domingo, 18 de abril de 2021

''Paz a vosotros''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Este texto es una continuación del pasaje de los discípulos de Emaús, por eso se inicia el evangelio señalando que ''contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan''. Nuestra fe se cimenta en la resurrección, y así lo están experimentando los discípulos y las primeras comunidades cristianas en cada nueva experiencia con Jesús Resucitado. El Señor no deja a nadie indiferente, y aunque de entrada no se le reconozca a la primera, su fuerza de atracción es tal que termina por ser totalmente identificado.

El Señor se aparece deseando la Paz, mostrando su manos y pies, manifestando que tiene hambre para que no pensaran que era un fantasma ni un espíritu errante, sino Él mismo: vivo, de carne y hueso. Pasa por medio de puertas cerradas y, sin embargo, no es sólo alma, sino también cuerpo. Un cuerpo herido, y lleno de las marcas y cicatrices de nuestros pecados, pero palpable, ¡real! Jesucristo está vivo, y aunque resucitado, es exactamente el mismo que era antes de su muerte; ahora su corporeidad es otra. La resurrección es real y auténtica, de esta experiencia nacen las palabras del Libro de los Hechos de los Apóstoles: ''Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos''. Nuestra fe es apostólica, pues se sustenta de la fe de aquellos primeros discípulos que pudieron ver y tocar al resucitado.

Jesucristo vive, se ha cumplido lo que había anunciado. Ahora hemos de ser nosotros los continuadores y testigos de su causa. Como aquellos primeros que se llenaron de fuerza y Espíritu Santo para anunciar la resurrección, así hemos de testimoniar nosotros al mundo que esto no es una fantasía, sino todo un hecho real. Sólo Jesucristo es nuestro camino, verdad y vida... Hay salvación, hay perdón, hay futuro. El crucificado vive y nos regala la vida que no acaba.

La fe es creer en lo que no vemos; sin embargo, el Señor tuvo la misericordia de mostrarse a los hombres, los cuales al ser frágiles, necesitamos en ocasiones signos visibles. Así transformó Jesús nuestra incredulidad. Jesucristo está ya en otra dimensión, pero amolda lo divino a lo terreno en lo que respecta a su cuerpo para evidenciar su triunfo sobre la muerte. Los discípulos experimentan esta evidencia, no la de un muerto que ha revivido temporalmente como fue el caso de Lázaro -que volvió a morir- sino el caso concretísimo de Cristo que es el mismo, el de siempre, pero Resucitado y vivo ya para siempre. Adheridos a Él por la fe, por el bautismo, por su muerte y resurrección también nosotros somos llamados a la vida en gloria que este hecho nos otorga, cerrando con la muerte un día para esta vida el prólogo del gran libro de la vida eterna a la que la resurrección de Cristo nos convoca.

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