lunes, 19 de octubre de 2020

''A Dios lo que es de Dios''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

La primera lectura del profeta Isaías nos anticipa ya el tema de referencia en el que incide toda la Palabra de Dios de este domingo XXIX del Tiempo Ordinario y con el que titulamos esta reflexión. El profeta al respecto anuncia: ''te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí''.

¿A qué título o insignia se refiere la Profecía de Isaías? Pues a la de ser hijos de Dios; de haber sido creados y llamados a la existencia a su Imagen, a la cual dará plenitud en nosotros su Hijo. San Pablo en su epístola a los Tesalonicenses nos da la clave: ''cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo''. No podemos transformarnos sólo por nuestras propias fuerzas, necesitamos la gracia de Dios.

En el evangelio el Señor nos presenta la lección del denario con la inscripción del César; sublime lección con la cual Jesús tapó la boca a aquellos fariseos que con "maldad" habían urdido una pregunta con la que no solamente comprometerle, sino generar abiertamente su tropiezo para poder denunciarlo como rebelde y así quitárselo de en medio: "¿Es lícito pagar el impuesto al César o no?". La primera palabra de Jesús es una definición absoluta y demoledora: ¡‘’Hipócritas’’! El Señor conoce el fondo de los soberbios, arrogantes y satisfechos, y no soporta su hipocresía y cinismo. Tal vigencia tiene la dureza de su expresión que cualquiera podemos imaginarnos una escena similar en cualquier lugar de nuestro entorno y aledaños.

"Dad al César lo que es del César"; Jesucristo no es un rebelde antisistema de pancarta o cóctel molotov, ni el revolucionario que algunos han pretendido vendernos; no. Él es claro a la hora de reconocer el poder civil, no le preocupa que Roma gobierne su Imperio, incluso indica la obligación de la obediencia de las leyes respetando así el "principio de autoridad". Pero le preocupa más que sus paisanos no abran sus ojos a la verdad del Evangelio. No vivimos los cristianos al margen de nuestra realidad ciudadana, sino que empezamos dando testimonio de Jesús cumpliendo con nuestras obligaciones civiles. Sorprende cuando los que ni son más que nosotros en número, critican que se nos atienda en nuestros mismos derechos ciudadanos como si no cumpliésemos como todo el mundo con las diferentes obligaciones que garantizan los derechos de cualquier hijo de vecino.

Pero "A Dios lo que es de Dios". Ni exigir lo que no nos corresponde, ni vivir llenos de complejos y prejuicios como el que lo debe y no lo paga. Hay quienes en una difusa y genérica definición no exenta de represión y menosprecio estigmatizante, dicen que el Papa, los obispos o los sacerdotes no deben "meterse en política", y limitarse sólo y exclusivamente a lo espiritual. Pero no reparan que "política" es todo. El Señor quería buenos ciudadanos y plenamente integrados en la sociedad, por tanto, nada del mundo nos es ajeno aunque nuestro reino trascienda éste. En conciencia tenemos obligación de transformar nuestra sociedad aún a riesgo de ser casi siempre políticamente incorrectos, pues para llevar almas a Dios y anunciar el evangelio de Jesucristo comportará en muchas ocasiones denunciar las injusticias de los "hipócritas" de nuestro tiempo. 

Ahora bien, no podremos ser buenos cristianos siendo malos ciudadanos. En palabras del Papa Francisco: ‘’La referencia a la imagen de César, incisa en la moneda, dice que es justo sentirse ciudadanos del Estado de pleno título -con derechos y deberes-; pero simbólicamente hace pensar en otra imagen que está impresa en cada hombre: la imagen de Dios’’. 

En este domingo celebramos también unidos a toda la Iglesia Universal el "DOMUND"; "Domingo Mundial para la Propagación de la Fe". No nos limitemos tampoco hoy a pensar en las misiones del tercer mundo; en realidad es una jornada para tomar conciencia de que todos estamos llamados a ser misioneros y colaborar en el anuncio del Reino de Dios. Todos tenemos una Misión apasionante para el anuncio de Cristo en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestro barrio o en nuestro pueblo, dándole a conocer, y dando así también a Dios lo que es de Dios.

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