Almanaque especial para un acontecimiento
Han caído las páginas del almanaque como si fueran hojas de los once meses precedentes. De modo implacable, con sus sabores agridulces y sus tonos claroscuros, la vida ha seguido adelante. No hay botón de pausa en la aventura de vivir las cosas: ni para detenerlas ni para olvidarlas. Y así vamos poco a poco surcando los mares con las olas más bondadosas y gratificantes o con las marejadas más gruesas y dañinas.
Pero hemos llegado de nuevo a este pórtico especial que terminando cada diciembre nos pone delante un misterio singular. No es Dios un dios que nos manda sus mensajes con motorista anónimo, o con el no menos anónimo método actual de twittear. Porque en vez de “twittearnos”, más bien Él ha querido “tutearnos”, llamarnos por nuestro nombre que según la audaz expresión del profeta lleva tatuado en la palma de su mano (Is 49, 16). Ha venido en persona enviándonos a su amado Hijo para que hiciera la experiencia humana quien fuera nuestro Creador.
No es este Dios un dios extraño, huraño y esquivo, sino alguien que ha querido vivir nuestras cosas siendo en todo igual a nosotros menos en el pecado (Heb 4, 15). Dios se emociona con las cosas que nos conmueven, y brinda con nosotros por tantas que son maravillosas que a diario nos suceden, y no tiene ningún pudor ni reparo en echar al vuelo su llanto cuando las lágrimas de nuestros ojos dicen que somos vulnerables. Así de humano ha querido ser Dios que se hace Niño. Esto lo vemos escenificado en el pórtico navideño del Portal más famoso que tiene por domicilio Belén, en la calle del establo, sin número conocido, y como consecuencia de no encontrar ninguna posada abierta ni siquiera con el ademán de entreabrir sus puertas por la comodidad insolidaria y acaso por un culpable desdén.
Solemos nosotros poner el “nacimiento” en nuestras casas e iglesias, en nuestras calles y plazas. Queremos con este gesto que se remonta a la más hermosa tradición franciscana cuando aquel frailecito sencillo y santo, Francisco de Asís, tuvo la ocurrencia bendita de organizar en Greccio (Italia) el primer “belén viviente”. Desde entonces todo el orbe cristiano se asoma a ese tierno paisaje con los distintos gustos, las variadas artes, y la creativa imaginación de cada tiempo y lugar. Lavanderas hacendosas que blanquean y tienden sus ropas; casas y mesones con sus luces e interiores; pescadores en ríos de papel de plata; pastores que con su zurrón lleno de curiosidad se dirigen presurosos a donde les dijo el ángel; los magos de oriente que poco a poco se aproximan a la cita estrellada; la soldadesca de Herodes que mira con torpe cautela desde el castillo de su maldad; molinos y molineras que muelen su trigo en la casa del pan como reza el mismo nombre de Belén; y sobre todo esa pequeña oquedad en una especie de gruta, que haciendo la veces de establo sirvió de casa real para ver nacer al Rey de reyes, pues de una virgen doncella Dios nació como bebé.
Sí, es un portal tierno y hermoso, con María asombrada, un José que no cabía en sí, y el pequeño Jesús, Dios humanado que yacía entre pajas ante la mirada amorosa de quienes le veían y le adoraban sin saber muy bien a quien tenían delante.
Pero el nacimiento y el belén, hoy tiene otros paisajes, son otras las cerrazones y las posadas, las indiferencias y los desdenes. Dios sigue naciendo en otras calles, otros establos, otras situaciones tremendas o amables. Porque Dios sigue sin cesar viniendo a nosotros, entrando por la puerta más grande o aguardando paciente en la puerta de atrás, pero jamás sin marcharse, sin renunciar nunca a su infinita espera, para comunicarnos su gracia, y la buena noticia de su paz y su bien. Dichosos nosotros si reconociéndole, le dejamos nuevamente nacer. Feliz Navidad cristiana.
Pero hemos llegado de nuevo a este pórtico especial que terminando cada diciembre nos pone delante un misterio singular. No es Dios un dios que nos manda sus mensajes con motorista anónimo, o con el no menos anónimo método actual de twittear. Porque en vez de “twittearnos”, más bien Él ha querido “tutearnos”, llamarnos por nuestro nombre que según la audaz expresión del profeta lleva tatuado en la palma de su mano (Is 49, 16). Ha venido en persona enviándonos a su amado Hijo para que hiciera la experiencia humana quien fuera nuestro Creador.
No es este Dios un dios extraño, huraño y esquivo, sino alguien que ha querido vivir nuestras cosas siendo en todo igual a nosotros menos en el pecado (Heb 4, 15). Dios se emociona con las cosas que nos conmueven, y brinda con nosotros por tantas que son maravillosas que a diario nos suceden, y no tiene ningún pudor ni reparo en echar al vuelo su llanto cuando las lágrimas de nuestros ojos dicen que somos vulnerables. Así de humano ha querido ser Dios que se hace Niño. Esto lo vemos escenificado en el pórtico navideño del Portal más famoso que tiene por domicilio Belén, en la calle del establo, sin número conocido, y como consecuencia de no encontrar ninguna posada abierta ni siquiera con el ademán de entreabrir sus puertas por la comodidad insolidaria y acaso por un culpable desdén.
Solemos nosotros poner el “nacimiento” en nuestras casas e iglesias, en nuestras calles y plazas. Queremos con este gesto que se remonta a la más hermosa tradición franciscana cuando aquel frailecito sencillo y santo, Francisco de Asís, tuvo la ocurrencia bendita de organizar en Greccio (Italia) el primer “belén viviente”. Desde entonces todo el orbe cristiano se asoma a ese tierno paisaje con los distintos gustos, las variadas artes, y la creativa imaginación de cada tiempo y lugar. Lavanderas hacendosas que blanquean y tienden sus ropas; casas y mesones con sus luces e interiores; pescadores en ríos de papel de plata; pastores que con su zurrón lleno de curiosidad se dirigen presurosos a donde les dijo el ángel; los magos de oriente que poco a poco se aproximan a la cita estrellada; la soldadesca de Herodes que mira con torpe cautela desde el castillo de su maldad; molinos y molineras que muelen su trigo en la casa del pan como reza el mismo nombre de Belén; y sobre todo esa pequeña oquedad en una especie de gruta, que haciendo la veces de establo sirvió de casa real para ver nacer al Rey de reyes, pues de una virgen doncella Dios nació como bebé.
Sí, es un portal tierno y hermoso, con María asombrada, un José que no cabía en sí, y el pequeño Jesús, Dios humanado que yacía entre pajas ante la mirada amorosa de quienes le veían y le adoraban sin saber muy bien a quien tenían delante.
Pero el nacimiento y el belén, hoy tiene otros paisajes, son otras las cerrazones y las posadas, las indiferencias y los desdenes. Dios sigue naciendo en otras calles, otros establos, otras situaciones tremendas o amables. Porque Dios sigue sin cesar viniendo a nosotros, entrando por la puerta más grande o aguardando paciente en la puerta de atrás, pero jamás sin marcharse, sin renunciar nunca a su infinita espera, para comunicarnos su gracia, y la buena noticia de su paz y su bien. Dichosos nosotros si reconociéndole, le dejamos nuevamente nacer. Feliz Navidad cristiana.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Arzobispo de Oviedo
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