lunes, 30 de agosto de 2021

Homilía de nuestro Párroco

Isaías 61, 1-3.10-11 + Juan 14, 15-21.21-27

Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo,

Ilmo. Sr. Abad y M.I. Cabildo Colegial, a quienes agradezco muy sinceramente la invitación para la predicación de hoy. Hermanos sacerdotes, religiosas, seminaristas, Escolanía, peregrinos y fieles todos. En especial mi saludo más cariñoso a mis feligreses de San Félix de Lugones y Sta. María de Viella, que me han acompañado; a los enfermos y tantas personas que hoy están aquí con un corazón “contrito y humillado” en comunicación íntima con la Santina, así como a las que de igual modo nos siguen por el canal de “Youtube”: 

 «¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia! He subido a la montaña, he venido hasta tu Cueva, Virgen María, para venerar tu imagen, Santina de Covadonga. Con tus hijos de Asturias y de España entera quiero hoy proclamar tus glorias y unirme a tu canto: ¡Tú eres la sierva del Señor, nuestra Madre y Reina!»

Con estas palabras de San Juan Pablo II tantísimas veces repetidas en este ambón, quiero actualizar y renovar hoy el mensaje siempre vivo que nos dejó un santo Peregrino en este hogar maternal en 1989, y al que se une entrañablemente en múltiples recuerdos mi propia historia personal y vocacional. En aquella memorable visita, sin imaginar ni remotamente este día de hoy, yo también estaba aquí, digamos que profesionalmente, de una forma más discreta.

A la Novena acudimos los hijos de Asturias para unirnos al “Magnificat” de Nuestra Señora, pues también en nosotros por medio de Ella, el Señor ha hecho maravillas.

María es Madre de Misericordia, como yo mismo he experimentado. Tengo grabado el recuerdo que inmortaliza esta fotografía -aún en blanco y negro- y que será muy parecida a la de muchos hogares asturianos con rostros diferentes e historias parecidas. Era una Novena en que mi familia y yo, con apenas cuatro años, vinimos a ver a la Santina. Mi padre me trajo a los pies de esta Madre qué, como Juan al pié de la cruz, aceptó el amparo especial de aquel niño travieso de Candás que se iba a quedar muy pronto huérfano. Mi padre fallecería poco después, con 46 años. Estoy convencido de que ese día se plantó en mí la semilla de mi verdadera vocación, de la que sigo absolutamente enamorado, orgulloso y profundamente agradecido, y que quiero trasladar a algunos jóvenes y nobles corazones que quizá me estén escuchando hoy. Son las percepciones de un cura de pueblo que va cambiando el pelo rubio por el cano, y que me hace repetir siempre que a mí el Señor me llamó por la Señora; que fue Ella la que le dijo a aquel niño asustado y de orejas de soplillo un solemne día como éste: ''tú para mí y para mi Hijo; y haz lo que Él te diga''…No temas acoger a Maríaes el lema de la Novena de este año, el cual no podía ser mejor, pues las palabras del Ángel a San José son un verdadero reclamo en este también “jubileo josefino” para imitar al esposo de la Santísima Virgen en tantas virtudes que su silenciosa vida nos enseña: el amor a Jesús y María, la aceptación de la voluntad de Dios, el trabajo honrado de cada día... En San José, la Iglesia no sólo tiene un Patrono y un Padre, sino, sobre todo, un modelo para las familias y para los llamados y vocacionados. San José nos convoca ser justos, a pasar por la vida haciendo el bien sin reclamaciones de honores ni distinciones, y a vivir lo extraordinario dentro de lo ordinario en ese taller de carpintero que para cada uno de nosotros es nuestro trabajo o ministerio, y para cuidar especialmente de nuestras familias en este año en que la Iglesia Universal pone su mirada en ello de forma concreta.

Hermanos, tampoco esperéis tras mis palabras la resolución del misterio de la Santísima Trinidad, ni la proclamación de “dogma” alguno. Creo que muy acertadamente los predicadores de este año somos mayoritariamente, como ya dije, “curas de pueblo”. Quizá el Cabildo de este Santuario ha buscado esto, curas “sencillos”; gente normal como somos todos los que venimos año tras año a esta Novena con nuestras aspiraciones y frustraciones, como lo eran María y José. No sé si tan quiera esta pobre reflexión podrá servirle de algo a alguien, pero como dice -citando a un profesor suyo- mi párroco D. José Manuel García Rodríguez, que me llevó al Seminario y del que aprendí lo que ha de ser una homilía, ésta, ha de “romper el silencio con palabras esenciales''…

Sé de otros años por somnolentes experiencias tras agradable compañía y mesa antes de la misa y ulterior dolor de posaderas, que algunos de mis predecesores al tener quizá al Sr. Arzobispo delante, siendo ésta una celebración retransmitida, y señalados mediáticamente los predicadores, quizá hayan podido caer en la tentación de hacer una homilía “promocional” o de irrefutable exégesis. Como anticipé, no vengo a dar una clase de mariología ni de teología dogmática, ni a demostrar con elevados paralelismos bíblicos elocuencia académica alguna. Hablo, como siempre quiero hacer, desde un corazón agradecido a la misericordia de la Madre. Mis feligreses saben que no me gusta hablar con papeles, pero quizá hoy, para acotar mejor el tiempo, me he traído la chuleta.

Para mí es un honor -repito- estar aquí y hacerlo en el primer día de la Novena. Reitero mi agradecimiento al Sr. Abad, que fue formador mío en el Seminario durante un tiempo en el último curso ya, así como a los capitulares D. José Juan, para el que le pido a la Santina mucho ánimo y suerte en su nueva encomienda, y al que tal vez pude haber precedido en su parroquia de Viesques de Gijón, cuando Monseñor Osoro me planteó ésta o afrontar la construcción del nuevo templo de Cerredo -Degaña- donde ya me encontraba, y cuyo patronzago ostenta precisamente la Santina de Covadonga. Allí recordaban igualmente con mucho cariño a D. Luis Marino, al que me une además del ministerio, una fraterna amistad. Para los feligreses y familias de aquellas parroquias donde verdaderamente mi hice cura: Santa María de Cerredo, Santiago de Degaña, Santa Eulalia de Larón, San Luis de Tablado, San Pedro de Taladrid y San Jorge de Tormaleo, mi mayor recuerdo de cariño, gratitud y encomienda hoy, ante a la que tantas veces peregrinamos en fechas similares.

En ese recuerdo, cuando llegué a Lugones a punto de celebrar la Fiesta de Todos los Santos y Fieles Difuntos, acostumbrado a vivir en la carretera -antes y después- para atender siete parroquias y su veintidós pueblos, pensando en aquellos curas a galope en esos días, me ofrecí a D. Luis Marino que tenía diez parroquias en Piloña. Celebré una de las misas en la de Los Montes, y al preguntarme al final el Párroco cómo me había ido, le respondí: como me mandaste a Los Montes canté: ''levanto mis ojos a los montes''… En estos días los asturianos también levantamos nuestros ojos a la altura hermosa del Auseva, donde esta Madre de amor y misericordia tiene su casa y hoy nos convoca.

El Papa Francisco, para complicarnos la vida un poco a los frágiles de memoria o a los menos piadosos, ha introducido el pasado verano tres nuevas invocaciones en las letanías lauretanas que rezamos en el Rosario: “María, Madre de la Esperanza”, “Ayuda de los Migrantes” y “Madre de Misericordia”. No puede haber nada más hermoso que experimentar la misericordia de Dios por medio de su Santísima Madre, y renovar la esperanza de aquellos que busca una vida mejor.

