jueves, 25 de junio de 2015

La vida: obra maestra del Creador. Laudato si’


Verde que te quiero verde, decía García Lorca en su Romance Sonámbulo. Verde soñó Dios su obra, verde como la esperanza que nos regala su esmeralda bella y buena cuando la miran sus ojos creadores. Así rezan los primeros versos de la Biblia cuando nos cuentan cómo hizo Dios sus cosas llamando a cada una mientras iba poniéndoles un nombre. Miró lo que sus manos amasaron, cuando sus labios lo llamaron a la vida, y esos ojos cálidos vieron la firma de su autor con la rúbrica de la bondad y la belleza.

El Papa Francisco nos ha regalado una preciosa encíclica. No es un simple refrendo ecologista, ni un posicionamiento sin más ante los cambios y los climas. Sería reductor zanjar así tan amplia y profunda reflexión que se inspira en un verdadero cristiano: San Francisco de Asís y su cántico de las criaturas. Se inspira en él: porque “era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (LS 10).

No se trata de un canto bucólico que se rinde ante una retórica esteticista que no sabe de compromiso. Dice el Papa sobre la creación que “esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes” (LS 2). Pero no se aboga por un romanticismo ecológico que tuviera la impostura máxima de querer defender la naturaleza justificando el aborto de los niños, o proteger a los seres débiles que nos rodean pero prescindiendo del embrión humano como desechable (LS 120).

Formamos parte de un sueño de Dios, fuimos eternamente pensados y queridos por Él como criaturas distintas de una creación bella y bondadosa. Dice Francisco conmovido: “¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» (Jr 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»” (LS 65).

Pero tenemos tal interdependencia que no podemos cuidar o destruir lo que nos rodea sin que eso afecte al resto de la creación: “Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación” (LS 89). Cuidar y proteger esa casa común, más allá de los intereses económicos, políticos, consumistas, es un modo de salir al encuentro de los hombres más pobres: “Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteamiento ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados… Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno” (LS 93).

Se invita a una ecología integral: ambiental, económica, social, cultural, cotidiana (LS 138-162). Todos estamos comprometidos, creyentes y no creyentes, quienes tienen una responsabilidad política (LS 164-198) y cuantos vivimos la fe con una espiritualidad que se hace educación y genera una nueva cultura (LS 200-232). Alabado seas, mi Señor, por la vida que nos das, por los ojos para contemplarla, por el corazón que nos mueve a cuidarla y a compartirla.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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