jueves, 16 de junio de 2022

Liturgia, rúbrica y protocolo en la muerte de un prelado. Por Rodrigo Huerta Migoya

Una amiga, al leer mi artículo titulado ''Sobre el funeral del Obispo de Astorga'', me pidió que le redactara unos esquemas sobre la liturgia exequial propia para un sacerdote y específica para un obispo, de cara a un trabajo amplio que está realizando sobre "el protocolo" en la Iglesia.

Dedicado a mi amiga Silvia.

R.H.M.


A continuación paso a comentar muy por encima "el protocolo" -Liturgia- en torno a estos actos sin entrar en la riqueza simbólica de esta liturgia, la cual requeriría una explicación más profunda y detallada en función del significado de muchas cosas; que al menos sirva para dar a conocer los pormenores más elementales de lo que a continuación detallo: 

Muerte de un obispo


1. Deceso y comunicado

El procedimiento en la muerte de un obispo es muy diferente en lo que a la realidad canónica se refiere, si éste es emérito o está en activo, pero prácticamente idéntico el desarrollo litúrgico y protocolario para lo demás.

Una vez certificada la muerte del prelado, antes de informar al pueblo de Dios y a los medios de comunicación la diócesis se ha de informar a la Santa Sede, bien por telegrama a Roma o directamente a través de la Nunciatura Apostólica para que el Santo Padre sea informado del deceso, así como a la Secretaría de Estado y la Congregación para los Obispos. Ha de informarse al arzobispo metropolitano de la Provincia Eclesiástica a la que pertenece la diócesis donde se produce el óbito, y si el fallecido es el arzobispo titular en activo, informar directamente al Presidente de la Conferencia Episcopal del país. Aunque sea un obispo titular o emérito, conviene de todos modos informar a la Conferencia Episcopal para que todos los obispos de la nación sean conocedores por medio de ésta. 

Hoy día, dada la globalización en la que vivimos, los periódicos digitales se adelantan a informar de estas realidades; sin embargo, lo "oficial" siempre es lo más seguro, y aún son muchos los casos en las muertes de obispos en que la "Delegación de Medios" de las diócesis son las que hacen pública la noticia. A nivel diocesano es aconsejable que desde la curia se notifique a todos los sacerdotes, religiosas y religiosos por los cauces oficiales, mayormente los arciprestes informando de lo ocurrido, pidiendo oraciones por su descanso y que se aplique una eucaristía en cada comunidad, tocando las campanas "a difunto" el día del desenlace al llegar dicha comunicación, así como el día del funeral. Las banderas del Palacio Episcopal son colocadas a media asta y crespón negro; el Seminario y otros lugares destacados de la diócesis igualmente si las tuvieran. La nota de prensa emitida desde la Curia suele informar de todos los detalles del deceso -lugar, hora, causa- así como la reseña del finado y el ruego de oraciones y petición de toque de campanas en las parroquias en espera de ser anunciados los horarios de la capilla ardiente y los funerales. 

A nivel canónico la diócesis queda en "Sede Vacante" si la defunción del prelado residencial. Los vicarios quedan cesados, y se suspende agenda diocesana hasta nuevo aviso (confirmaciones, ordenaciones, nombramientos...). Se ha de esperar que la Santa Sede por medio de la Nunciatura Apostólica en el país se pronuncie; caben las dos posibilidades: que Roma nombre un Administrador Apostólico -bien a un sacerdote de la diócesis, el obispo auxiliar o el obispo de una diócesis limítrofe- o que Roma no se pronuncie, lo que obliga a seguir lo establecido por el propio Derecho Canónico; es decir, el Colegio de Consultores habrá de reunirse para designar un administrador diocesano, el cual, sin poder ninguno, será la cabeza administrativa de la diócesis hasta la llegada del nuevo Obispo.

