Saludo con todo afecto a los familiares de D. Manuel Suárez Peñalosa, a los sacerdotes de nuestro presbiterio diocesano especialmente a cuantos con él vivíamos en la Casa Sacerdotal, a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado (Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional) a las que sirvió ejemplarmente como capellán castrense, y a los feligreses de las parroquias donde él ejerció su sacerdocio. Ante la imposibilidad de presidir este funeral, agradezco al Sr. Vicario General que lo haga en mi nombre. Un compromiso ineludible de la Conferencia Episcopal hace que hoy esté en Salamanca y desde allí ofreceré igualmente la Santa Misa por él.
Mucho he querido a este cura bueno, y mucho me he sabido querido por él. La bondad natural que Dios le regaló, nos permitía ser mejores a su lado aprendiendo de su entrega, de su enorme simpatía y de su fina y delicada fraternidad. Por donde él ha ido pasando, dejaba siempre esa huella amable que te recordaba el corazón entrañable de Dios. Era muy fácil querer a D. Manuel y creaba en torno a sí esa corriente de sencilla y sana alegría que a todos nos envolvía. El sábado estuve con él en el hospital sin que ambos supiésemos que iba a ser la última vez. Hablamos poco por su imposibilidad, pero nos dijimos tanto con la mirada y con el estrecharnos las manos. Le di la bendición y él me regaló silencioso su última sonrisa dándome así las gracias. Pedimos para él ese cielo del que fue peregrino y que nos ganó Jesús en la resurrección. El apocalipsis habla del cielo como de un banquete eterno. Precisamente en una buena comida que no termina Peñalosa va a ser muy feliz rodeado de tantos a los que ha querido y le hemos querido. Descanse en paz y que la Santina le cubra con su manto. Amén.
+Jesús Sanz Montes O.F.M.
Arzobispo de Oviedo
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