miércoles, 21 de octubre de 2015

Elogio y reivindicación del hijo mayor (Rafaela está que muerde)



(De profesión Cura) Tengo una feligresa, una Rafaela cualquiera, que cada vez que escucha la última parte de la parábola del hijo pródigo se la llevan los demonios. Porque a ver, dice ella, ¿tan malo era el hijo mayor? Toda la vida fiel, trabajando por la casa común, obedeciendo al padre, y sin un solo detalle por parte de este, ni siquiera un ternero por una vez en la vida. Nada de nada. Pero cuando llega el hermano menor, después de haber dilapidado la herencia, todo son fiestas, alegrías y dispendios. Encima, para la historia y la exégesis, qué malo el hermano mayor. Y dentro de lo malo, al menos el menor, después de unos años de pecado y alejamiento, regresó arrepentido a la casa paterna. Menos mal.

Hoy muchos católicos se sienten como el hermano mayor y encima peor.Matrimonios abiertos a la vida, generosos, que llegaron al altar conservando su virgnidad, que rezan, trabajan, colaboran con su parroquia y a los que se tacha de integristas e inquisidores porque siguen creyendo en el matrimonio como siempre se hizo. Religiosas de vida contemplativa o activa, que llevan toda la vida intentando vivir de acuerdo con las reglas que profesaron, orantes, humildes, calladas, y hoy denostadas por no estar al parecer de algunos suficientemente al lado de los pobres.Sacerdotes -y no es mi caso- que se dejan la vida en la parroquia, que confiesan, celebran, atienden a los feligreses sin reservarse un minuto, rezan… y que pormuchos fieles e incluso superiores son tachados de conservadores, poco evangélicos y fieles seguidores del hermano mayor simplemente porque dicen que sí, que la Iglesia es para todos pero que habrá que convertirse…

Mal momento. El mundo al revés. Toda disidencia aplaudida. Todo error disculpado. Las acciones más abyectas merecen siempre una disculpa. Sin embargo la gente que pretende vivir como le han enseñado desde su infancia, que lee y estudia el catecismo, pregunta por los mandamientos y pide aclaraciones a lo que humildemente no comprende, lo único que viene sacando en limpio son bofetadas desde la propia Iglesia que les tacha de inmisericordes, fariseos, antievangélicosy reencarnación del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo.

¿A quién no le va a agradar que regrese un pecador? ¿Quién no se encontrará feliz de que cualquier persona abandone su vida de pecado y se convierta a Cristo? Pero el problema es que parece que hay que sentirse feliz de que cada cual haga lo que quiera y el que no sea tolerante y comprensivo sea con lo que sea ya se sabe que el problema es que no quiere comprender el evangelio, se ata a la ley e impide el acercamiento de los demás.

Esta feligresa, que confiesa y comulga, va a misa, trata de formarse como buena cristiana y de educar a los suyos en la Iglesia, que sabe de pobres más de lo que muchos se imaginan, me dice que cuenta con los palos de la sociedad, pero con lo que no contaba era con palos desde la misma Iglesia por la que se siente tachada de inmisericorde, farisea, cerrada al evangelio y, sobre todo, de fiel reflejo del hijo mayor.

Como bien dice ella, los que somos llamados hijos mayores de la parábola, los de misa dominical, crucecita en el IRPF y ayuda económica, los que nos casamos por la Iglesia y ayudamos en Cáritas, teníamos que largarnos una temporada, a ver si ese padre, gracias al hijo menor y a sus geniales amistades, que por más carantoñas que reciban no van a volver, que lo sabemos, consigue llenar los templos y sacar la Iglesia adelante. Caramba, que ya está bien.

Jorge Glez. Guadalix

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