Este Santuario es casa de misericordia, confesonario de la diócesis, bálsamo de las heridas del alma. Aquí, en esta basílica comenzamos como noveles confesores muchos sacerdotes asturianos que descubrimos cómo las personas llegan a él con profundas heridas en el corazón buscando la confianza -antropológica necesidad, diría yo- de reencontrarse con Dios en el mejor lugar posible, en la Casa de la Madre, como eficaz abogada e intercesora. Cuántas veces sentados en los confesonarios los sacerdotes veíamos cómo pasaban mirando turistas, curiosos o indiferentes, y cómo casi por impulso divino algunos daban media vuelta y temblorosos se arrodillaban y decían: hace treinta años que no me confieso; llevo esta cruz o me enfrento a este dilema… Sé que para muchos fieles presentes, ausentes o silentes, Covadonga ha sido y sigue siendo la oportunidad de volver a Dios; ellos mismos lo decían: vivo en una aldea muy pequeña, en mi pueblo no hay sacerdote, o en mi parroquia sólo hay “absoluciones colectivas” -literal-… Al hilo, tampoco estaría de más un “Motu Proprio” para abordar estas cosas verdaderamente extrañas, y mirar con mayor misericordia -valga la expresión- los nobles y escasos corazones jóvenes que buscan a Dios en tradicionales familias católicas qué, en sus cuitas, quieren la mediación de una Madre en un lugar como éste, mientras otros se van de cañas…


Hermanos: no os vayáis de Covadonga -o volver si hace falta en los próximos días- sin reconciliaros con el Señor. Tener sacerdotes dispuestos a escucharnos en confesión es un regalo de misericordia que nos hace la Santina. Este es el sentido del texto de la primera lectura del Libro de Isaías que hemos escuchado: ''para anunciar a los cautivos la libertad'': ¿Puede haber mayor cautiverio y esclavitud que el pecado? Por eso los sacerdotes estamos llamados a ser sanadores de heridas, ministros de la misericordia, puentes entre Dios y los hombres para que se haga verdad en éste lo que nos ha dicho el profeta: ''para consolar a los afligidos... para dar una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido''.

En su canto del “Magníficat” María nos dice que “la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación”. Cómo no vamos a venir presurosos a sus pies a pedirle intercesión y clemencia, cuando Ella, la “llena de Gracia”, ha experimentado en lo más íntimo de sí misma la misericordia hecha carne al llevar en su seno al único que es rico en misericordia.

Por eso la llamamos ''Mater Misericordiae'' desde aquella tarde del Viernes Santo en que Cristo así nos la da por medio de Juan, al pie de la cruz. María estaba allí como discípula primera y perfecta del Redentor, siempre dócil a las inspiraciones del Espíritu. La hija de Joaquín y Ana vivió en el calvario no sólo el dolor, sino, además, la universalidad y riqueza del amor de Dios. A la vera del madero redentor María empieza a ser Madre de todos los creyentes y, de forma especial, Madre misericordiosa de todo el género humano por cuya salvación y perdón aceptó que el Hijo de sus entrañas expirara en una cruz para el perdón de nuestras faltas. Abrazada al dulce leño nos abraza a todos, pues Ella no deja de ser parte de la cruz y de la misericordia del Hijo que proclama: “Padre, perdónalos”.

Por eso, en la fórmula absolutoria del sacramento de la Reconciliación los sacerdotes decimos: ''derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados''. En el evangelio proclamado se nos ha hablado indirectamente de esto, del Espíritu que Jesús promete y envía. No un espíritu cualquiera, sino “el Espíritu de la verdad”. No es fácil profundizar en ello, pues como el mismo Señor destaca: ''el mundo no puede recibirlo, porque ni lo ve ni lo conoce''. Ahora bien, nos dice claramente: ''vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros''.

