Fue jubiloso el júbilo con el que acudimos con nuestro querido Arzobispo emérito D. Gabino Díaz Merchán el pasado sábado para dar gracias a Dios en la Catedral de Oviedo. Allí donde tantas veces él presidió los sagrados misterios y predicó la palabra de Dios, donde ordenó sacerdotes a tantos de nuestros curas en sus treinta y tres años de ministerio episcopal entre nosotros. Bodas de oro de un obispo que en la fiesta del Dulce Nombre de María, él con quienes le acompañamos con afecto de hermanos: su familia natural, los hermanos obispos, tantos sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas, feligreses laicos… Es el pueblo de Dios del que él forma parte, que en ese día especial le rodeamos con afecto y plegarias para dar juntos gracias por tantas gracias recibidas en su larga y fecunda vida al servicio del Señor y de su Iglesia.
El tiempo es siempre un reloj que marca las horas de nuestra biografía. No hay tiempo sin un espacio que dibuja ese paso de los días y que no admite ni pausa que nos detenga ni quimeras para vivir fantasías. Una vida es sencillamente eso: lo que en un espacio de tiempo se ha ido expresando cada día. Estas dos coordenadas –espacio y tiempo– con precisión humilde y tenaz describen nuestras luces y nuestras sombras por donde hemos ido paseando nuestros sueños, nuestros contratiempos, los sobresaltos que nos dislocaban y las bonanzas que nos bendecían. Metas que hemos podido ver realizadas y cumplidas, o aquellas otras de las que nos quedamos lejos casi en el punto de partida. Amores que han llenado el corazón de gozo o temores que han intentado arrugar el alma. ¡Cuántas cosas suceden en una larga vida!
Hacía cincuenta años desde que D. Gabino comenzó a ser obispo como sucesor de los Apóstoles. Allí y entonces comenzaba una historia no escrita todavía. Como siempre nos sucede cuando somos llamados a lo que Dios nos emplaza en su Iglesia, tan sólo conocemos que no vamos sino que nos llevan, que pone otro nuestras manos en el arado pidiéndonos no volver la vista atrás, y como humildes siervos en la viña del Señor tratamos de gastar la vida entera en lo que da gloria a Dios y es bendición para los hermanos que Él nos confía en su Iglesia.
En un rincón de la Mancha del que sí podemos y querernos acordarnos, Mora de Toledo, nació D. Gabino en 1926. Es una tierra la toledana de gente curtida por el sol, la dignidad y la honradez. Pero sobresale como un motivo que siempre ha vivido con discreción piadosa, la memoria de sus queridos padres a los que la oscuridad de la barbarie no eclipsó la luminosidad de su fidelidad cristiana en el momento heroico del supremo testimonio de quien muere por su fe. A ellos les damos gracias también y que nos bendigan desde el cielo.
Estos cinco decenios han sido complejos, convulsos y apasionantes por cuanto se ha vivido en la sociedad y en la Iglesia profundos cambios políticos, sociales y eclesiales. Navegar con mar gruesa sólo es apto para timoneles serenos que no renuncian al puerto de llegada ni se arredran ante el fuerte oleaje, mientras navegan contra viento y marea fiados de Dios en la travesía. Así se le recuerda a D. Gabino en aquellos años en donde la Iglesia se iba a colocar de un modo diverso ante el escenario de la historia, para vivir ahí el mensaje perenne del Evangelio de Cristo, la doctrina social de la Iglesia, la cercanía al dolor y a la esperanza de la gente.
Cincuenta años después, con él damos gracias y pedimos la gracia de saber reconocer que nuestra vida está en las manos de Dios, que podemos pedir perdón y animosos volver a empezar cada día.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario