sábado, 7 de marzo de 2020

«Señor, ¡qué bien se está aquí!. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

El segundo domingo de Cuaresma que hoy celebramos es un tanto especial; vivimos una especie de ruptura en cuanto a la línea penitencial y ascética que la Palabra de Dios nos ha ido presentando desde el Miércoles de ceniza hasta ahora. Pasamos de contemplar cómo ha de ser nuestro ayuno, las profecías sobre la pasión del Hijo del Hombre, las tentaciones, el juicio final, la oración, la ley y los profetas, el perdón, el amor al enemigo... Y hoy parece como si rompieramos  con esta esta línea para pensar únicamente en la meta, en lo que encontraremos al final del camino. 

La breve lectura del Génesis nos recuerda el paralelismo entre el peregrinar de Abraham desde que salió de su tierra de Ur de Caldea para encaminarse a la tierra prometida, y que es exáctamente lo que estamos tratando de hacer nosotros mismos en este tiempo: salir de nuestros apegos mundanos para llegar a la Pascua libres de cargas, sólo con lo necesario para que el Señor ocupe el lugar que le corresponde en mi vida. Pero esta primera lectura nos dice mucho más, nos habla de la promesa de Dios y de la confianza del hombre. Dios nos invita a fiarnos de su palabra, nos promete su tierra para que se nuestra tierra; nos abre las puertas de su casa. La cuestión es si somos capaces de fiarnos y con-fiarnos  en Él.

El Salmoes lo único que mantiene este espectro cuaresmal con el fragmento 32 -Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti- para más adelante corroborar lo expuesto en la primera lectura:  Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

San Pablo, por su parte, nos presenta otra exigencia: no sólo debo confiar, prepararme y peregrinar hacia la Pascua y hacia la morada santa que el Señor nos prepara; tampoco puedo quedarme en el egoísmo buscando salvarme yo y los demás que se arreglen. Por eso el Apóstol hoy nos dice a cada uno de forma imperativa ''Toma parte en los duros trabajos del Evangelio''. O lo que es lo mismo: Implícate, muévete, haz algo... deja las críticas, deja de estar cruzado de brazos, deja los lamentos y el pasado y ponte en marcha; arrima el hombro, ayuda a edificar ya aquí y ahora el Reino de Dios que empieza en nuestro propio entorno. 

¿Y cómo podemos tomar parte en el anuncio del Evangelio? Pues haciendo apostolado con mi vida dando un buen testimonio de mi ser cristiano; tratando de vivir coherentemente con la Palabra de Dios, apoyándome en la confesión y la Eucaristía, amando a amigos y perdonando a enemigos; demostrando que soy un verdadero seguidor de Jesús al saber vivir cada momento en clave de amor y en clave de Cruz. 

El evangelio de hoy, sin duda que nos descoloca; parece un texto pascual, la Transfiguración del Señor, pero claro, en la cronología del texto esto no ocurrió tras la muerte del Señor sino antes. Con este hecho Jesús quiso presentar a Pedro, Santiago y Juan lo mismo que hizo con Abraham; es decir, confiad que hay futuro, que hay mañana y que tras la pasión y muerte vendrá la gloria. Y es esto lo que el Evangelio nos dice a nosotros como peregrinos de esta Cuaresma; que no todo será cruz, que no todo será llanto y lamento, sino que el Señor cumplirá su palabra y transformará nuestro luto en danza. 

Es una llamada también a seguir purificando las manchas del alma hasta que ésta quede como los vestidos del Señor, ''blancos como la luz''. Qué hermoso sería que nos sintamos igualmente invitados a subir al Tabor para contemplar su gloria que nos prefigura en este pasaje, para disfrutar de su presencia y resplandor. Preparemos nuestro corazón para esta subida, para que su luz pueda entrar en nuestros endurecidos interiores y podamos como Pedro afirmar: Señor, ¡qué bien se está aquí!.

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