2 El amortajado.

El cuerpo sin vida de los obispos difuntos no solía ser a menudo manipulado, no porque existiera nada escrito al respecto, sino que se seguía la misma línea que Roma con los cadáveres de los Sumos Pontífices. Sin embargo, aunque a los Papas no se les hace autopista, sí es habitual hacérsela a los obispos que mueren de forma repentina, por otra parte, preceptuado en las leyes civiles en éstos casos. Incluso se está empezando a normalizar el tratar algo los cuerpos dado que al ser expuestos al público durante tiempo requieren no sólo algo de estética sino, además, retardar su deterioro. No es la primera vez que se tiene que cerrar el féretro en pleno velatorio por estas situaciones que sobrevienen por ley natural. En zonas calurosas es habitual una refrigeración discreta en entorno al féretro un para mantener el cuerpo en las mejores condiciones. En los tanatorios es más fácil por procedimiento propio, pero en el caso de los obispos, como el lugar de velación es circunstancial, no se pueden prever dichas situaciones que  han de resolverse sobre la marcha.

A la hora de amortajar al prelado lo que pide el directorio para los obispos es que sean revestidos con ornamentos morados; el rojo se utiliza en el caso del Sumo Pontífice, y el blanco al ser el color festivo, se colocará sobre el féretro en el funeral. Nunca se les vista únicamente con la filetata o el traje de coro episcopal; eso en todo caso puede ir bajo los ornamentos. Lo importante es que porte las vestiduras litúrgicas recordando que ha sido llamado ya a participar de la liturgia del cielo. Otra costumbre es que sea otro obispo quien complete el acto de amortajarle, colocándole la mitra en la cabeza y depositando el báculo pastoral bajo sus brazos, aunque esto último ya empieza a omitirse con frecuencia. 

3 La capilla ardiente

Antaño se estilaba ubicar la capilla ardiente en el salón del trono del arzobispado o palacio episcopal de cada diócesis. Hoy ya no es siempre así, cada diócesis busca su lugar más idóneo: parroquia más próxima, casa sacerdotal, capilla del seminario... En Oviedo se hizo en su momento en la capilla del Arzobispado o en el salón del trono.

Siempre preside un Obispo las exequias de otro. Las "praenotandas" litúrgicas son muy claras, no se limita sólo a una deferencia hacia el orden episcopal sino, precisamente, porque los sucesores de los apóstoles suponen para el pueblo de Dios los auténticos heraldos de la fe y ministros del consuelo.

La cultura anglosajona al respecto ha ido también calando en nuestras costumbres, y ya es común que cerca del féretro del prelado difunto se coloque o una gran fotografía o retrato. Principalmente se emplea el retrato oficial de la pinacoteca del episcopologio diocesano. Además del libro de firmas, en ocasiones se deja un libro de testimonios para que los fieles puedan expresar en mayor espacio sus sentimientos hacia el pastor al que despiden.

4 Rezos en el velatorio

Una tradición que se está perdiendo en el tiempo de velatorio es el "rezo de las horas", propias del oficio de difuntos de la imperada liturgia canónica para ordenados y consagrados: primeras vísperas, completas, laudes, horas intermedias, oficio de lecturas, segundas vísperas... Hoy esto queda más bien  reducido a las comunidades religiosas de vida contemplativa o a algunas parroquias que puntualmente organizan estas plegarias en el velatorio de su sacerdote, pero donde no deberían faltar es en el momento de velar al que ha sido cabeza, padre y pastor de la Iglesia Particular. Donde se hace, suelen facilitarse libretos con los textos del común de difuntos que faciliten la participación del pueblo fiel.

En algunas diócesis, incluso distribuyen todas las horas desde la apertura de la capilla ardiente hasta el traslado a la Catedral, entre las comunidades religiosas, cofradías e instituciones diocesanas para que todo el tiempo esté abierta la capilla para orar. Normalmente, se encomienda al Seminario y al cabildo de capitulares el peso fuerte de los rezos y cantos de las horas canónicas, así como a las religiosas de la ciudad. Los canónigos han de acudir con el traje coral, y el que presida la oración -normalmente otro obispo o el Deán- revestido capa pluvial negra o morada.

Además de las horas canónicas, no suele faltar nunca la recomendación del alma en el lugar del deceso, las oraciones propias al introducir el cuerpo en el féretro, una oración al abrirse la capilla ardiente, y otra oración antes de levantar el cadáver para salir hacia el templo, sustituida o complementada con el rezo del Santo Rosario.

5 Detalles para la capilla ardiente

La capilla ardiente se dispone con el féretro abierto -bien con cristal o sin él- revestido con todos los atributos episcopales (anillo, mitra y báculo). Presidiendo la sala algún crucifijo grande. Además de la mesa para tarjetas y firmas, las sedes episcopales suelen reservar un "libro de honor" para que las autoridades locales y los obispos asistentes plasmen su testimonio sobre el difunto. 

Una tradición muy española es colocar a los pies del fallecido el manto de la Virgen titular de la diócesis, la imagen del santo/a patrono/a de la diócesis, o al que el fallecido le tuviera especial devoción, aunque eso es bastante secundario. Es más importante y especial la presencia del cirio pascual, de forma mayormente destacada durante el tiempo de Pascua como recordatorio claro del triunfo de Cristo sobre la muerte.

Ha de habilitarse un espacio para las flores que suelen ser muchas, las cuales irán llenando la capilla. Otro detalle a tener previsto ha de ser una credencia con estola morada, acetre e hisopo con agua bendita, y el extracto del "ritual de exequias" para que los obispos y sacerdotes que así lo deseen puedan rezar su particular responso por el prelado. En el ritual en su apartado o libro V de textos propios para determinadas exequias dedica su primer capítulo a la oración en la casa episcopal o capilla ardiente.

6 El traslado a la Iglesia Madre

El cierre del féretro es presenciado por la familia, los canónigos y la curia diocesana. En ocasiones el cuerpo es cubierto por la mortaja y el rostro por un sudario. La mitra se le retira de la cabeza y se suele dejar plegada sobre las piernas. El báculo si se le había colocado dentro para la capilla ardiente se le retira, aunque últimamente se estila más colocar el báculo de pie en una peana cerca del féretro, si bien,  no es lo habitual. Dentro del ataúd suele introducirse algún objeto de piedad como el rosario entre las manos, una estampa de su devoción etc. Cerrado éste lo que se acostumbra en nuestro país es que el canciller-secretario haga entrega de la llave al canónigo archivero o al deán para su custodia como gesto de que la diócesis les encarga la obra de misericordia de dar tierra al difunto. 

El traslado es un momento importante, pues normalmente, al recibir el sepultura dentro de la misma catedral este recorrido equivale a la procesión hacia el cementerio en las exequias de cualquier difunto: último viaje terrenal de sus restos. El féretro lo portan los sacerdotes, a poder ser los que fueron ordenados por el difunto, y sino, los más jóvenes y fuertes para poder trasladarlo con seguridad. Se suele también convocar al clero de la diócesis en el mismo obispado para que se revistan allí, desde donde acompañen el traslado del que fuera su obispo. Las autoridades locales suelen colaborar aportando una escolta de la policía local para el recorrido, durante el cual la "schola cantorum" del seminario entonara la letanía de los santos propia de difuntos en latín, o en su defecto en castellano.

En Oviedo, por ejemplo, el último funeral fue el de Monseñor Lauzurica, al cual según me explicó un sacerdote mayor se veló en el Arzobispado, y de ahí partió escoltado por los cabildos de la Catedral y de Covadonga en procesión hacia la Catedral. La procesión más breve y cómoda hoy sería salir del palacio bordeando la Corrada del Obispo subiendo por la calle canóniga y la calle San Antonio para girar por la calle de la Rúa y salir a la plaza de Alfonso II -la plaza de la Catedral (antaño se hacía una procesión mucho más larga por las calles principales de la ciudad). 

La procesión con el cadáver va encabezada por el turiferario - crucífero - ciriales - seminaristas - sacerdotes - diácono con el evangeliario - canónigos con traje coral y bonete - Obispo presidente de la celebración, acompañado de los diáconos y acólitos, y tras el celebrante principal el féretro, y tras éste la familia - religiosas y pueblo fiel. Si los obispos concelebrantes participan del traslado deberán ir tras los canónigos, delante del presidente. Otro gesto hermoso es que fieles de dos en dos porten las coronas y centros florales en fila tras el ataúd, delante de la familia. Durante todo el traslado las campanas de la catedral y de la ciudad  tañerán a difunto. A ambos lados del féretro irán dos diáconos o dos acólitos portando con un paño su báculo y mitra. En muchas diócesis, sobre todo en las que más presente está la religiosidad popular, se estila también que los estandartes, pendones o banderas de cofradías, hermandades y asociaciones acompañen el traslado del cuerpo del Obispo y estén presentes en algún lugar destacado de la Catedral durante toda la celebración. Igualmente, los hermanos mayores de cofradías y hermandades acostumbran a participar en dicha celebración con el bastón de mando y las medallas propias. Antaño, la corporación municipal asistía en pleno con sus atributos, aunque hoy depende de cada lugar y de la relación que mantiene la diócesis con el gobierno local de turno, quedando en nuestro País actualmente a la libre inicitiva de éstos en función de su critero o creencias.

Si el recorrido es amplio se pueden hacer relevos de porteadores entre fieles o familiares, pero el último tramo antes de entrar en la Catedral han de llevarlo los sacerdotes para entrar así en ésta. Escoltando el traslado (ya apuntamos su ubicación) el cabildo-catedral, y si en la diócesis hubiera un segundo cabildo también se debería incorporar con éste. Tras el féretro el obispo del lugar, y si el difunto es un emérito o era el obispo residencial le corresponde al metropolitano; en su defecto al nuncio o al presidente de la conferencia episcopal nacional. Otra costumbre -también extendida- es que el deán presida el traslado por ser quien acepta el cuerpo del difunto en la iglesia madre, haciendo las veces de párroco. 

7 Solemne Funeral

El comienzo varía si el obispo que va a presidir el funeral está acompañando ya el féretro desde la capilla ardiente o en su lugar espera junto al Colegio de Consultores en la puerta principal de la Seo. Si el obispo viene con el cadáver y con los obispos concelebrantes la entrada en la Catedral puede ser ya la procesión de entrada con la que comience la celebración, aunque normalmente hay un espacio de tiempo desde que se entra en la Catedral, se coloca el ataúd ante el Altar Mayor, se ubican los sacerdotes y los canónigos acuden a la sacristía para revestirse con los ornamentos litúrgicos. 

En cuanto a la colocación del féretro, en nuestro País se dan las dos orientaciones sin ser ninguna preponderante; en muchas zonas es costumbre colocar el ataúd con los pies en dirección al altar y la cabeza del lado de la entrada, pues con ello se significa en este gesto como si estuviera dispuesto para concelebrar desde su ubicación. Sin embargo, lo oficial sería todo lo contrario: ''Es laudable conservar la costumbre de colocar al difunto en la posición que tenía cuando participaba en la asamblea litúrgica: el ministro ordenado mirando al pueblo, el laico mirando hacia el altar''.

La monición de entrada suele ser la reseña biográfica del prelado, que suele leer el vicario general de la diócesis; el Obispo que preside suele ser el predicador, aunque ha habido casos en que por deseo expreso del difunto o de la familia lo ha hecho otro obispo por vínculos de amistad o el motivo que fuere. La Nunciatura Apostólica siempre envía un telegrama a la diócesis con el pésame en nombre del Santo Padre para la familia y la Iglesia Diocesana; lo propio es que este breve comunicado lo lea el canciller-secretario, aunque muchos obispos prefieren ser ellos mismos quienes den lectura a este mensaje, ya que va dirigido normalmente al propio obispo residente cuando el finado es un emérito. En caso de ser un obispo residencial, lo común es que lo lea el hasta entonces vicario general o el deán de la Catedral.

Un diácono enciende el cirio pascual. Después hay tres gestos: la colocación de la casulla -blanca- sobre el féretro, la colocación del Evangeliario sobre el mismo, y la colocación de la mitra y el báculo. Puede omitirse el acto penitencial pasando directamente a la oración colecta. Las lecturas que la liturgia propone para las exequias de un obispo son las siguientes:

Opciones de Primera Lectura: Sab 3, 1-9  /   Rom 8, 31b-35. 37-39  /  Hch 10, 34-43

Para el salmo se insiste en que sea el Sal 22, 1-3. 4. 5. 6 aunque a menudo se utilizan otros. 

Opciones de Evangelio: Jn 12, 23-28

Esto es meramente orientativo, dado que será el obispo que presida quien seleccione los textos, dado que sobre ellos ha preparado su predicación. El resto de la celebración se desarrolla de la manera habitual. 

Terminada la Sagrada Comunión como aún se tardarán unos minutos en reservar el Santísimo, llevar los vasos sagrados a la credencia y purificar, es el momento oportuno para que dos sacerdotes retiren el Evangeliario, la mitra, el báculo y la casulla del féretro del prelado. Éste ha de de quedar sin nada para tras la oración para después de la Comunión proceder a la aspersión con el agua bendita.

8. Entierro

El obispo se entierra en la Catedral de la última diócesis a la que sirvió antes de pasar a la situación de emérito, aunque no es algo imperado. Hay obispos que piden ser enterrados en la primera sede que tuvieron o en la de origen, incluso los hay que prefieren ser enterrados en su parroquia natal o junto a sus familiares en el cementerio de su pueblo. La última voluntad del difunto se respeta siempre aunque no concuerde con lo acostumbrado. También hay obispos que piden ser sepultados en algún Santuario Mariano, como por ejemplo a los pies de la "Mare de Deu des Desamparats" en Valencia; en la capilla del Seminario, o en la ermita del pueblo natalicio.

Los canónigos de cada Catedral, o en su defecto los rectores del Santuario o párrocos de los templos a los que afectaría en un futuro incierto esta situación, han de ser previsores y tener preparada la sepultura para, llegado el caso, evitar contratiempos a la hora de dar cristiana sepultura al cuerpo del prelado fallecido.

Como habitualmente reciben cristiana sepultura en una capilla lateral, es conveniente contar con voluntarios para mantener el orden y distribuir el espacio para que no haya aglomeración de fieles y se pueda desarrollar la celebración y la distribución de la Sagrada Comunión con normalidad. Para el momento del traslado al lugar donde va a ser inhumado pídase que nadie se mueva de su sitio, y vayan sólo los indispensables: Cruz y ciriales - turiferario - cabildo - Vicario General y Canciller-  obispos y la familia más próxima. Si el espacio es muy limitado invítese sólo a los obispos vinculados a la vida del finado - obispo de la diócesis natal - obispos de diócesis por las que pasara - obispos muy cercanos por amistad. En algunos lugares preparan ya antes de ese momento una pequeña representación diocesana de un par de sacerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas y laicos para presenciar el sepelio. Hoy en día, gracias a que muchas Catedrales cuentan con canal "youtube" y cámaras para sus celebraciones más destacadas, suele pedirse que sigan el momento por las pantallas, orando por el alma del que va a ser devuelto a la tierra. 

Una vez concluido el rito y antes de iniciar su trabajo los enterradores, le corresponde al Canciller - secretario del Obispado introducir con cuidado un tubo de poliuretano con periódicos del día, monedas de curso legal y documentos sobre el finado. En algunas diócesis tienen costumbre de tener preparado un pequeño saco de tierra y una pala para cubrir el féretro, un bello gesto que nos recuerda las palabras del Señor: ''si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto''. En este gesto suelen hacerlo los familiares y los celebrantes principales. Una vez sellada la sepultura suele entonarse una antífona mariana, para concluir la celebración con el ''Podéis ir en paz'' del diácono. 

