Celebramos el día del Señor en este domingo XI del Tiempo Ordinario, donde nos contempla que con misericordia como es propio a su corazón: ''Al ver a las gentes, se compadecía''... Con el evangelio de este domingo iniciamos una andadura concreta junto al Señor a través de su "discurso apostólico" en el que se nos irá planteando nuestra identidad, vocación y misión: Somos llamados a construir un reino; no hechos extraordinarios, sino sabiendo santificar todo lo ordinario.
I. La muerte que nos salvó
En la epístola de San Pablo a los romanos encontramos este pasaje que suele ser complejo de explicar. Ya desde los comienzos del cristianismo era difícil entender el sentido de por qué Dios se hizo hombre y murió por nosotros, siendo unos ingratos pecadores que continuamente despreciamos con nuestro mal testimonio su entrega sublime de amor. Por eso el Apóstol comenta esta verdad que nos sobrepasa y que pensándolo racionalmente no tiene sentido: ''apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros''. La respuesta a esto nos la dio el propio Jesús: ''no necesitan médico los sanos sino los enfermos''. Por esto se entrega Cristo por nosotros, consciente de la fragilidad de nuestro barro, de nuestra pobreza, enfermedad y miseria. El pueblo elegido no logró ser nación santa ni pueblo sacerdotal, como tampoco lo somos hoy. Sencillamente somos unos pobres pecadores que aún seguimos peregrinando. Pero he aquí el milagro; no ha terminado la peregrinación, no hemos sido destruidos por nuestras faltas, sino que el Señor vuelve a demostrarnos que sólo Él es el rico en misericordia que nos sigue dando la oportunidad. Ante nuestra humanidad herida, perdida y sin esperanzas, hallamos la respuesta en el corazón de Cristo, en el Amor de Dios que no tiene límite y que constituye la solución verdadera para un mundo dividido y en guerra.
II. Reino y nación
En la primera lectura del Libro del Éxodo seguimos acompañando el recorrido de ese pueblo que de estar esclavo en Egipto y con la conciencia de que Dios se ha olvidado de ellos, experimentan no sólo que Él si se acuerda y les tiene presentes y oye sus plegarias, sino que va más allá, hasta el punto de que Dios y su pueblo, el pueblo y Dios empiezan a relacionarse con frecuencia y a tratarse con intimidad. Ese es el anhelo de todo ser humano; no sólo descubrir al Creador, sino tratarlo hasta el punto de vivir íntimamente unidos al que da sentido a la misma existencia. En el fondo, tanto el Sinaí como las Tablas son un nexo de unión, el lugar donde se produce la teofanía y las leyes que Dios da como respuesta al interrogante sobre lo que espera el Señor de su pueblo. He aquí la coherencia que se nos reclama también a nosotros: Dios ha hecho un pacto que los hombres no cumplirán, pero aún así Él permanecerá fiel a su palabra: ''Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo''. No se entiende ya el pueblo de Israel sin esta simbiosis, dado que Dios le da una identidad propia para pactar una alianza... Luego están los conceptos de reino y nación que Yavhé promete a unos pobres esclavos errantes por el desierto: ''seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa''... Sonaba a una meta inalcanzable, como si ni siquiera Dios pudiera conceder algo así por el elevado concepto que había sobre sacerdotes, reyes y territorios. De forma muy concreta, los sacerdotes estaban prácticamente apartados del pueblo; se dedicaban a lo sagrado, a lo que nadie podía tocar, y para ello vivían apartados sin tener contacto con el resto. Quizá esas palabras sobre el reino de sacerdotes y nación santa podríamos interpretarlo del siguiente modo: Dios quería que su pueblo fuera santo, por tanto los sacerdotes ya no tendrían que vivir lejos del pueblo dedicados a la santidad sin más, sino que, precisamente, el sueño del Señor estaba en que hubiera más sacerdotes para esa Nación. En definitiva, todos y cada uno de los bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes, llamados a ser santos no encerrados en casa, sino en comunión con el pueblo de Dios, nuestros hermanos.
III. Misioneros de Misericordia
El evangelio de este domingo como ya adelantaba antes es un pasaje que nos revela los sentimientos más íntimos del Señor: ''al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor''. El Señor se compadece de sus coetáneos, igual que ya se había compadecido Dios Padre del pueblo esclavizado en Egipto. Y aquí sí hay un proyecto de reino y de sacerdocio; para ello elige a doce apóstoles que le ayuden a anunciar el Reino de Dios por medio de esta nueva fórmula de sacerdocio que Jesús nos presenta donde el sacerdote no vive apartado de la gente, sino entre las personas: curando enfermos, endemoniados, lisiados... He aquí la manifestación de la preocupación del Buen Pastor que no quiere ver a sus ovejas abandonadas y errantes sin pasto ni pastor. E Buen Pastor tiene pastor esa solicitud por su grey y de la que brota la necesidad de dar a la Iglesia pastores. He aquí que con razón el Santo Cura de Ars afirmara: ''el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús''. Los sacerdotes somos llamados a ser misioneros de la misericordia en medio de nuestro mundo, que jamás ha visto tantos heridos de todo tipo: heridos por las ideologías, el odio, las depresiones, adicciones; heridos por el afán de poder o dinero; necesitados de Dios en el fondo y de tantas realidades que necesitan curarse con la mejor medicina que es Cristo mismo. Y a esto estamos llamados todos: fieles, religiosos/as y presbíteros. El Señor llama, elige, y no lo hace al azar, sino que a cada cual lo hace por su nombre, con sus circunstancia, talentos y miserias. Por eso son doce, porque Él quiso llamar a doce para dejar claro de antemano cuál era el fin de ese grupo. Y es que el doce en la Bíblia es sinónimo de perfección; a eso los llamó y nos llama a nosotros, a la perfección, a la santidad, a no vivir como ovejas sin pastor, sino a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto.
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