(C.L. / ReL) En el marco de las VIII Jornadas Martiriales de Barbastro que se están celebrando on line este fin de semana (pueden verse completas en el blog de Jorge López Teulón o en su canal de Youtube), el prior de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, fray Santiago Cantera, habló este sábado sobre Los beatos sepultados en el Valle de los Caídos y la aceptación del martirio.
El padre Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos, es doctor en Historia con varios libros publicados y era profesor universitario antes de ingresar en la orden benedictina.
Fray Santiago explicó que en la basílica yacen enterrados 57 beatos y 15 siervos de Dios mártires de la fe. Sus restos se encuentran en su mayor parte en la capilla de la Virgen del Pilar, tras ser reubicados en 1990 por un problema de humedad en los columbarios.
Esos 57 mártires han sido elevados a los altares en los últimos años en beatificaciones de los Papas San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, y es posible que nuevos mártires que también están en el Valle de los Caídos reciban el mismo reconocimiento en los próximos años, a medida que avancen sus procesos.
Valle de los Caídos: un tesoro espiritual
"Este tesoro espiritual de la Basílica forma parte de toda la cantidad ingente de vida y de riqueza humana y espiritual que existe en el Valle de los Caídos y que lamentablemente es muchas veces desconocida", señaló el prior benedictino, "y tal riqueza de vida es consecuencia de la idea de fondo que da sentido a este santuario y monumento, por encima de los vaivenes temporales".
Hospedería y abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, bajo la mayor Cruz del mundo, que bendice la sierra madrileña. La basílica está excavada bajo la montaña y abre su entrada al otro lado. La vicepresidenta primera del Gobierno socialcomunista español, Carmen Calvo, ha manifestado que el ejecutivo de Pedro Sánchez está considerando la destrucción de la Cruz para "resignificar" el monumento.
La basílica fue bendecida en 1958 por el abado Isaac Toribios y de nuevo en 1960 por el cardenal Gaetano Cicognani cuando fue consagrada como basílica pontificia. El purpurado actuaba como legado de San Juan XXIII, quien había visitado las obras antes de ser Papa, como haría asimismo décadas después el futuro Benedicto XVI.
Los mártires del Valle son solo una parte de los más de 34.000 caídos de la Guerra Civil española (1936-1939), víctimas civiles o militares de ambos bandos, enterrados en la basílica, pues en el espíritu fundacional del Valle de los Caídos está la reconciliación: "La cruz que preside el monumento quiere recordarnos que en ella murió el Hombre-Dios que vino a reconciliarnos a los hombres con Dios y a los hombres entre sí, dando un testimonio de perdón desde lo alto de ella".
Fray Santiago anunció la próxima publicación de un libro del padre Joaquín Montull Belio, monje de la abadía, sobre los mártires enterrados en el Valle, con la intención de dar a conocer "el sentido y la idea trascendente del Valle de los Caídos" y "penetrar en la realidad teológica profunda del Valle de los Caídos, de este valle que se quiere sea de paz... desde la perspectiva de la fe orante".
Es misión específica de estos religiosos, que cumplen diariamente, la oración por las almas de los difuntos que allí aguardan la resurrección, y por la paz entre todos los españoles.
Algunos beatos mártires del Valle de los Caídos
Ese ejemplo de paz y perdón lo personifican mejor que nadie los mártires (sacerdotes, religiosos, laicos) sepultados en la basílica.
Como el Beato Juan Pedro de San Antonio, pasionista de 46 años, quien dijo a la dueña de la pensión donde se había refugiado: “Si alguno nos saca para fusilarnos, os pedimos que a nadie guardéis odio o rencor por el mal que piensan hacernos. El Señor lo permite así para nuestra santificación”.
El Beato José Gómez Matarín, párroco de Íllar (Almería), antes de ser asesinado, se giró hacia sus verdugos y les dijo: “No sabéis lo que hacéis, permitid que os bendiga”.
El párroco de Sorbas (Almería), Beato Fernando González Ros, tras recibir varios tiros de sus verdugos les dijo: “Que Dios me perdone como yo os perdono”.
El Beato Antonio Martínez López, párroco de Serón (Almería), de 45 años, quiso igualmente bendecir a sus verdugos, cuya respuesta fue golpearle el brazo hasta fracturárselo.
Como los cristeros
Los mártires que podían despedirse de los suyos daban muestras de su fe sobrenatural en la vida venidera con un "¡Hasta el cielo!" (una frase muy común en sus adioses), y muchos murieron al grito de "¡Viva Cristo Rey!", propio de los soldados y mártires de la Guerra Cristera en México (1926-1929) y expresión de la Realeza Social de Cristo que había expuesto doctrinalmente en 1925 el Papa Pío XI en su encíclica Quas Primas.
El Beato Rafael Lluch, laico de 19 años, detenido por ser miembro de la Asociación de la Medalla Milagrosa y porque portaba una estampa de la Virgen de los Desamparados en el bolsillo, se despidió así de su madre: “No llores, Mamá; quiero que estés contenta, porque tu hijo es muy feliz. Voy a dar la vida por nuestro Dios. En el Cielo te espero”.
El Beato Florencio López Egea, párroco de Turre (Almería), repetía el "¡Viva Cristo Rey!" mientras le clavaban pinchos de zábila (planta del áloe vera) en los ojos y le exigían que blasfemase.
Una inmolación por la paz
"Hay testimonios martiriales preciosos", subraya el prior del Valle, como el de las 23 adoratrices mártires, siete de ellas en la basílica, que poco antes de morir se arrodillaron para recibir la comunión que guardaban en la cajita de un reloj. El mismo conductor del camión que las condujo a la muerte comentaría a su esposa: “Las he visto morir a todas, y la mayoría eran jóvenes, con la sonrisa en los labios y bendiciendo a Dios. ¡Qué mujeres!”.
También es constante en todos los mártires la concepción sacrificial de su martirio por la paz de España. En el Valle están los restos de la Beata Josefa María, religiosa salesa del Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, quien rechazó el ofrecimiento de su familia para refugiarse en casa: “Si por derramar nuestra sangre se ha de salvar España, pedimos al Señor que sea cuanto antes”.
Por ese sentido de inmolación respondían con paz y alegría a las torturas y ensañamiento que solían preceder a su martirio.
El Beato Domingo Campoy, de 33 años, coadjutor de la parroquia de San Sebastián de Almería, a sufrió una tortura brutal en el barco Astoy Mendi, hasta el punto que el médico del barco quiso llevarlo al hospital, a lo cual se negó uno de los captores; luego, al ser asesinado, el verdugo se jactaría de haberle hecho saltar la cabeza porque había descargado todos los disparos sobre ella.
El Beato José Cano, sacerdote de 32 años, párroco de Tahal (Almería), padeció torturas durante más de diez días. Le quisieron emborrachar dándole anís en un cáliz robado para que confesase crímenes inventados, y finalmente ahorcaron en el camión antes de llegar a ser fusilado.
Mártires entregados en vida a los demás
"Muchos de los mártires sepultados en el Valle de los Caídos habían tomado honda conciencia de los problemas sociales en España y de la necesidad de resolver por cauces adecuados la cuestión social existente, la pobreza y la miseria, las injusticias y el odio del que todo eso era caldo de cultivo", recuerda fray Santiago.
La figura más sobresaliente en ese aspecto, entre todos los beatos enterrados en la Basílica de la Santa Cruz, es el célebre dominico Beato José Gafo Muñiz, quien "promovió la creación de sindicatos y la sindicación obrera con una perspectiva muy innovadora en muchos aspectos, que le trajo a veces las resistencias y las incomprensiones de sectores conservadores e incluso de otros promotores católico-sociales del sindicalismo... Se acercó en primera persona y de primera mano a los problemas de los obreros y contactó con los adversarios para tenderles la mano. Elaboró un pensamiento social-católico en muchos aspectos original, que fue evolucionando con el tiempo y que no llegó a completarse".
No es un caso único. Varios de los mártires del Valle pertenecían a órdenes y congregaciones dedicadas específicamente a los más necesitados, como las adoratrices y su labor de educación de jóvenes pobres o rescatadas de la prostitución, o los hermanos de San Juan de Dios, entregados a los enfermos sin recursos.
Otro de los enterrados en el Valle es un intelectual de relieve, el Beato Fidel Fuidio, marianista, representado en el mosaico de la cúpula de la basílica en la figura de San Francisco Javier a petición del segundo arquitecto de las obras, Diego Méndez, quien había sido alumno suyo. El padre Fuidio era un arqueólogo de renombre.
El padre Cantera concluyó su intervención con el deseo de que "sea conocida la riqueza espiritual y todo el sello teológico que el Valle de los Caídos lleva impreso en su alma como auténtico lugar de paz y de reconciliación... a la sombra de la Cruz redentora".
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