domingo, 4 de diciembre de 2022

''Está cerca el reino de los cielos''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Domingo II de Adviento: avanzamos en este camino de espera del nacimiento del Salvador, y nos ayudarán para ello esta vez dos figuras destacadas como son el profeta Isaías y San Juan el Bautista. Uno nos presenta ese idílico mañana, mientras el otro nos grita con fuerza para allanar los senderos al Mesías. La palabra de Juan llega a nosotros como esa voz que clama en el desierto: ''preparad el camino al Señor''... Sólo llegaremos a gustar ese mundo sin conflictos ni odios si volvemos a Dios; hoy más que nunca tienen actualidad el reclamo del Precursor que nos pide hacer recto lo torcido y convertir nuestro corazón para que el Señor se encuentre agusto en él. El primer camino que hemos de arreglar es el propio, para facilitar que Dios y los demás encuentren en nosotros posada. 

I. Fieles, esperanzados y acogedores 

La epístola de San Pablo a los Romanos es una llamada a la perseverancia; no es fácil el camino pero nadie ha dicho que sea imposible de realizar. Se nos invita a vivir pacientes desde el consuelo que la palabra de Dios nos ofrece, y así vivir en clave de esperanza. Hemos de preocuparnos si nuestro camino está muy lejos de ser el que Dios espera de nosotros, más alegrémonos cuando a pesar de nuestras caídas y fallos y pecados, sabemos volver al buen camino y perseverar en la fe esperando que el Señor venga a llamarnos por nuestro propio nombre. Que no nos quite el sueño el mal que otros hagan, la infidelidad de los demás a los sacramentos, ni la deriva del mundo; llevémoslo todo a la oración, pero no lo usemos únicamente como crítica. Nosotros procuremos mejorar cada día en la constancia del buen creyente, poniendo especial esfuerzo en saber convivir, incluso con aquellos que se nos hace cuesta arriba. El Apóstol nos lo ha dicho de forma clara: ''acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios''. Somos llamados a ser fieles a ejemplo de Cristo fiel, servidores de los demás siguiendo el modelo de Jesucristo siervo. Se nos reclama ser buenos discípulos de Jesús sin cerramos a nadie, sino saber vivir con los brazos abiertos acogiendo hasta a los que viven y piensan al contrario; los que ni creen ni nos quieren bien. Hacemos nuestra hoy esta invitación: ''acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia''.

II. Lo que perdimos que esperamos recuperar

La bella lectura de este día tomada de la profecía de Isaías nos presente este texto mesiánico, el cual nos describe una aparente utopía: el idílico mañana qué, por otro lado, ya existía antes de entrar el pecado en el mundo. Por el mal perdimos el Paraíso, y por Jesucristo somos invitados a retornar a éste gracias a su entrega. El contexto histórico de este pasaje es mucho más complejo, se deja entrever otros problemas como el exilio o la decadencia de la monarquía de Israel, lo también nos sirve para reflexionar cómo el ser humano ha experimentado el exilio y su propia decadencia por no reconocer al Rey de reyes. Este pasaje es estupendo por elocuente, pues a través de símiles tomados de la naturaleza, nuestros ojos tratan de dibujar cómo será el reinado de nuestro Dios: un reino de paz sin divisiones, sin odios... Estamos tan acostumbrados a convivir con los enfrentamientos que hasta nos cuesta imaginar un mañana sin ellos. Si nos cuesta la fraternidad de las personas, el profeta nos pone de ejemplo a los animales, pensando que en ellos serían aún más difícil el entendimiento entre especies. Por desgracia, a veces hasta los animales nos dan lecciones, como cuando vemos a un gato acostado junto a un perro y, sin embargo, próximos a estas fiestas de Navidad, cuántas familias ni se felicitarán: hermanos, hijos y padres; suegras y nueras, que ni se dirigen la palabra. Vivamos la alegría de soñar que con el Señor lo escabroso se volverá liso, y las aristas cantos rodados.

III. Un Reino diferente nos exige ser diferentes

El evangelio de este Domingo es ciertamente duro, nos sale al paso el Bautista para llamarnos a la conversión, para arrepentirnos de nuestros pecados; abandonar el mal por el bien, ante lo que nos insiste: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Pero no nos quedemos únicamente con el término "conversión" como propuesta para mejorar algunas cosillas, sino con una apuesta radical por abrir nuestro corazón y nuestra mente al proyecto de Dios para nuestra vida aquí y ahora, y para la vida que esperamos más allá,  mucho más plena y larga que la aquí tendremos. Juan también nos da ejemplo; vive la radicalidad plena y absoluta, la pobreza casi desnuda y evangélica en su vestir, en su alimentación, en su vivir... Sabe perfectamente que lo que ahora traemos entre manos es nada o menos, por lo que se centra en prepararse y ayudar a preparar a los demás para el reino que está por llegar. Por eso acudía a él la gente, pues en su existencia no había trampa ni cartón, sino coherencia entre sus palabras y obras. Y el autor del texto nos dice: ''confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán''; nosotros también en estas semanas del Adviento hemos de sacar tiempo para la confesión, para la reconciliación de nuestra alma, y para que la blancura que lucía el día de nuestro bautismo vuelva a relucir como entonces. Y finalmente la parte más fuerte, como son las palabras que Juan dedica a los fariseos y saduceos a los que califica entre otras cosas de ''¡raza de víboras!''... No basta con decirse hijo de Abraham, ni tampoco basta con decir estoy bautizado o voy a misa; lo que vale realmente es dar el fruto de la conversión; es la coherencia de vida y dar fruto abundante, pues el árbol que no da fruto será talado. Preparémonos pues a recibir el Señor, y dejémosle ser el rey de nuestras vidas, pues Él tendrá siempre la última palabra. Algún día habrá de juzgar nuestra obras, pues como nos ha recordado San Mateo: "Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

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