Brak, en Siria.

Agatha llegó a la conclusión de que esas mismas preguntas son las que los arqueólogos les hacen a los que moraron en los lugares que excavan, invocándolos («venid»), para saber qué es lo que hacían («contadme cómo vivís»).

Y ellos, que, atendiendo a la llamada del estudioso, viajan desde el pasado al presente, a la vez que les muestran sus pertenencias responden: «así son nuestros pucheros», «con estas agujas cosemos la ropa», «aquí guardamos los pendientes para la dote de nuestra hija», «mira el bote de los cosméticos», «las ollas las fabrican en la alfarería de la esquina y son de lo más corriente» y cosas por el estilo.

La “dama del crimen” se encargaba, durante las campañas, de diversos quehaceres: revelar fotografías, ordenar piezas, etiquetar hallazgos o reparar utensilios, sin dejar por ello de atender su oficio de escritora de novelas.

En cierta ocasión, con el fin de entablar conversación y depositar allí algunos objetos, alguien entró en la habitación en la que Agatha se hallaba volcada y concentrada en la descripción de los sangrientos pormenores de un asesinato.

La novelista lo despachó secamente: «Tengo que mantenerme firme. Le explico con claridad que para mí es absolutamente imposible dedicarme a mi cadáver si cerca hay un cuerpo vivo que se mueve, respira y, con toda probabilidad, habla».

De esos años, e inspiradas en sus viajes por Egipto y el Próximo y Medio Oriente, son las novelas “Asesinato en el Orient Express”, “Asesinato en Mesopotamia”, “Muerte en el Nilo” y “Cita con la muerte”. Si no me equivoco, su residencia de Londres estaba por entonces en 58 Sheffield Terrace, Kensington, de donde tuvieron que salir, ella y su marido, en 1941 a causa de los bombardeos.

En el libro “Ven y dime cómo vives” se relatan episodios protagonizados por turcos, árabes, armenios, kurdos y yazidíes. Las circunstancias que se van sucediendo son las que han conocido los arqueólogos, empresarios, clérigos, militares, diplomáticos y exploradores occidentales que residieron temporal o definitivamente en aquellas tierras en las que Agatha fue tan feliz.

Refiriéndose a Siria, escribió: «Adoro ese generoso y fértil país y a sus gentes sencillas, que saben reír y gozar de la vida, que son ociosas y alegres, que tienen dignidad, educación y un gran sentido del humor, y para quienes la muerte no es terrible».

Y allí también logró percibir eso que mantiene a los biblistas afectivamente enganchados a aquellos inmensos territorios comprendidos entre el Nilo, al sudoeste, y el Éufrates y el Tigris, al nordeste, pues son los del Antiguo y del Nuevo Testamento, los de los patriarcas, los santuarios, los invasores de Israel, los profetas, el judaísmo exiliado, las lenguas semíticas, las ideas y costumbres del Oriente antiguo, los salmos, las sagas, los oráculos, las parábolas y los aforismos; los de Jesús y los evangelios, los de la Iglesia primitiva y los misioneros cristianos. Son, en fin, en los que tuvo lugar la Historia de la Salvación.

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