9 Otros detalles

Si la estructura de la Catedral lo permite no estaría mal que en lugar de trasladar el féretro del difunto del presbiterio al lugar de reposo directamente, fuera procesionado por la girola o el entorno del coro para que los numerosos fieles congregados pudieran desgranar sus últimas plegarias por el fallecido pastor.

Como ya señalé, para el traslado de los restos del obispo desde la capilla ardiente al templo-catedral, lo propio es la letanía de santos, aunque se pueden emplear otros cantos apropiados como: "Concédele Señor el descanso eterno", "Recibe a tu siervo en el paraíso", "Hacia tí morada santa..." En otros lugares optan porque la procesión sea en silencio con el sonido de las campanas invitando a la oración, y en otras zonas se tiene la costumbre de ir acompañados por banda de música que interpreta piezas fúnebres clásicas.

  Para el momento de la misa-funeral el canto de entrada propio suele ser el "Requiem" gregoriano; si la procesión de entrada se prolonga demasiado por haber una amplia concelebración de obispos y presbíteros téngase preparado por si hiciera falta un segundo canto de entrada como pudiera ser ''Dale, Señor, el descanso eterno''. Para el encendido del cirio pascual se suele cantar ''Oh luz gozosa''; para momento de la colocación de la casulla puede cantarse ''Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré su fidelidad por todas las edades", u otro canto adecuado. Para el gesto de la colocación de la mitra y el báculo puede cantarse ''El Señor es mi pastor nada me falta'', y para la colocación de los evangelios sobre el féretro ''Tú palabra me da vida''. Puede hacerse cantada la respuesta de la oración de los fieles. Para el ofertorio suele dejarse al órgano sin acompañamiento vocal. En la comunión puede cantar "Yo soy el pan de vida", "Sí vivimos vivimos para Dios", o algún otro que facilite la participación del pueblo fiel. Para el responso final se puede interpretar ''Acuerdate de Jesucristo'', ''Te colocamos en los brazos de Dios'', ''Alma mía'', u otro. Para la procesión al lugar de la sepultura se puede entonar ''In Paradisum'', ''Al paraíso te lleven los ángeles'',u otro propio para el momento. 

Es costumbre en el momento de la "acción de gracias" permitir unas palabras que suele realizar un miembro de la familia del prelado ó, en su defecto, uno de sus secretarios o colaboradores más próximos. De los mejores que particularmente he escuchado fue el de la hermana de Monseñor Rosendo Álvarez Gastón, la cual lo hizo en clave de fe, dando gracias a Dios por la vida de su hermano; fue breve y conciso, sin elogiar ni cansar con datos, sino que fueron palabras de gratitud hacia el obispo titular, la diócesis, la casa sacerdotal, su médico, secretario y tantas personas que le cuidaron y quisieron haciendo llegar su pésame desde tantos rincones de España.

Es tradición muy extendida regalar a los fieles que acuden a los funerales recordatorios del paso de este mundo al Padre del prelado donde suele figurar la fecha de su deceso, su lema y escudo, la fotografía o retrato del obispo que encomendamos y alguna imagen de las principales devociones de la diócesis o del fallecido. Algo típico en dichos recordatorios es, en ocasiones, añadir alguna frase o breve texto del difunto donde hable de la muerte y la resurrección, a menudo tomado de sus escritos pastorales.

Otra piadosa y protocolaria costumbre en la Iglesia a la hora de recoger las pertenencias del fallecido de su domicilio, es proceder a una especie de pequeño reparto de algunos de sus enseres personales a aquellos lugares a los que le vincula su propia biografía. Su báculo, su mitra, su cáliz, sus libros... Es una especie de simbólico legado físico sin valor económico alguno, pero sí sentimental y espiritual. La parroquia natal, el seminario donde se formó, así como las parroquias o diócesis en las que ejerció su ministerio. Sería bueno que "heredaran" algo de forma que se perpetúe también el recuerdo de su persona y la oración por el fallecido en esos lugares a pesar del paso de los años.

















