En mi adolescencia, cuando uno realmente se empieza a fijar en los detalles y a preguntar lo que no te habías reparado de niño, comencé a valorar dos pequeños elementos de tela sobre los que hoy quisiera hablar: "la palia" y "la hijuela".
A mi Parroquia natal unos domingos venía un sacerdote y otros domingos otro; uno celebraba usando estas dos piezas, el otro no. Un día me interesé por saber qué era aquello y para qué servía, y por qué unos lo usaban y otros no.
Comenzamos por "la palia" que es de forma cuadrada. Algunos la vienen adjetivando desde hace décadas como una reminiscencia tridentina, y en lo de relacionarla con Trento dicen bien, pues ésta surgió a finales del siglo XVI con los cambios que se fueron implantando con las nuevas normativas emanadas del Concilio de Trento, superado el movimiento contrareformista. Hasta ese momento no era necesaria la palia, pues su función la cumplía "el corporal", con el cual se cubría el cáliz durante la celebración. En algunas zonas surgieron los corporales plegados con el fin de que el vaso sagrado no quedara descubierto por culpa del tamaño del lienzo.
Originalmente eran sólo de tela, pero pronto se empezaron a reforzar con más tela, pequeñas piezas de madera y ya en el siglo pasado con bordados sobre trozos de cartón para darle cuerpo. En el siglo XVIII se extendió la costumbre ya no sólo de bordar la parte superior, sino además enriquecerla con pedrería, pequeñas pinturas y cientos de detalles minimalistas.
La palia se coloca sobre la patena antes de la misa, y su uso es el siguiente: se retira en el ofertorio para la presentación de los dones colocándola sobre el cáliz al terminar la presentación. Se retira de nuevo para la "epíclesis" (acto de la transustanciación por la imposición de manos y oración del scardote), volviendo a ser colocada sobre el cáliz una vez concluida la consagración. En el rito de la comunión se vuelve a retirar antes de la fracción del pan. Una vez purificados los vasos sagrados la palia vuelve a ser colocada sobre la patena y llevada a la credencia. Cuando el sacerdote celebrante está acompañado por un diácono le corresponde a éste retirar y colocar la palia durante la celebración.
La palia se coloca sobre la patena antes de la misa, y su uso es el siguiente: se retira en el ofertorio para la presentación de los dones colocándola sobre el cáliz al terminar la presentación. Se retira de nuevo para la "epíclesis" (acto de la transustanciación por la imposición de manos y oración del scardote), volviendo a ser colocada sobre el cáliz una vez concluida la consagración. En el rito de la comunión se vuelve a retirar antes de la fracción del pan. Una vez purificados los vasos sagrados la palia vuelve a ser colocada sobre la patena y llevada a la credencia. Cuando el sacerdote celebrante está acompañado por un diácono le corresponde a éste retirar y colocar la palia durante la celebración.
Por tanto, la colocación de cara a la preparación de la Santa Misa es sencilla; sobre el cáliz se pone el purificador, sobre éste la patena con la forma cubierta por "la hijuela" y encima de todo la palia. En muchos lugares, sin embargo, se sigue empleando el velo del cáliz; aquí la distribución es diferente: sobre el cáliz va el purificador, sobre éste la palia y cubriendo todo el velo; y después encima del velo la bolsa de los corporales con el corporal en su interior.
El velo del cáliz, también llamado ''sobrecáliz'', es otro lienzo sagrado que a diferencia de lo que muchos piensan sigue formando parte de la liturgia de la Iglesia Romana. Es más, la ordenación general del misal romano dice específicamente que su uso es loable.
Esta tradición antiquísima que la Iglesia ha conservado hasta nuestros días del uso del velo del cáliz, del velo del copón, "el conopeo", es todo ello una herencia del pueblo judío, nuestros hermanos mayores en la fe.
