domingo, 31 de enero de 2021

''Sé quien eres''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila



Dejamos atrás búsquedas y llamadas para centrarnos en este IV domingo del Tiempo Ordinario siguiendo los pasos de Cristo en los primeros acontecimientos de su predicación. Lo que más sorprendía de Jesús no eran los hechos sobrenaturales, sino su palabra, pues como bien define el texto ''hablaba con autoridad''. Y este hablar con autoridad no se refiere al ejercicio de poder que como experimentamos en muchos investidos de autoridad acaban ejerciendo autoritarismo. Él anunciaba lo que vivía consciente que estaba transmitiendo la verdad como Buena Noticia que procedía de la autoridad del Padre de la que también Él también estaba investido. Con la autoridad de su Palabra viene hoy igualmente a nosotros como aquel sábado en la sinagoga.

El fragmento de la epístola de San Pablo a los Corintios que hemos escuchado nos sirve para seguir interiorizando las ideas del domingo pasado. Si la anterior semana nos deteníamos más en la vocación sacerdotal, hoy el Apóstol se fija en la vocación laical a que cada fiel es llamado; donde los solteros se han de dedicar al Señor, como “el casado se debe a su esposa y la mujer a su marido en fidelidad”. Como ya explicamos, el autor se dirige a una Comunidad que vive en una ciudad donde reina la amoralidad, por eso Pablo insiste tanto en los aspectos morales que va explicando desde el sentido de la fe. Aclara también en este pasaje el sentido del celibato para hombres o mujeres, que no ha de ser una carga o una prohibición, sino una riqueza al centrar alma y cuerpo en la vocación a la que nos llama el Señor

Cada cual tiene una vocación ligada a un estilo de vida y todos siendo distintos, formamos el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Todos estamos llamados a colaborar en el anuncio del Reino de Cristo; sin embargo, el apóstol distingue aquí los dos tipos de vida: los célibes dado que no tienen ataduras familiares, que se centren en el anuncio del Evangelio, y los casados que lo hagan siempre después de atender las obligaciones del hogar. Igual de mal hace el célibe que pretende llevar de vida de casado, que el casado que desatiende su casa para centrarse en sólo en las cosas de Dios. Todos estamos llamados a cooperar en dar a conocer al Señor, pero cada cual en el ejercicio de su propia vocación.

La primera lectura proclamada es un profundo texto programático donde se nos presentan ideas claves del Antiguo Testamento que se proyectarán después en el Nuevo. Dios nos habla, se comunica, quiere ponerse en contacto con nosotros a través de su Palabra. Y entre Dios y el hombre también hay mediadores como ocurre en este caso con Moisés, el cual hace de nexo de unión entre el Señor y su pueblo. Se anuncia una promesa del Señor que se habrá de cumplir; que Dios regalará a su pueblo el intermediario definitivo, el último y verdadero profeta, el que llevará a su plenitud la comunicación entre el Creador y sus criaturas.

Las palabras de Moisés que hemos escuchado en esta lectura del libro del Deuteronomio nos acercan igualmente al pasaje evangélico de este día: ''Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis''. Es curioso cómo se manifiesta Jesús a los suyos precisamente en la sinagoga. En otra ocasión similar Jesús proclamará la Palabra en el templo y dirá: ''hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír''. En este caso el Señor con sus palabras hará que su presencia y autoridad sean absolutamente reconocidas.

Lo primero que hay que destacar del evangelio de este día es que el Señor no empieza su jornada sin más, sino que acude a la Sinagoga, cumple con el sábado, se siente necesitado de iniciar el día escuchando la Sagrada Escritura y llenándose de la presencia de Dios para que le acompañe a lo largo de todo el día. Hoy los cristianos nos hemos "descafeinado" de nuestra experiencia de fe que muchas veces disimulamos y enmascaramos tras nuestras múltiples ocupaciones cotidianas y un estilo de vida más "moderno". Hemos de ser fieles al Señor no sólo el domingo sino todos los días de la semana. Y esto comienza por lo más sencillo: la oración de la mañana y de la noche; acordarnos de rezar "el ángelus", sacar un ratito para el rosario y la misa diaria. Viendo la oración no como una carga, sino como lo que en realidad es: la paz entre las prisas y el descanso del alma que necesita enriquecerse en estas prácticas que fueron sustento y motor espiritual de nuestras generaciones pretéritas.

Jesús era cumplidor de las leyes, costumbres y mandamientos; siempre que trataron de buscar en Él a un traidor de las leyes y costumbres judías o de las normas romanas se quedaron con las manos vacías. Aquí lo vemos cumpliendo con el "Sabat" entre la gente sencilla de Cafarnaún. Y entre ellos un oprimido por el mal -como todos lo somos en mayor o menor medida hoy-. El demonio en el poseído lo reconoce y teme su acción inapelable y su autoridad: ''Sé quién eres: el Santo de Dios''. Ahí lo tenemos; el demonio no es ateo, cree en Dios, lo conoce y lo teme. Y Jesús hace su primer exorcismo diciendo: «Cállate y sal de él». Su Palabra le ordena, le somete y le puede...

Quedan todos estupefactos, y es que Jesús hizo algo más que un hecho prodigioso o una acción taumatúrgica; Jesucristo "predica" con autoridad una forma nueva de ver y acercarse a un Dios que no es justiciero, sino misericordioso. Desmonta en un momento una vieja idea muy extendida entre los judíos: los enfermos, paralíticos, leprosos... estaban pagando las culpas de sus padres. Si el Nazareno puede quitar esas cargas sin más significa que el Mesías esperado, el Hijo de Dios ya estaba entre ellos y la Palabra del Padre se cumple en Él liberándonos de nuestros pecados y demonios.

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