Praenotanda (nº 822 del Ceremonial de Obispos)

Para la celebración de las exequias prepárese cuanto sigue:

a. En la sacristía mayor o en otro lugar adecuado:
las vestiduras sagradas del color propio de las exequias:

*para el obispo: alba, estola, cruz pectoral, capa pluvial para la procesión y para la celebración de la Palabra de Dios, casulla para la misa, mitra sencilla, báculo pastoral;

*para los concelebrantes: vestiduras para la misa;

*para los diáconos: albas, estolas (dalmáticas);

*para el resto de los ministros; albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

b. En casa del difunto:

*el Ritual Romano;

*la cruz procesional y ciriales;

*un acetre con agua bendita y un hisopo:

*un incensario con naveta de incienso y cucharilla.

c. En el presbiterio:

*todo lo preciso para la celebración de la misa o de la Palabra de Dios.

d. Junto al lugar donde se deposita el féretro:

*el cirio pascual;

*todo lo preciso para el rito de despedida, si no se trae en la procesión desde la casa del difunto.

823. En la celebración de las exequias, salvo aquellas diferencias a causa del ministerio litúrgico y del orden sagrado, y de aquellos honores debidos a las autoridades civiles, de acuerdo a las normas litúrgicas, no se haga ninguna acepción de personas o situaciones ni en las ceremonias litúrgicas ni en el ornato externo.

Es laudable conservar la costumbre de colocar al difunto en la posición que tenía cuando participaba en la asamblea litúrgica: el ministro ordenado mirando al pueblo, el laico mirando hacia el altar.

824. En la celebración de las exequias manténgase en todo una noble sencillez. Es apropiado, por lo tanto, colocar el feretro sobre el pavimento y junto al féretro un cirio pascual. Sobre el féretro, el Evangelio o el texto de la Sagrada Escritura o la cruz. Si el difunto es un ministro ordenado, se pueden colocar sobre el féretro las insignias propias del orden sagrado, si tal es la costumbre del lugar.

No se adorne el altar con flores. El órgano y otros instrumentos se admiten solamente para sostener el canto.

Descripción del Rito

825. Sobretodo si se trata del funeral de otro obispo, atendiendo a las costumbres del lugar y la conveniencia, se ha de preferir el primer tipo de exequias de entre los que se describen en el Ritual Romano, que consta de tres estaciones: en casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio, con dos procesiones entre ellas. En este caso, es deseable que el obispo presida también la estación en casa del difunto y la primera procesión.

Si el obispo no va a la casa del difunto y hubiera de hacerse la primera estación, la celebra un presbítero que tenga esta encomienda. El obispo espera en la iglesia, en la cátedra o en la sacristía mayor.

826. Cuando el obispo preside la estación en casa del difunto y la procesión hasta la iglesia, se reviste en un lugar adecuado con el alba, la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial del color propio de las exequias, y usa una mitra sencilla y el báculo pastoral. Los concelebrantes, si los hay en la misa, van revestidos ya desde el principio con las vestiduras prescritas.

Los diáconos y los ministros se revisten con sus vestiduras propias.

827. En la casa del difunto, el obispo saludará amablemente a los presentes y les expresará el consuelo de la fe. Luego, si es oportuno, puede recitarse un salmo adecuado en modo responsorial. Después, el obispo deja la mitra y el báculo, y dice una oración apropiada, de entre las propuestas en el Ritual Romano.

828. Si el traslado del difunto hasta la iglesia se realiza con procesión, la inicia, como es costumbre, el turiferario con el incensario humeante; sigue el ministro con la cruz, entre dos acólitos que llevan los ciriales; luego, el clero y los diáconos revestidos de vestidura talar y sobrepelliz; a continuación, los presbíteros con su propio hábito coral; después, los concelebrantes, si asisten, y el obispo con la mitra y el báculo, acompañado de dos diáconos; a continuación, los ministros del libro y del báculo, precediendo el féretro.