En el Antiguo Testamento nos encontramos el profundo respeto hacia lo sagrado del pueblo de Israel en todo lo referente a lo trascendente. Todos estos velos que nuestra liturgia emplea responden a la manifestación de la presencia divina que los judíos llamaban el misterio de la “Shekinah” -la "radiancia" de Dios; su presencia-. Si recordamos el pasaje de Zacarías en el templo cuando se explica cómo los sacerdotes se turnaban para entrar al Santuario del templo a ofrecer el incienso en el altar, ese lugar que era el más importante, estaba cubierto por un gran velo que impedía a los fieles ver el Santuario. Cuando el Señor muere en la Cruz, el evangelio nos dice que el velo del templo se rasgó en dos (!) como diciéndonos que aquel día quedó a la vista de todos el rostro, el cuerpo y el amor de Dios por su pueblo que había esperado durante siglos la redención que tuvo lugar en la hora nona. Así en la liturgia católica este sentido de cuidar con tantos paños y velos las cosas sagradas que son de Dios, pretenden recordarnos que estamos ante algo que no es nuestro ni es de este mundo, sino que estamos ante el "Sancta Sanctorum"; ante Cristo vivo en medio nuestro, teniendo un trozo de cielo ya aquí en la tierra.
El velo del cáliz, también llamado ''sobrecáliz'', es otro lienzo sagrado que a diferencia de lo que muchos piensan sigue formando parte de la liturgia de la Iglesia Romana. Es más, la ordenación general del misal romano dice específicamente que su uso es loable.
Esta tradición antiquísima que la Iglesia ha conservado hasta nuestros días del uso del velo del cáliz, del velo del copón, "el conopeo", es todo ello una herencia del pueblo judío, nuestros hermanos mayores en la fe.
En el Antiguo Testamento nos encontramos el profundo respeto hacia lo sagrado del pueblo de Israel en todo lo referente a lo trascendente. Todos estos velos que nuestra liturgia emplea responden a la manifestación de la presencia divina que los judíos llamaban el misterio de la “Shekinah” -la "radiancia" de Dios; su presencia-. Si recordamos el pasaje de Zacarías en el templo cuando se explica cómo los sacerdotes se turnaban para entrar al Santuario del templo a ofrecer el incienso en el altar, ese lugar que era el más importante, estaba cubierto por un gran velo que impedía a los fieles ver el Santuario. Cuando el Señor muere en la Cruz, el evangelio nos dice que el velo del templo se rasgó en dos (!) como diciéndonos que aquel día quedó a la vista de todos el rostro, el cuerpo y el amor de Dios por su pueblo que había esperado durante siglos la redención que tuvo lugar en la hora nona. Así en la liturgia católica este sentido de cuidar con tantos paños y velos las cosas sagradas que son de Dios, pretenden recordarnos que estamos ante algo que no es nuestro ni es de este mundo, sino que estamos ante el "Sancta Sanctorum"; ante Cristo vivo en medio nuestro, teniendo un trozo de cielo ya aquí en la tierra.
El número 142 de la Instrucción General del Misal Romano, al detallar la forma de realizar el celebrante la presentación de los dones al comienzo de la liturgia eucarística refiere: ``Bendito seas, Señor, Dios; y después coloca el cáliz sobre el corporal y, según las circunstancias, lo cubre con la palia''.
El segundo lienzo litúrgico citado es "la hijuela", también llamada en algunos lugares "palia redonda". Es una pieza menos conocida, pues es algo posterior a la palia, y tanto su origen como uso se reduce a España principalmente y a los países de habla hispana con vínculos culturales de nuestra nación, que en el tiempo adoptaron también esta costumbre a su liturgia. No olvidemos que en las colonias españolas hasta el siglo XIX dependían de nuestra Tierra y en las que los católicos del lugar habían conservado las tradiciones religiosas y litúrgicas llevadas por el clero y los misioneros que ejercieron su ministerio en aquellas tierras. A principios del siglo XX se hablaba de que el tamaño correcto de la palia habría de ser de 12 cm por cada lado, como señalaba Joaquín Solans en su ''Manual Litúrgico'', publicado en 1913.
