En este Domingo VII de Pascua nos detenemos a contemplar un hecho hermoso de la vida de Jesús, como es su Ascensión al Cielo. En realidad esta liturgia teníamos que haberla celebrado este pasado Jueves, cuando se han cumplido los cuarenta días de la Pascua de Resurrección; desde hace ya décadas se ha trasladado esta fiesta al domingo más cercano. Es una celebración hermosa la de este día, no sólo porque al estar cerca de Oviedo -donde se celebra especialmente- sintamos como algo nuestro esta jornada que siempre fue motivo de encuentro entre forasteros y oriundos, entre parientes y amigos, pero particularmente para los católicos este día ha de ser una toma de conciencia de que tenemos que prepararnos para el Cielo, que no podemos dormirnos en los laureles, sino que tenemos que preparar la maleta interior para la partida definitiva en tú a tú con el Señor.
El primer hecho que representa la Ascensión es de ruptura; el Jesús resucitado de algún modo podríamos decir que se despide; no dice adiós, pero tampoco les niega que sus apariciones y encuentros con ellos ya no se volverán a dar aquí en la tierra. No es que Jesús se desentienda de todo y empiece unas vacaciones indefinidas; he aquí algo a subrayar hoy: estamos empeñados en autoconvencernos de que sólo somos útiles haciendo el bien aquí, como si el cielo fueran unas vacaciones. Nada de eso, Jesucristo asciende al cielo ante su Padre para seguir intercediendo continuamente entre nosotros. Los Apóstoles pensaban que perdían a su mejor amigo, pero en realidad ganaban al el mejor intercesor posible. Hay un Santo al que yo le tengo especial cariño: San Pío de Pietrelcina; en Italia acudía a él a diario miles de personas pidiendo que les tocara, que los escuchara en confesión, que bendijera a sus enfermos... Cuando en 1968 ya muy enfermo se presagiaba su muerte, los frailes de su comunidad se preguntaban qué sería de aquellas multitudes que iban a aquel convento perdido en el sur de Italia en busca de su consuelo, y el P. Pío respondió que estuvieran tranquilos, pues "Haré más ruido muerto que vivo". Traigo este ejemplo para que saquemos por extensión la cuenta matemática: mirad si está trabajando desde el Cielo el Padre Pío que cada año visitan su santuario de San Giovanni Rotondo más de siete millones de personas: ¿Cuántos más corazones, personas y gracias no está obteniendo Nuestro Señor Jesucristo ante el trono de su Padre desde el día de su Ascensión?... El que se atreva a hacer un cálculo que lo intente.
El cielo nos produce miedo, dudas, o nos suena a algo lejano que nos queda muy allá, y ante esto puede ocurrirnos lo mismo que a sus discípulos, que nos quedemos como "pasmarotes" mirando a las nubes sin hacer nuestro el mandato previo que este día da el Señor a la Iglesia entera: ''Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación''. El Señor sabía muy bien lo que les estaba diciendo. En este tiempo de Pascua, en la lectura continuada del libro de los Hechos de los Apóstoles vemos esa continua reticencia de las primeras comunidades hacia los no judíos, por eso este testamento del Maestro antes de dejarlos quiso ser totalmente claro con que no hay cabida para las exclusiones. La salvación no está limitada al pueblo de Israel: se ofrece a todo el mundo sin preocuparnos que luego haya acogida o rechazo, pues ''El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado''. Pero no basta sólo con bautizarse y ya está. San Pablo nos dirá en este precioso texto de su carta a los Efesios, que es en sí una oración: ''os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los creyentes''. Lo que Pablo pide es que no nos falte la fuerza necesaria para vivir coherentemente nuestra vocación, nuestro seguimiento fiel del Señor aportando cada cual sus talentos en la Iglesia, que es su cuerpo místico y su obra continuada en medio de nuestro mundo. Por esto el día de la Ascensión es también la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en la Iglesia, conscientes de que son una respuesta necesaria al envío misionero que recibimos en este Domingo de anunciar la Buena Nueva al mundo entero.
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