domingo, 1 de agosto de 2021

''Pan de Vida''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


A partir de este Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, los textos de la Palabra de Dios nos ayudarán a interiorizar la grandeza del misterio sacramental que celebramos cada día sobre el Altar, y es que en estos domingos el evangelio está tomado del llamado "discurso eucarístico de Jesús".

San Pablo nos presenta otra realidad no sólo ante la eucaristía, sino ante todo lo referente a Dios, invitándonos a una coherencia de vida para aquellos que han descubierto realmente a Cristo: ¿Somos consecuentes en el pensar y el obrar, y nos acercamos a recibir el Cuerpo del Señor ''dignamente preparados''?... A veces sorprende ver vanas tertulias en los templos antes de la misa; o al tiempo que se reza el Rosario o cuando algunos aprovechan la fila de la comunión para "lucirse" y saludar a los amigos, comulgando como el que da un paseo o se toma "un pincho", incluso habiendo llegado tarde. De esto les habla el Apóstol a los cristianos de Éfeso, de que si se dicen cristianos de verdad han de vivir como tal y no como paganos. Es una llamada de atención a todos para esforzarnos en cuidar nuestra vida de fe haciendo nuestras las palabras de San Pablo: ''En cuanto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos de vuestra vieja naturaleza, que está corrompida por los malos deseos engañosos. Debéis renovaros en vuestra mente y en vuestro espíritu, y revestiros de la nueva naturaleza''.

La primera lectura del Libro del Éxodo nos muestra al pueblo de Israel vagando por el desierto cuando el hambre empezaba ya a hacerse presente y las quejas de una mayoría se volvían contra el pobre Moisés. Es tal la desesperación y la desconfianza en Dios que llegan a lamentar ser libres y añoran incluso las ollas de carne que comían siendo esclavos en Egipto. Moisés clama al Señor y Dios vuelve a mostrar que está con su pueblo, que no le deja de su mano, pero quiere probar su fe. En medio del inhóspito desierto el Señor alimentó a su pueblo con codornices y "maná". Aún hoy en nuestro lenguaje contemporáneo seguimos diciendo: ''esto no es como el maná que baja del cielo''. Ese panecillo como escarcha y rocío con el que Dios cubrió el suelo seco para alimentar a sus hijos, no fue un pan para la eternidad, aunque como hemos cantado con el salmista: fue ''un trigo celeste''. Todo esto nos sirve de antesala del evangelio, donde Jesús se presenta así mismo como el Pan Vivo que ha bajado del Cielo.

El pasado domingo en tocó celebrar a Santiago, por lo que el evangelio fue otro distinto, pero el que correspondía de haberse celebrado el propio del Tiempo Ordinario era el de "la multiplicación de los panes y los peces". No quiero omitir esto, pues el comienzo del pasaje hace alusión indirecta a ello. El texto empieza diciendo que la gente se subió a las barcas y fueron a buscar a Jesús a Cafarnaún, pues no le veían por allí ni a él ni a sus discípulos y, cuando les encontraron, Jesús les recuerda que no le buscaban por haber visto sus señales milagrosas y a Dios mismo en su hacer y proceder, sino por el interés, pues habían comido hasta saciarse en aquel milagro. Entonces Jesús les da una nueva lección: ''No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él''. Jesús no quiere que se queden en lo secundario o anecdótico aunque sea portentoso, sino que sepan buscar lo esencial.

 El Señor Jesús les dice que la obra de Dios consiste en creer en su enviado; es decir, en Él. Uno de los presentes -seguramente un escriba- le dijo a Jesús: ''Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto", y es aquí donde Cristo da comienzo a su gran catequesis eucarística con un importante trasfondo sapiencial. Jesús quiere que levanten la mirada del suelo, no está hablando de cosas terrenales, sino que quiere que vean más allá. Los judíos acostumbraban a hablar del maná como el pan que les había dado Moisés, por eso Jesús hace aquí una corrección importante: ''Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo''. No está nuestro Salvador minusvalorando el episodio del maná, sino aclarando que fue Dios mismo y no Moisés quien alimentó al pueblo de Israel en el desierto como ahora y para siempre hace con las obras y palabras de sí mismo que serán prefiguración sacrificial y eucarística del Pan de la vida que se concreta en Él.

Él es el nuevo maná que no satisface únicamente un hambre temporal: ''El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed''. Seguramente cuando Jesús les dijo estas palabras aún no entendían a qué se refería, pero quedaron tan impactados con sus afirmaciones que terminaron con un deseo claro: «Señor, danos siempre ese pan».

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