El segundo lienzo litúrgico citado es "la hijuela", también llamada en algunos lugares "palia redonda". Es una pieza menos conocida, pues es algo posterior a la palia, y tanto su origen como uso se reduce a España principalmente y a los países de habla hispana con vínculos culturales de nuestra nación, que en el tiempo adoptaron también esta costumbre a su liturgia. No olvidemos que en las colonias españolas hasta el siglo XIX dependían de nuestra Tierra y en las que los católicos del lugar habían conservado las tradiciones religiosas y litúrgicas llevadas por el clero y los misioneros que ejercieron su ministerio en aquellas tierras. A principios del siglo XX se hablaba de que el tamaño correcto de la palia habría de ser de 12 cm por cada lado, como señalaba Joaquín Solans en su ''Manual Litúrgico'', publicado en 1913.
De la palia también se ha dicho que antes del Concilio Vaticano II se exigía que siempre fuera blanca, y que la costumbre de que estos lienzos vayan a juego con el color litúrgico de la celebración es más bien reciente. No es del todo correcto; la costumbre de que los colores litúrgicos visualizaran el contexto celebrativo ya se daba en la liturgia muchísimo antes de la entrada en vigor del Sacrosantum Concilium en 1963. Ahí tenemos como ejemplo las "cáligas" o sandalias que empleaban los obispos ya desde la edad media. Es cierto que en las parroquias rurales con pocos recursos y allí donde no se podían permitir tener los lienzos litúrgicos de todos los colores se empleaba únicamente el blanco como mal menor, más la única prohibición real que había entonces era -según el P. Gregorio Martínez de Antoñana C.M.F.- el uso de palias de color negro para las eucaristías de difuntos. Aunque el color litúrgico negro fue muy denostado en nuestro país en los años setenta y ochenta hoy está recuperando protagonismo. En Polonia se preservó no sólo el negro, sino que fueron pioneros en incluir la palia de color negro para las misas exequiales.
También estas dos piezas cayeron en desuso en muchos lugares por una mala interpretación del Concilio Vaticano II, pues la palia y la hijuela no fueron suprimidas, aunque algunos siguen afirmando que sí. Lo que expresan estos dos lienzos son, por un lado una profundísima reverencia al cuidado del pan eucarístico protegiendolo antes incluso de la consagración y, por otro, un signo de fe. El sacerdote que pone cuidado al celebrar, que mima con sus manos el Cuerpo de Cristo y su Sangre Preciosísima supone ya una oración, una invitación a los fieles a la adoración del misterio que se está produciendo sobre el ara, donde verdaderamente está ya el Hijo de Dios en su cuerpo, sangre y divinidad.
Que triste es ver a sacerdotes que celebran de cualquier manera; que no tienen delicadeza con los vasos sagrados o que no cuidan la belleza del altar que pide austeridad con dignidad; es decir, que sobre el altar sólo estén las velas y la cruz, el misal sólo del ofertorio a la comunión, así como que el cáliz y la patena sean purificados preferiblemente en la credencia. La forma en la que celebra el presbítero si lo hace como le pide la Iglesia, hará mucho bien a las almas.