Mientras tanto, se cantan salmos u otros cantos adecuados, según las normas del Ritual Romano.

829. Si no se realiza la estación en casa del difunto, el obispo o uno de los presbíteros realiza a la puerta de la iglesia cuanto se describe anteriormente para la casa del difunto.

830. Para la entrada en el templo y el inicio de la misa, normalmente se realiza un sólo canto, como indica el Misal; no obstante, si así lo piden especiales razones pastorales, se puede agregar alguno de los responsorios que se indican en el Ritual Romano.

831. Al llegar al altar, el obispo deja el báculo y la mitra, venera el altar y, si es conveniente, lo inciensa; luego, se dirige a la cátedra, donde se quita la capa pluvial y se reviste con la casulla. Si parece más oportuno, el obispo puede quitarse la capa pluvial y ponerse la casulla al llegar al altar, y antes de venerarlo.

Mientras tanto, el difunto es colocado ante el altar en un lugar apropiado y en la posición que le corresponda, como se ha dicho antes.

832. En la misa de exequias se celebra todo como en cualquier misa. En las plegarias eucarísticas segunda y tercera se añaden las intercesiones propias.

833. Tras la oración después de la comunión, incluso cuando el obispo no haya celebrado, o tras la liturgia de la palabra, si no ha habido celebración eucarística, el obispo, revestido, según el caso, con la casulla o con la capa pluvial, recibe la mitra y el báculo, y se dirige hasta el féretro a cuya altura, en pie y vuelto al pueblo, con el diácono y los ministros con el agua bendita y el incienso a su lado, se hace la última recomendación y despedida.

Si el sepulcro se encuentra dentro de la misma iglesia, es conveniente que este rito se celebre junto al sepulcro. Entonces, tiene lugar la procesión y,mientras, se cantan algunos de los cantos del Ritual Romano.

834. Luego, el obispo, en pie junto al féretro, y tras dejar el báculo y la mitra, dice la monición: ''Vamos ahora a cumplir con nuestro deber...'',u otra similar. Y todos oran en silencio unos instantes. Entonces, el obispo asperja e inciensa el cuerpo. Mientras, se canta Venid en su ayuda, Santos de Dios u otro responsorio, como se indica en el Ritual Romano.

La aspersión y la incensación pueden realizarse también después del canto. Por fin, el obispo dice la oración: ''A tus manos...'', u otra adecuada''.

835. Si el cuerpo es conducido desde la iglesia al cementerio, el obispo espera en la cátedra mientras el cuerpo es retirado de la iglesia o se retira directamente a la sacristía mayor. Pero si el obispo va a acompañar a la procesión funeraria, esta se ordena como se dijo para la primera estación y se pueden cantar salmos y antífonas, del Ritual Romano.

836. Cuando el obispo llega al cementerio, deja el báculo y la mitra, y bendice el sepulcro, si es el caso; concluida la oración del Ritual Romano, si es costumbre, asperja con agua bendita y luego inciensa la tumba y el cuerpo del difunto.

837. El entierro se realiza inmediatamente u al finalizar el rito, según la costumbre del lugar. Mientras se deposita el cuerpo en el sepulcro, o en otro momento adecuado, el obispo puede decir la monición: ''Vamos ahora a cumplir con nuestro deber...'',como aparece en el Ritual Romano.

838. Después, el obispo puede iniciar la monición de la oración de los fieles; el diácono dice las intenciones, que concluirá con la oración: ''A tus manos'' u otra de las que propone el Ritual Romano. Al final se añade el versículo: ''Dale, Señor, el descanso eterno'' y puede hacerse algún canto, según las costumbres del lugar.

839. Si el obispo mismo no celebra, preside la liturgia de la Palabra desde la cátedra, revestido de capa pluvial. Haga lo mismo sí, omitido el sacrificio eucarístico, se realiza la liturgia de la Palabra, como se indica en el Ritual Romano.

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