viernes, 25 de septiembre de 2015

Carta semanal del Sr. Arzobispo


No cansarse de estar siempre comenzando

Ayer entró oficialmente el otoño alfombrando nuestro suelo de nostalgia, mientras otras hojas no dejan de caer con el paso del tiempo en esta vida que no tiene botón de pausa. En este aire mágico tan propio de estos días del final de septiembre, se ven nuestras calles surcadas de niños y jóvenes que acuden a sus primeros días del curso escolar. Me enternece ver a los más pequeños a esas horas mañaneras cuando me cruzo con ellos. Van con los ojitos semiabiertos, el pelo rebelde sin acabar de peinar, mientras de un brazo tira su madre o su padre y ellos con el otro tratan de arrastrar su mochila o su maletina de ruedas. Parece que van de viaje y es lo que hacen en realidad: rumbo a cosas por aprender con números y letras, a paisajes vírgenes en la geografía inédita, los entresijos de las ciencias sociales, los idiomas y las lenguas, algún ejercicio físico con chándal y la religión que también se les explica en clase. Todo un mundo que poco a poco surcan como quien es viajero aventurero de tantas cosas hermosas que nadie debería manchar ni usar para luego tirar indebidamente.

También en nuestro Seminario hemos comenzado las clases y anteayer tuvimos la apertura de curso. No actualizamos sin más las cifras de los dos años que ven empezar y terminar este curso académico, 2015-2016, como en años anteriores poníamos los números que correspondían. Más bien hemos de decir que todo comienzo no es la repetición cansina de algo ya sabido que hace tiempo dejó de conmovernos. ¿Qué es lo novedoso? ¿Quizás lo que por primera vez se ve o se oye? Si así fuera, nuestro horizonte cultural de algo tan hermoso como la academia de la vida, se ceñiría al vaivén de un trasiego dictado por el último sobresalto, el último desafío, el último desconcierto... llegando casi siempre tarde donde nunca pasa nada.

No, la novedad no es simplemente lo que por primera vez se oye o se descubre, sino lo que tantas veces visto y oído, resulta ser más verdad cada día. Dicho de otra manera, lo que se presta a ser reestrenado aún en medio de lo sabido y trillado, pero que se puede volver a abrazar, volver a contemplar desde la ilusión ilusionada y no ilusa, como gustaba decir Julián Marías. Esta novedad que arrima algo más verdadero en el modo de mirar es lo que en pedimos al Espíritu Santo al comenzar el curso.

Se ajustan los calendarios escolares, se remozan los departamentos y se ponen a punto sus profesores, se acoge al alumnado nuevo con el recuerdo vivo de aquellos que despedimos hace sólo dos o tres meses. Así iremos desentrañando con la ciencia y la conciencia tantos factores que entran en danza entre las preguntas que nos anidan y lo que nos acerca las respuestas. En medio de este comienzo, pedimos con audacia creyente que el Espíritu Santo haga nueva nuestra mirada y nuestra entraña. Es ese viento que tiene la dulzura de la brisa sin devastar nuestra esperanza, esa llama que alumbra sin deslumbrar capaz de encender un fuego hermano que cálido calienta sin destruir jamás. ¡Ven Espíritu de Dios, danos el don de la sabiduría, el temple de la prudencia, la virtud de la paciencia, el acierto del buen consejo, y el gozo de la alegría!

Todo esto es aplicable no sólo a nuestros pequeños y jóvenes, a nuestros seminaristas, sino a todo comienzo que tiene en estos días su puesta a punto como quien se descubre de tantos modos en un punto de partida. Hemos de abrir los ojos y el corazón ante Dios que anda entre los pucheros de la vida: Él no aburre a nadie jamás si te dejas asombrar por quien es siempre sorprendente.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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