Ya en pleno Adviento, aunque con ambiente prenavideño desde hace días en que las calles y plazas de nuestros pueblos, villas y ciudades, que ya están llenas de luces y adornos navideños. El sonido de los villancicos empieza a invadir, tiendas y grandes superficies; las campañas publicitarias se preparan para días frenéticos de compras, regalos y viajes. Se forman colas en las administraciones de lotería, con la esperanza de que el 22 de diciembre sea el "definitivo", o acaso para el sorteo del Niño. Hay otras colas que no desaparecen y otras que tristemente no veremos, las colas de los que no tienen que comer, no tienen que vestir ni nada que celebrar... Es de justicia reconocer que son muchísimas las iniciativas caritativas que se ponen en marcha en estas fechas desde múltiples instituciones eclesiales; este año incluso hay parroquias de toda España enviando grupos de jóvenes que regalan sus días de vacaciones para ir a echar una mano a los lugares más afectados por la catástrofe de la DANA. Antaño, los días de Adviento era normal ver largas colas de fieles dentro de los templos esperando su turno ante el confesionario, quizá nuestros mayores sin tantos títulos como ahora se tienen y se presumen sabían mejor que nadie que para celebrar la Navidad lo primero que hay que preparar antes de la mesa, la decoración o los regalos, es el interior. Pero hoy mi reclamo es para otra realidad que en estos días tampoco tendrán muchas colas, me refiero a los tornos y porterías de nuestras religiosas de vida contemplativa.
Ya en otros años por estas mismas fechas realizamos publicaciones dando a conocer sus productos, cómo adquirirlos y la mucha falta que tienen de nuestra ayuda. Cada vez que un convento o monasterio se cierra nunca faltan los lamentos, quejas e incluso la recogida de firmas para impedirlo, aunque si somos sinceros, cuántas veces pasamos junto a sus muros sin entrar a participar en sus oraciones litúrgicas, o nos acercamos a sus porterías para saludarlas, felicitarles las pascuas o darles una limosna. Volvemos a dejarnos en estos días el dinero en marcas de renombre de tantos dulces y postres típicamente navideños, teniendo a menudo la posibilidad de adquirir los que ellas realizan, sin nada que envidiar. Es evidente que la buena fama de las religiosas en la cocina y, especialísimamente en la repostería, va más allá de creencias, agnosticismo o ideologías. Adquirir productos realizados en los conventos en una compra segura, en primer lugar por la materia prima de calidad que se emplea. Ahora que existe una fuerte sensibilidad hacia los productos naturales, los prejuicios hacia los aditivos y colorantes, aminoácidos etc. tenemos esta ancestral forma de elaboración de los alimentos para endulzar el cuerpo y el alma sin que hayan sufrido la injerencia de la modernidad química y sin provocar modificación alguna en su contenido nutricional. La realidad de la clausura ha favorecido y permitido que las recetas se fueran transmitiendo entre las monjas de generación en generación, sin interferencias del exterior y llegando así hasta nosotros.
Otro aspecto a valorar es que no estamos ante un "hobbie", sino que hablamos del fruto de su trabajo. Ellas viven para la oración; su vida es contemplativa, por tanto no viven para trabajar pero si trabajan para vivir. Hacen de su labor una oración, pues son profesionales de la plegaria, buscadoras incansables de lo trascendente; he aquí otro secreto del buen resultados de sus productos, y es que aspiran siempre a la perfección dado que esa es la senda de la vida consagrada. Habría que apuntar también -aunque quizás esto les pueda parecer irrisorio a los ateos- que otro truco para que sean tan buenísimos los dulces que realizan todos los consagrados, es precisamente la oración que realizan mientras los están haciendo, por eso el obrador o la cocina del monasterio no es lugar de alboroto, risas o excesivos ruidos; al contrario, trabajan mayormente en silencio para no perder la concentración espiritual... Ya escribía San Rafael Arnáiz en su diario en la Trapa de San Isidro de Dueñas el 5 de febrero de 1938, en el que delicado de salud iba disgustado por obediencia a las labores de la fábrica de chocolate por mandato de sus superiores, donde después reflexionaba: 'Yo sabía que Dios me ayudaba, y que Dios me bendecía, y en mi torpe trabajo para empapelar chocolate, a nadie de la tierra ni del cielo envidiaba, pues pensaba, que si los santos del cielo pudieran bajar un momento a la tierra seria para, desde aquí, aumentar la gloria de Dios, aunque no fuera más que con un Avemaría, de rodillas, en silencio…, o quién sabe, envolviendo pastillas de chocolate.
Para los que les da apuro, reparo o pereza acercarse a alguno de los tornos de nuestros conventos está en Asturias la posibilidad de acercarse a la Feria de Navidad -''El Camino''- que se celebrará en Oviedo del 5 al 22 de Diciembre con ocho casetas en la Calle Gil de Jaz, con productos monásticos de Asturias y de toda España. Más de 600 productos diferentes de 60 conventos de clausura. El horario de ventas será de doce a tres de la tarde y de cinco a nueve de la noche. Es la segunda edición de este mercadillo; el año pasado ya escribí sobre éste en un articulillo titulado ''En Navidad pruebas dulces con sabor a gloria''. El pasado 2023 se superaron las 350.000 visitas, y seguro que este año la respuesta será tan buena o incluso superior. Es de agradecer a la "Fundación Contemplare" el servicio generoso y desinteresado que realizan en favor de la vida contemplativa de nuestra nación, e igualmente al Ayuntamiento de Oviedo por su sensibilidad hacia esta causa y tan noble y necesaria. Asturias tiene en esta línea un rico pasado; en lo referente el medievo tenemos una notable y significativa vida cenobítica, muchos monasterios vinculados al Camino de Santiago de una forma preclara, y desde esa evidencia, la apuesta por potenciar la capital de Asturias como origen y cuna del Camino de Santiago. Ahí tenemos el milenario del Monasterio de Cornellana en Salas, hoy por desgracia sin comunidad monástica entre sus muros, pero aún son muchas las comunidades que oran y laboran entre los muros más antiguos o más modernos dando lo mejor de sí. Es una gran obra social y caritativa la que podemos realizar destinado ese porcentaje de dinero que solemos dejar en potentes centros comerciales o por compras en plataformas digitales, en los humildes cenobios de nuestra Tierra. Ya Thomas Merton escribió en 1950 en su obra "La montaña de los siete círculos" la siguiente reflexión: "El monasterio es una escuela... Una escuela en la que aprendemos de Dios a ser felices. Nuestra felicidad consiste en compartir la felicidad de Dios, la perfección de su ilimitada libertad, la perfección de Su amor''... Tenemos esta Navidad la oportunidad de llevar a nuestra mesa un puñado de historia y vida dulce que nos hacen llegar muchos cenobios religiosos, dando a nuestras comidas o cenas, desayunos o meriendas de Navidad, un toque de sabor monástico.
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