En el siglo XVII la palia no se ponía aún sobre la patena, era una sencilla tela (normalmente de pequeñas dimensiones, pues las copas de los cálices de ese tiempo acostumbraban a ser estrechas) a juego con el resto de lienzos. La palia iba dentro del corporal -al desplegarlo estaba en el cuadrante medio de la derecha- y de ahí iba al cáliz, y de éste de nuevo a su lugar. Jamás se sacaba del corporal, por un criterio de pura fe. Después de comulgar el sacerdote solía cubrir el cáliz para evitar que entrara algún insecto mientras distribuía la sagrada comunión; la idea de que una mera gota de la sangre del Señor ''Sanguis'' hubiera quedado en aquel lienzo dio lugar al buen escrúpulo de proteger siempre este paño con mimo y cuidado. El origen de la hijuela viene del deseo de los sacerdotes de evitar que el velo del corporal -a menudo muy manoseado, pues eran de colores y se lavaban menos que los lienzos blancos- tocara la oblea sin consagrar, la cual aguardaba en la patena la transustanciación en el Cuerpo del Señor (ya que la palia no había salido aún del corporal). Una vez superada la costumbre de guardar la palia entre los pliegues del corporal, ésta se destinó al cáliz y la hijuela a la patena, aunque curiosamente dependiendo del lugar sus nombres cambian en función de si son cuadrados o redondos. Las hay acartonadas, almidonadas, lisas... Su nombre parece que viene por considerarse una extensión de la palia. Antiguamente se cuidaba mucho que la palia y la hijuela fueran de la misma tela y tuvieran el mismo ornato; es decir, que fueran todo del mismo juego. Incluso en los bendicionales antiguos se entendía que la bendición era para todos los lienzos del altar a la vez, al conformar un todo.
Como curiosidad, contar que aunque la hijuela tenía como antes señalamos origen español, su uso entre el clero de España se limitó durante algunos siglos solamente hasta el momento de la consagración.
Tras la elevación del cáliz sí se ponía la palia protegiendo la sangre del Señor; sin embargo, la hijuela quedaba sobre el corporal sin cubrir al Santísimo.
Cuentan que en el siglo XVI el Papa Pablo IV concedió el privilegio de poder utilizar la hijuela tras la consagración única y exclusivamente a los Clérigos Regulares Teatinos, congregación religiosa a la que el mismo Pontífice pertenecía, como reconocimiento a la gran obra sacerdotal que los hijos de San Cayetano estaban llevando a cabo en Italia frente a las consecuencias de la Reforma Protestante. En España la tradición nos dice que el primer lugar en el que se utilizó la hijuela tras la consagración fue en la Catedral de Santa María de la Huerta de Tarazona (Aragón) a principios del siglo XVII. Parece que el entonces obispo de esa diócesis, el manchego Fray Diego de Yepes que había sido religioso jerónimo y confesor de la mismísima Santa Teresa de Jesús, era un hombre muy espiritual y escrupuloso que sufría ante la mera idea de que el más mínimo fragmento del Cuerpo del Señor fuera a parar al suelo. Por este motivo solicitó a Roma esta gracia recibiendo respuesta favorable por parte del Venerable Cardenal César Baronio. Independientemente de la exactitud de estas historias, lo que sí nos interesa es ver cómo en el tiempo se fue introduciendo la costumbre de cubrir al Señor con la hijuela durante la Santa Misa.
Ahora con el problema de la pandemia del Covid-19 se han tenido que tomar muchos más cuidados en las celebraciones litúrgicas, de forma especial en la celebración de la Eucaristía: alfombras con desinfectante en la entrada, gel de manos, indicadores de la distancia en los bancos... Y por su parte, los sacerdotes al igual que los fieles han de utilizar también tanto la mascarilla como el gel hidroalcoholico. Es de agradecer que la mayoría del clero se haya tomado muy en serio las medidas sanitarias para las celebraciones, aunque yo pienso que este cuidado había que haberlo tenido mucho primero y mantenerlo después con algo tan sencillo como es el uso de la palia y la hijuela. La palia y la hijuela sirven para que mientras el sacerdote reza la plegaria, si se le escapa algo de saliva no toque el pan y el vino primero, ni después el Santísimo Cuerpo y la Preciosísima Sangre del Señor. Son igual que la mascarilla o incluso mejores y previenen no sólo la saliva, sino también de insectos, cuerpos extraños y otros contaminantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario