Las otras figuras del Belén
Hay un árbol de navidad en la plaza de San Pedro del Vaticano. Han puesto este año también un Belén que nos recuerda lo que en estos días celebramos. Figuritas de las clásicas, pero ¿hay más? Sí, más cosas, muchas más, porque si no correríamos el riesgo de caer en una Navidad costumbrista que sólo obedece y responde al dictado comercial de un calendario, o a la simple escenificación de unos nobles sentimientos que pueden quedar nada más que en sentimentalismo.
El Papa Francisco nos ha puesto en pista para completar el verdadero sentido de la Navidad cristiana. Porque no sobran ni el árbol ni el Belén, pero si nos faltan los pobres de todas las pobrezas por los que Jesús vino y no deja de venir entre nosotros, no habríamos comprendido el sentido de estos días. No son ellos un adorno para la ocasión, sino la herida continua que nos recuerda que nuestro mundo sigue siendo algo inacabado, lento, torpe y a veces también algo mezquino. La pobreza tiene muchos rostros y en las listas de la insolidaridad está con tantos nombres. Por eso conviene que los cristia-nos no usemos las fiestas navideñas que se acercan como un paréntesis de tregua ama-ble, sino como un tiempo para comprometernos. Esta es la lección que Dios nos quiere dar, la que no ha dejado de ofrecernos a través de nuestros dos mil años de historia.
Y el modo como Francisco nos alerta junto al árbol y al Belén es decirnos algo tan incómodo de escuchar como casi la incomodidad de quienes sufren en carne propia su particular tragedia que no tiene resuello aunque lo diga o lo finja la agenda de estas fechas entrañables. Hoy la pobreza en la que se ha fijado el Papa Francisco, se llama con un viejo nombre que no nos resulta extraño: hambre, hambre de hombre, este es su nombre hambriento.
Promovida por Cáritas Internacional bajo el lema “Una sola familia humana, alimentos para todos”, el pasado 10 de diciembre dio comienzo una campaña especial con motivo del día mundial de los Derechos Humanos. El Papa Francisco pide en su mensaje que la campaña sea “un rugido capaz de sacudir al mundo”, frente al escándalo de casi mil millones de personas que sufren severamente el hambre. Asimismo el Santo Padre reza para poder “ver un mundo en el que nadie deba morir de hambre”.
Cáritas, extendida por todo el mundo, lleva adelante el corazón de la misión de la Iglesia. El Papa invita “a todas las instituciones del mundo, a toda la Iglesia y a cada unos de nosotros mismos, como una sola familia humana, a dar voz a todas las personas que sufren silenciosamente el hambre, para que esta voz se convierta en un rugido capaz de sacudir al mundo. Esta campaña quiere ser también una invitación a todos nosotros, para que seamos conscientes de la elección de nuestros alimentos, que con frecuencia significa desperdiciar la comida y usar mal los recursos a nuestra disposición. Es también una exhortación para que dejemos de pensar que nuestras acciones cotidianas no tienen repercusiones en la vida de quienes – cerca o lejos de nosotros – sufren el hambre en su propia piel”.
No es problema de falta de recursos sino de insolidaridad. Y en el Belén de la vida, siempre habrá pobres a los que atender reconociendo en ellos a aquellos por los que Jesús se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Nos advirtió que siempre los tendríamos con nosotros, y nos envió para que a ellos no les faltase nunca el amor que Él nos trajo como el más precioso don.
El Papa Francisco nos ha puesto en pista para completar el verdadero sentido de la Navidad cristiana. Porque no sobran ni el árbol ni el Belén, pero si nos faltan los pobres de todas las pobrezas por los que Jesús vino y no deja de venir entre nosotros, no habríamos comprendido el sentido de estos días. No son ellos un adorno para la ocasión, sino la herida continua que nos recuerda que nuestro mundo sigue siendo algo inacabado, lento, torpe y a veces también algo mezquino. La pobreza tiene muchos rostros y en las listas de la insolidaridad está con tantos nombres. Por eso conviene que los cristia-nos no usemos las fiestas navideñas que se acercan como un paréntesis de tregua ama-ble, sino como un tiempo para comprometernos. Esta es la lección que Dios nos quiere dar, la que no ha dejado de ofrecernos a través de nuestros dos mil años de historia.
Y el modo como Francisco nos alerta junto al árbol y al Belén es decirnos algo tan incómodo de escuchar como casi la incomodidad de quienes sufren en carne propia su particular tragedia que no tiene resuello aunque lo diga o lo finja la agenda de estas fechas entrañables. Hoy la pobreza en la que se ha fijado el Papa Francisco, se llama con un viejo nombre que no nos resulta extraño: hambre, hambre de hombre, este es su nombre hambriento.
Promovida por Cáritas Internacional bajo el lema “Una sola familia humana, alimentos para todos”, el pasado 10 de diciembre dio comienzo una campaña especial con motivo del día mundial de los Derechos Humanos. El Papa Francisco pide en su mensaje que la campaña sea “un rugido capaz de sacudir al mundo”, frente al escándalo de casi mil millones de personas que sufren severamente el hambre. Asimismo el Santo Padre reza para poder “ver un mundo en el que nadie deba morir de hambre”.
Cáritas, extendida por todo el mundo, lleva adelante el corazón de la misión de la Iglesia. El Papa invita “a todas las instituciones del mundo, a toda la Iglesia y a cada unos de nosotros mismos, como una sola familia humana, a dar voz a todas las personas que sufren silenciosamente el hambre, para que esta voz se convierta en un rugido capaz de sacudir al mundo. Esta campaña quiere ser también una invitación a todos nosotros, para que seamos conscientes de la elección de nuestros alimentos, que con frecuencia significa desperdiciar la comida y usar mal los recursos a nuestra disposición. Es también una exhortación para que dejemos de pensar que nuestras acciones cotidianas no tienen repercusiones en la vida de quienes – cerca o lejos de nosotros – sufren el hambre en su propia piel”.
No es problema de falta de recursos sino de insolidaridad. Y en el Belén de la vida, siempre habrá pobres a los que atender reconociendo en ellos a aquellos por los que Jesús se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Nos advirtió que siempre los tendríamos con nosotros, y nos envió para que a ellos no les faltase nunca el amor que Él nos trajo como el más precioso don.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Arzobispo de Oviedo
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