Queridos hermanos del Consejo Episcopal, del Colegio de Arciprestes y sacerdotes y diáconos concelebrantes. Excelentísimo Sr. Alcalde y Corporación Municipal, miembros de la Vida Consagrada, fieles cristianos laicos: paz y bien.
Ya estamos metidos en este camino del adviento con el que damos comienzo a nuestro calendario cristiano. Las primeras nieves que han pintado de blanco las montañas cercanas que nos presiden desde su altura, empujan este otoño ya avanzado camino de la navidad tan cercana. Aquí en Oviedo celebramos hoy una memoria que nos abre a la intercesión de una joven niña, mártir por Cristo en medio de su tierna edad. Santa Eulalia es la patrona de la Diócesis y a ella nos encomendamos tratando de aprender su lance creyente que llegó a arriesgar hasta el extremo más audaz su entrega de fidelidad dando la vida por el Evangelio.
Uno se pregunta qué peligro podría suponer una niña que hiciera temer a aquellos poderosos algún tipo de amenaza para sus intereses económicos, culturales y políticos. Una jovencita cristiana que viviendo su fe sin hacerlo contra nadie pudiese representar un riesgo para aquellos mandamases con la censura fatal que te siega la vida. Cayó su vida ante el verdugo y su ordenanza de matar, como caen las hojas de este otoño prenavideño haciendo nuestros caminos en las montañas una alfombra de pensamientos. Es lo que hoy nos da por pensar, lo que nos preguntamos mientras como peregrinos hacemos el sendero del adviento que desemboca en la Navidad.
¿Quién era Eulalia? ¿Era una heroína, una princesa, un premio digno del teatro Campoamor o una artista pinturera principal? Era sencillamente una niña, una joven adolescente que dio el máximo testimonio que se puede dar: entregar la vida por alguien, por algo que es capaz de legitimar tan supremo sacrificio con la donación más audaz y más generosa que cabe ofrendar. No estamos ante una persona entregada y diligente que hace bien su menester, y que dedica algunos ratos de su tiempo libre a una causa justa, o unos meses de su vida como generosa voluntaria de una ONG altruista en medio del sida, del ébola, del coronavirus o del fanatismo terrorista de turno, sino que estamos ante alguien que ha pagado con la propia vida aquello por lo que luchaba y creía de veras, aquello por cuanto sabía y amaba. Y la pregunta que nos surge es cuál es el secreto y cuál es la compensación de semejante precio, el mayor que una persona puede exhibir.
Los mártires han vivido acogiendo la Palabra de Dios, que acertarán a cantarla y a contarla en sus labios hasta el final. También han querido acoger la Presencia de ese Dios, de la que nutrirán su esperanza y amor también hasta el final. “Mártir” significa testigo. Ellos son los testigos de una Palabra y de una Presencia, las de ese Dios que no enmudece ni huye ante nuestro devenir, porque Dios no sólo nos indicó el camino, sino que se hizo caminante junto a cada cual, abrazando nuestra circunstancia y poniendo luz y gracia en medio de nuestros apagones y errores.
Hay que querer mucho a una Persona y estimar del todo su Palabra, para estar dispuestos a dar nuestra vida por ese Rostro y esa Voz. Los mártires como Santa Eulalia lo han hecho, y en su gesto queda patente un amor que no es reaccionario, sino tan sumamente gratuito y puro que busca la gloria de Dios y la bendición para todos, incluyendo a los que te siegan el hilo de la existencia cuando te quitan la vida. Los testigos hoy, son los que en medio de tanta tristeza introducen en la vida una razón para la verdadera alegría; los que a pesar de las penumbras que oscurecen el horizonte de tanta gente inocente sumiéndola en el dolor e incertidumbre, logran encender una luz que hace brillar la esperanza cristiana; los que, junto a historias de violencia, de corrupción y mentira, aparecen con sencillez como heraldos de la paz, de honestidad a todo trance y de la verdad que nos hace libres. Estos son los testigos, los mártires cristianos de nuestros días, y son ellos hoy como lo fueron los que entregaron su vida en un largo ayer, quienes levantan la sociedad construyéndola desde esos valores que reconocemos en una Persona que los vivió y nos los dejó como herencia evangélica: Jesucristo, el mártir por excelencia. Santa Eulalia es una historia de amor con todos sus versos, un relato apasionado con todos sus besos. El amor a Dios, el amor a los hermanos, el amor a su pueblo. A ella nos encomendamos en este su día, mientras damos gracias por el alto testimonio de su martirio. También nosotros estamos llamados a escribir nuestra página en el tramo de historia que se nos ha asignado, allí donde vivimos, con los que convivimos y trabajamos sea cual sea nuestra responsabilidad.
Pero en este día festivo, nuestra Iglesia asturiana celebra una efeméride especial con la promulgación del nuevo mapa diocesano. Un mapa siempre es una representación de los espacios en los que se narra una historia. Así sucede con los pueblos que van dibujando y modificando sus mapas de diferentes modos. Desde aquel lejano año 811 en el que nuestra Diócesis adopta su primer estatuto eclesial, han sido muchos los mapas dibujados a través del tiempo. En este momento, nuestra Diócesis cuenta con tres grandes vicarías, en las que se insertan los doce arciprestazgos, dentro de los cuales están las 934 parroquias. Introducimos un cuarto elemento que no viene a modificar este mapa, sino a organizarlo. Las nuevas 128 unidades pastorales que hoy estrenamos no sustituyen esas vicarías, arciprestazgos y parroquias, sino que los coordinan de una manera eficaz. No estamos ante la gestión de una penuria por la falta de vocaciones sacerdotales, sino ante una novedosa implicación de otros cristianos que aportan a la comunidad cristiana su particular idiosincrasia: los pastores con su ministerio, los religiosos con sus carismas y los laicos con su compromiso bautismal en la familia, el trabajo y la política. Las nuevas unidades pastorales coordinan más eficazmente esta comunión vocacional para bien de la Iglesia santa de Dios que peregrina en Asturias. Quiero felicitar el trabajo realizado por nuestro Vicario de Pastoral, los Vicarios Episcopales y los Arciprestes que en estos últimos años han venido pergeñando esta novedad que hoy, fiesta de Santa Eulalia, hacemos pública con la promulgación del decreto.
Igualmente, en este día hay también otra efeméride de nuestra sociedad civil, con la celebración del 175 aniversario de la Policía Local en nuestra capital ovetense. Junto a otras fuerzas de seguridad como son la Guardia Civil y la Policía Nacional, nuestros policías municipales realizan esa preciosa labor de acompañamiento de la ciudadanía velando por su seguridad en todos los ámbitos en donde nuestra convivencia, nuestro tráfico o nuestra propiedad pudieran complicarse, distorsionarse o sufrir cualquier tipo de violencia, desorden o abuso indebido. Excelentemente preparados, estos amigos policías locales son hombres y mujeres que actúan como si fueran ángeles cercanos que nos propician la paz y la armonía de una ciudad tan bella y segura como es Oviedo. Mi felicitación a este cuerpo de seguridad, a sus familias, al Ayuntamiento, porque podemos presumir de una gobernanza honesta y bien custodiada. Ofreceremos la santa Misa por todos los agentes fallecidos en este lapso de tiempo, especialmente los que murieron en acto de servicio.
Con la ayuda del buen Dios y de nuestra Santa Eulalia es lo que esperamos. En este camino del Adviento cristiano, esta es la luz que el Señor nos enciende junto a esa niña mártir y nuestra Santina. El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I. Catedral B.M. El Salvador
Oviedo, 10 diciembre de 2024
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