jueves, 24 de febrero de 2022

El día que Llanera tocó el cielo: relato de la histórica visita de Juan Pablo II al aeródromo de La Morgal

(lne) El 20 de agosto de 1989, bajo un sol radiante, unas 100.000 personas se congregaron en el aeródromo de La Morgal para asistir a la misa celebrada por Juan Pablo II, el primer papa viajero, el pontífice que entre 1978 y 2005 llevó el timón de la Iglesia católica, el sucesor de san Pedro cuya batalla por la libertad contribuyó de manera muy relevante al desplome del régimen comunista soviético y del “telón de acero” que dividía a Europa en dos bloques antagónicos. Dos meses y medio después de la visita de Karol Wojtyla a Asturias, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro de Berlín.

Juan Pablo II no solo estuvo en La Morgal, sino que en aeródromo llanerense dejó un mensaje profundo, la semilla de lo que él mismo denominó “una nueva cultura del trabajo”, junto a una lúcida crítica de algunas ideologías entonces en boga:

“¿No está a la vista de todos el fracaso de las sociedades del materialismo ateo con su organización colectivista-burocrática del trabajo humano? Pero no tiene ciertamente menores problemas la sociedad neocapitalista, preocupada a menudo por los beneficios, lo cual puede alterar el justo equilibrio del mundo laboral; sociedad afectada también por una creciente cultura materialista”.

José Julio Velasco, actual párroco de la unidad pastoral de Posada de Llanera y vicario episcopal de Oviedo-Centro, participó en aquella misa muy cerca del Pontífice. “Fui convocado como diácono ministrante, junto al resto de mis compañeros de curso. Fue para mí un momento único, imborrable, el mejor regalo de ordenación diaconal, estar junto a un hombre de Dios, un santo”.

Velasco recuerda que Juan Pablo II “llegó a La Morgal con unas décimas de fiebre, pero la sonrisa, la sencillez y su mirada te cautivaban”. Desde entonces, apostilla, “lo he tenido como referente en mi vida sacerdotal y a él me encomiendo a diario. En mi despacho tengo desde entonces la foto dándome la paz en aquella eucaristía”.

Como comenta José Julio Velasco, Juan Pablo II llegó al Principado fatigado y con fiebre. Había volado desde Santiago de Compostela, donde el día anterior había presidido una multitudinaria Jornada Mundial de la Juventud, en el Monte del Gozo. Era la primera vez que un papa pisaba el Principado. Y, hasta ahora, también la única.

El papa aterrizó en el aeropuerto de Asturias el 20 de agosto, a las 13.37 horas. Le recibieron las autoridades asturianas, encabezadas por el presidente del Principado, Pedro de Silva. En el propio aeropuerto le esperaba un helicóptero, que lo trasladó a Oviedo y tomó tierra en el campo de fútbol del Seminario Metropolitano. Las campanas de las iglesias de la ciudad repicaron en señal de bienvenida.

A bordo del famoso “papamóvil”, el Pontífice recorrió las calles de la capital, aclamado por una multitud que seguía el recorrido desde las aceras y las ventanas lanzando confeti. Guiado por el arzobispo Díaz Merchán, visitó la Cocina Económica de Oviedo, la Casa Sacerdotal, la Catedral –donde rezó ante la imagen del Salvador– y la Cámara Santa.

Desde el Seminario Metropolitano de Oviedo, en un helicóptero, fue llevado a La Morgal. Lo primero que hizo fue saludar y bendecir a tres niños aquejados de enfermedades graves. Se trataba de Miguel Lorenzo, Estefanía Valle Menéndez y Daniel Hernández, cuyas familias lloraron de emoción. Hasta 300 enfermos había en el aeródromo, atendidos por religiosos, voluntarios y un equipo de médicos y enfermeras.

Nunca antes se había registrado en el Principado tal aglomeración de personas. Resulta destacable la labor de más de un millar de voluntarios, jóvenes en su mayoría, para evitar que la multitud se desmandase. Unos 400 componentes de grupos folklóricos amenizaron la espera.

Con Wojtyla concelebraron la misa casi 500 sacerdotes, entre arzobispos, obispos y presbíteros. En la homilía, el papa señaló:

“La tarea de los cristianos hoy (…) es pues testimoniar con las obras de su trabajo una auténtica humanización de la naturaleza, dejando en ella una huella de justicia y belleza” (homilía en La Morgal).

Ana González Tresguerres, una niña de Bueño (Ribera de Arriba), vestida de asturiana, regaló al papa una montera picona. Una pancarta proclamaba: “El papa ye mundial”. Mineros, pescadores y gente del campo presentaron sus ofrendas y tuvieron ocasión de acercarse e intercambiar algunas palabras con Juan Pablo II.

Los vecinos de Lugo de Llanera, con su párroco Ignacio Gallo al frente, portaron en procesión hasta el Pontífice la imagen de la Virgen que la parroquia de Pruvia acababa de cederles y por las que, como compensación, habían entregado 25.000 de pesetas. Aquella figura había sido “fusilada” durante la Guerra Civil ante el paredón que estaba cerca de la iglesia. Los artilleros venidos de Gijón también habían intentado arrasar el templo. Desde entonces, la patrona de Lugo de Llanera, con su inscripción recordando la bendición papal, es uno de los testimonios que quedan de aquella jornada histórica en Asturias.

Desde La Morgal, Juan Pablo II se desplazó, de nuevo en helicóptero, a Cangas de Onís, e hizo noche en Covadonga, donde al día siguiente protagonizó otra jornada inolvidable que incluyó una visita a la Cueva y una misa ante unas 7.000 personas, durante la que lanzó un mensaje nítidamente europeísta:

“Covadonga es una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y su cultura (…). En el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir”.

Tras la misa, el papa, gran amante desde joven de la naturaleza y la montaña, hizo una excursión al lago Enol que dio lugar a unas fotografías de extraordinaria belleza y enorme valor histórico. Por allí andaba una cuadrilla de policías y guardias civiles disfrazados de pastores para proteger al pontífice.

“Muy bonito”, se escuchó decir al papa a su regreso de los Lagos en un encuentro casual ante la colegiata de Covadonga.

Para entonces, la fiebre le había dejado. Llanera, Covadonga y Asturias habían curado al papa que sería declarado santo en 2014, solo nueve años después de su muerte.




















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