Nunca el mundo ha estado tan necesitado del amor y la misericordia de Dios. Qué bien nos vienen las palabras de aliento que nos da el mismo Cristo: ''Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis; porque yo sigo viviendo''. Queridos amigos, nuestra misión empieza aquí; con el hermano, vecino, pariente o conocido que espera -como en las bienaventuranzas- un trato misericordioso para que pueda ver a Jesucristo en nosotros… Hay un lema que utilizan mucho las hermanas del Santo Ángel que hoy también están por aquí: ''ser y hacer discípulos''. Cómo vamos a dar a conocer al Salvador si no lo cocemos bien nosotros. Uno nunca puede dar lo que no tiene, y sólo el que se deja llenar del amor de Dios podrá llevarlo a los demás.

Retrocediendo un poco a mi historia personal, me viene al recuerdo una película de CI.FE.SA. con reconocidos actores del cine español de aquel entonces, basada en una novela de Concha Espina y que se rodó en este lugar en 1944. En ese film sale mi tío Pepe Luis, un hermano de mi madre que hacía de zagal “yindando” a una vaca suelta en mitad del Santuario. “Altar Mayor” se titulaba esa película. Y esto es lo que será Covadonga estos días, el altar mayor de Asturias en torno al cual nos congregaremos los que creemos en el mismo Dios, compartimos el mismo pan y tenemos la misma Madre.

Decía Rafael Luis Fernández Álvarez, distinguido socialista que además de otros cargos relevantes en su conocida militancia en el Partido, fuera el primer Presidente del Principado de Asturias, que «Con frecuencia se habla del anticlericalismo de los asturianos, pero se olvida que quienes tienen fama de ser más descreídos, de ser más blasfemos, que son los mineros, resulta que todos llevan al cuello una medalla de la Virgen o una cruz…; y no hay fiesta en esta región que no lleve el nombre de la Virgen, de una santa o de un santo»… Y es así, hermanos; quien os habla os puede asegurar que no he conocido personas con mayor amor a la Santina, a la del Carmen, a Santa Bárbara o a San Roque, que aquellos mineros de boca grande y corazón mayor que más cerca de León o Lugo que de Oviedo o Covadonga, acudían a ellos para todo. Covadonga es ciertamente un fenómeno antropológico digno de estudio, pues en nuestra tierra asturiana hasta los ateos, agnósticos, apostatas o indeferentes vienen aquí; ciertamente a un Paraíso Natural, pero, naturalmente, mucho más religioso y mariano.

Un gran error que posiblemente contaminados o acomplejados por el actual laicismo beligerante hayamos podido cometer algunos sacerdotes en los últimos tiempos, ha sido el olvido o el menosprecio de la religiosidad popular. El Papa Francisco continuamente nos ha hecho hincapié en esto. Pues es aquí donde el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo; las tradiciones que emanan de la religiosidad popular han sido el sistema inmunológico de la Iglesia de todos los tiempos, el dique de contención más eficaz contra la secularización imparable de nuestro mundo. El Santo Padre afirma que: «El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador». No coartemos pues, en los fieles, esas iniciativas del “sensus fidei” que brotan de los nobles corazones donde habita el Espíritu de la verdad que impulsa a la manifestación y testimonio comprometido que tanto necesita nuestro tiempo actual. Una estampa, un acto de piedad, una procesión o peregrinación, la vivencia de una cofradía, una Novena, o el rezo del Santo Rosario, son cauces únicos para llegar a Dios y, en este último ejemplo, reside la misericordia de María a la que me remito -ya finalizando- con un piadoso chascarrillo, también popular:

Dicen que estaba Jesús en el Paraíso pasando revista a los últimos admitidos cuando, de repente, se dio cuenta de que había unos cuantos que no estaban contabilizados, entonces le comenta a Pedro: ¿Pedro, es qué no cierras las puertas? Pedro le dice: Claro que sí, Señor. Pero lo que pasa es que cuando yo cierro las puertas, tu madre abre las ventanas y los cuela a todos por ellas porque han rezado el Rosario o han llevado su escapulario…. Y es que, como en Canaá de Galilea, María siempre está por el medio como influyente Madre de misericordia.

Todos tenemos esa meta del cielo donde María nos aguarda junto a los santos que son también nuestro ejemplo; los conocidos, algunos de los cuales estuvieron aquí en Covadonga como San Melchor de Quirós, San Antonio María Claret, San Pedro Poveda, San Juan XXIII, Santa Maravillas de Jesús, o el Beato Luis Ormiers... Y aquellos otros desconocidos, esos de “la puerta de al lado” que nos dice el Papa y que encarnaron en silencio las obras de misericordia.

Ante la Santina y ante todos ellos quiero poner hoy de forma muy especial a mis hermanos sacerdotes jubilados y enfermos, a los que residen en la Casa Sacerdotal y a los que siguen gastando su vida y aliento llevando a Cristo a los hermanos. Covadonga siempre ha sido Cenáculo Presbiteral, Casa Común, lugar de encuentro para todos nosotros. Los fieles sabéis bien cómo estamos; somos pocos y se nos han ido muchos, por eso pedid insistentemente al Dueño de la mies que bendiga a nuestra Diócesis con santas vocaciones, que nuestros seminaristas perseveren en fidelidad, y que los que estamos ya en el tajo seamos cada día más semejantes a Cristo, Buen Pastor, modelo de todo presbítero.

Tampoco quiero finalizar sin presentarle de todo corazón a la Santina los mayores dramas de nuestro tiempo y actualidad, que por terribles y mayormente dolorosos se van solapando unos a otros y que ni los manipulados medios informativos occidentales y particularmente de nuestro país, han podido omitir en lo tantas veces políticamente conveniente para algunos. Me refiero obviamente a Afganistán por una parte, donde a los que tenemos corazón se nos ha encogido y arrugado comprobando la punta del iceberg de lo que ya es una barbarie anunciada y sabida, en la que siempre perderán los mismos, allá particularmente las niñas, las mujeres y los hombres de toda edad y condición. Donde tengo la amarga sensación del engaño y la traición a nuestras Fuerzas Armadas y a sus pobres colaboradores allí, que en veinte años han dejado para nada, alma, corazón y vidas: 102 militares españoles muertos al servicio de los débiles, de la Patria y del honor, los cuales no podrán ser recuperados para sus familias por ningún avión, ni compensar condecoración alguna. Algo de lo que muy en breve tampoco informará ya ningún corresponsal. Por cierto, entre tantas y tan dramáticas escenas e informaciones, no he constatado ningún pronunciamiento ni muestra de solidaridad o compromiso de acción, de las llamadas asociaciones feministas o LGTBI, quizá por estar sujetas a las subvenciones y mamandurrias clientelares de los satisfechos. A las unas les será más fácil defender aquí lo que no hace falta, y a las otras nada ya, porque temo dramáticamente que a estas alturas no haya posibilidad de hacer allí ningún socio.

La otra es Haití, donde “a perro flaco todo pulgas”. Cáritas -os acordaréis- ya estuvo allí, y Cáritas volverá a Haití impelida por la fuerza del Evangelio y de la misericordia de un Dios, Padre y Madre… Me atrevo a pediros para todos ellos -hijos de un Dios misericordioso, que no verdugo ni justiciero- que no los olvidéis en vuestras oraciones como pronto harán los asalariados informativos. Presentárselos continuamente a la Santina que nunca falla y en la que tantos hemos puesto siempre nuestra esperanza.

Termino con el mismo ánimo y palabras que pronuncié el día de mi primera misa en mi parroquia natal: A mi cabecera tengo dos cuadrinos nada más, la Virgen de Covadonga y el Santo Cristo de Candás. Por Ella lo tengo a Él; por Él, con Él y en Él, a todos vosotros.

Santina de Covadonga: ¡Sálvanos, y salva a España!

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